Cuando en la calle Rosario aun existía Aldeva -más todavía, en los
tiempos de 'Valle vende barato' y te atendían los Beri, Coca, Diego y
compañía- mi padre me llevaba a elegir chaquetones. Entraba abstraído,
porque siempre me iba hacia la izquierda, donde se encontraban los
discos, y allí, con apenas diez, doce años, rebuscaba a ver qué había de
música de cine.
Mala suerte en la mayoría de las ocasiones,
aunque algo podía haber si eras tenaz, entremezclado con las
aberraciones que hacía Luis Cobos en España o Louis Clark en Reino
Unido, cuyos pastiches de música clásica al ritmo de palmas hacía furor.
Valle cerraba sus puertas cada tarde noche y en ellas se podían ver
desde fuera los últimos LPs llegados. Tampoco aparecían bandas sonoras
por regla general, quizás 'Fama', alguna serie de TV... Después
comenzaron a venderse más y a tener su mercado. En El Palacio de la Moda
en Cádiz, en la calle Ancha, aparatosa tienda ya desaparecida, había un
stand dedicado a la música de cine en la segunda planta donde encontré
el LP de 'Excalibur' y al comprarlo me miraron como a un marciano.Y eso
que era el de los temas clásicos, ni un solo tema de la música original
de Trevor Jones. Pero escuchabas a Wagner al pincharlo o el Carmina
Burana y te entraban ganas de invadir Camelot, que diría Woody Allen.
Desde entonces pillé la manía de entrar en cualquier comercio donde
hubiera discos y CDs para comprobar si me encontraba con una agradable
sorpresa que llevarme. Al final se convirtió en un ritual de
interminables minutos que no tenía utilidad alguna, porque las
exigencias de mis gustos, las de los oyentes de la radio y mi
impaciencia me hicieron descubrir esas distribuidoras por correo de
bandas sonoras que posibilitó disponer de cualquiera de ellas meses
antes de que apareciera en las tiendas de la provincia o incluso de
España. Aquello era una llamada a la ruina, pero cuando abrías el
paquete postal y aspirabas el inconfudible aroma de un disco recién
abierto y escuchabas a Herrmann, Barry, rarezas recién editadas en
EE.UU. de Alex North, la edición japonesa de 'Los Goonies'...
Nada de aquel vicio hizo acabar con mi gesto de mirar detalladamente las
estanterías de música. Hoy sigo igual. Sé que no voy a encontrar nada,
porque seguramente ya lo tenga, no vea lo que quiero... o porque no se
respeta una música con millones de seguidores en el mundo.
Ayer
vi esta estantería en El Corte Inglés de Cádiz. Me llamó la atención. Se
supone que está dedicada a las bandas sonoras. Comprendo que el mercado
discográfico se mueve por internet, que quienes compramos esa música lo
hacemos especialmente a través de este sistema, pero al menos lo que
tengan que sea respetado. Y nosotros, los clientes, también.
Y
así, en lugar de encontrarnos quizá lo más usual -lo último de Star
Wars, 'El último mohicano' que es imperecedera o un disquito de
canciones de películas que te venden como 'banda sonora original'-, ya
lo que podemos ver es el 'Ibiza Mix', o el 'Disco Estrella', el 'Gran
Hermano VIP' en oferta o el 'Caribe Mix' no sé qué edición.
Y yo,
sadomaso de cuero y pinchos musicales, seguiré viendo estanterías como
las devoraba con mis colegas cuando hace muchos años empezábamos a ir a
conciertos de música de cine en otras ciudades y teníamos como visita
obligada alguna planta de una mamotrética tienda donde esperábamos ver,
tras algún Goldsmith actual, alguna reliquia perdida de Mancini o una
edición remasterizada de alguna obra maestra de Franz Waxman, con su
estuche de plástico mordido en una esquina y el precio alterado en tres,
cuatro ocasiones.
domingo, 14 de agosto de 2016
viernes, 12 de agosto de 2016
Ben-Hur y Marco Beltrami
Si yo fuera compositor de música de cine y me encargaran escribir el nuevo score para 'Ben-Hur', me dedicaría inmediatamente a otra cosa debido al enorme pánico escénico que padecería. La comparativa con lo que fue capaz de hacer el maestro Miklos Rozsa hace casi sesenta años sería algo inevitable. Es como si algún lumbreras pagara a alguien por hacer de nuevo al David de Miguel Ángel, o las Meninas de Velázquez. Escribir tamaña música, y además hacerlo para satisfacer los dos principales sentidos conjuntados, no es algo menor que esculpir o pintar un cuadro.
Pero Marco Beltrami, del que solo me gusta 'I Robot' y poco más a pesar de la novelería de ser considerado uno de los compositores actuales más valiosos, se ha atrevido con el encargo. Así que ya tenemos la banda sonora de la nueva 'Ben-Hur', siempre claro está a falta de comprobar para lo que realmente está hecha, es decir, para acompañar a las imágenes. Para eso tendremos que esperar a septiembre.
Pero lo de Beltrami ya nos lo sirve su edición discográfica y podemos avanzar en la degustación del almuerzo, mientras aguardamos el plato principal.
El menú tiene pinta de desalentador. Un primer tema con un hermoso leit motiv que bien parece hecho para un trailer; el segundo donde nos sitúa en el lugar de los hechos y sintetiza la música étnica (con reminiscencias del más aventurero Jerry Goldsmith, que fue su maestro) y un buen lote de temas impregnados del mal que hoy impera en la música de cine: el sonido solemne pero vacío y mecánico, frío e impersonal, que ha puesto en boga Hans Zimmer con sus pupilos y que ha terminado por contagiar a todo el que escribe música para la pantalla.
No existe psicología en los temas. No hay pentagramas donde el compositor nos guíe por los sentimientos de Mesala, un personaje tan aprovechable para narrar con las corcheas su desazón oculta, su odio enfermizo; no hay instrumentación adecuada para la figura de Cristo, sino mucha oscuridad con una pobre dulcificación final. No es posible descubrir acústicamente la tristeza de la familia del protagonista, el amor de una madre que tan magistralmente nos 'hizo ver' Rozsa. Ni el otro amor menos aun. No, no he entendido nunca esta asignatura pendiente de Beltrami teniendo al maestro de maestros a su lado a la hora de retratarnos la psicología de cada papel.
A la espera, tan fría y mecánica como su banda sonora, del estreno de un remake más.
miércoles, 3 de agosto de 2016
La maestra costurera
Entre tiendas de 'souvenirs' y bares surge un ventanal con un marco ajado que debe tener unas cuantas latas de titanlux marrón. Parece un cuadro en el tiempo. En tres planos distintos, una estantería con bolsas que deja entrever vestidos, ropa al fondo. La vista a mitad de camino encuentra un mostrador de cristal con un peso sobre él estratégicamente ubicado. En primer término, una mesa con retales, bobinas de hilo, un metro de plástico, un abanico, un cesto para frutas con un yorkshire dormitando y un traje negro en manos de la que su hermana -que desaparece para la foto- dice que es la 'costurera oficial' del pueblo.
Cuando me acerco a saber más sobre la peculiar estampa, y sin quitar la vista del dedal, habla sobre los trajes que, desde hace décadas, lleva haciendo por encargo del Ayuntamiento para las fiestas del pueblo, de cuando le pagan y cuando se hacen los remolones. De lo que era Nerja "sin tiendas de chinos", de aquel antiguo ultramarinos que existía donde ella está sentada, cuando la balanza del mostrador era útil.
Su hermana dice que se acuesta "a las cuatro de la mañana cosiendo con lo vieja que está". Tiene un humor negro hilarante que lo suelta de vez en cuando en la conversación para provocar a la costurera, que no le hace ni puñetero caso. Parece acostumbrada a su alma gemela que, cuando ve la cámara, hace mutis por el foro. O por el metro y medio de pasillo hacia la puerta, en el que hay colgadas cuatro jaulas de periquitos y un frigorífico al lado.
Es imposible que allí, en aquel rincón de una estrecha calle nerjeña, alguien pueda pasar sin dirigir la vista hacia el ventanal. Ni un avituallamiento para los pokemon podría alterar aquella imagen.
A ver qué estará cosiendo el verano próximo.
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