Noventa años ha cumplido hoy Clint Eastwood.
Dado que el resto del mundo -menos yo- lo tiene ubicado en el pedestal de los intocables, imagino que habremos tenido Eastwood en las redes hasta en la sopa.
Algunos ensalzando sus papeles pistola en mano. Otros tras las cámaras, aunque se durmieran pero no lo admitan con aquello de 'Cazador blanco, corazón negro', nos entretengan mucho más otros western contemporáneos que 'Sin perdón' pero defenderlo te da pedigrí y el multitudinario grupo de quienes están todo el día dando el coñazo con 'Los puentes de Madison', que es como 'Memorias de África' pero en América con un tío que, bajo lluvia y cuando se vuelve en la famosa secuencia del coche, en lugar de un hombre enamorado parece el reverendo de Poltergeist o alguien que se coló en un plano de 'La matanza de Texas'.
Eastwood siempre da la impresión de que va a sacar una recortada escondida bajo el sobaco y va a acribillar a todo ser que se le ponga por delante, lleve poncho sin lavar de uno a otro spaguetti western o una camisa vaquera. Con Meryl Streep no parecía menos, aunque a quien había que haber 'recortado' ahí era a esos hijos y sus flashback con tufillo de Estrenos TV o Diario de Noah. Entonces hubiera salido una película seria de verdad. Y un compositor potente, claro, la historia lo pedía a gritos.
A Eastwood no se le puede negar estar al pie del cañón, y nada menos que con 90 años, en todos los frentes. En casi todos, a decir verdad. Eastwood jamás ha creado historias. Su famoso Harry se lo inventó Jo Heims, la guionista a la que le daba algún que otro disgusto -como a tantas otras mujeres-, lo que no le resta para ser un (semi) completo humanista en esto del cine e insistir en salir en las películas que dirige, otro error que hubiera evitado en muchas de ellas esa joputez pétrea que siempre tiene como registro (?) interpretativo.
En ocasiones el tío ha acertado con nota alta, y hoy precisamente he repasado (tirado en el sofá, sí) para celebrar su cumpleaños 'Primavera en otoño', aquella pequeña joya de 1973.
Lo primero que tiene a su favor es que, afortunadamente, el casi anciano enchochado de la niña no lo encarna él, porque se vio demasiado joven, así que contó con el gran William Holden, que está enorme. Y Kay Lenz se desenvuelve estupendamente en su papel de hippy enamorada de este hombre maduro. Alrededor de ambos se construye una historia de amor anacrónica en la que las dudas sobre las intenciones de cada cual, la mediatización de la sociedad que los rodea y el miedo a reconocer el amor verdadero sustentan una brillante historia que recomiendo a quienes crean que no hay un Eastwood romántico antes de 'Los puentes de Madison'.
Un guión cojonudo porque para eso vuelve a escribirlo Jo Heims, con diálogos de peso y que el director lleva a la pantalla con acierto a pesar de su arritmia final y la sensación que da de que Eastwood quiere acabar la historia de una puta vez. Heims dio un toque femenino a los avatares del amor en 'Primavera en otoño', absurdo título en castellano para esta película, que en realidad se llamaba 'Breezy', como la protagonista femenina.
"¡Santo Dios, qué joven eres...!"