lunes, 6 de julio de 2020

Ennio Morricone. ¡Qué suerte tiene Dios!


Hoy no voy a pelearme con usted, maestro.
Ya sabe que lo nuestro era un amor-odio desde siempre, no solo cuando se trataba de escribir o hablar sobre las bandas sonoras que iba componiendo, sobre su obra en general, sino también cuando aquella vez, en 1999, nos conocimos en una entrevista previa a su concierto en el Teatro de la Maestranza en Sevilla, en la que no dejó de ser Morricone en ningún momento.
Y como me fascinan quienes poseen un marcado y peculiar carácter cuando de acentuar su maestría se trata, y usted era uno de los casos más diáfanos de ello, pues siempre le tendré en consideración tanto por su legado como por haber sido como fue.
Hoy no voy a discutir sobre tantas y tantas bandas sonoras que compuso para el cine, sino que me las pondré para oírlas y disfrutar de ellas como el homenaje más modesto que puedo hacerle.
Descanse en paz, maestro. Y dígale a Dios algo propio de su personalidad, no sé, pregúntele por ejemplo aquello de "usted sabe quién soy yo". Les imagino allá arriba con el mismo amor-odio que yo le he tenido, pero eterno. Qué suerte tiene Dios.




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