viernes, 30 de diciembre de 2022

Película y libro, dos formatos incomparables. 'Los renglones torcidos de Dios'




La repercusión obtenida por 'Los renglones torcidos de Dios' mantiene especialmente vivo en estas semanas un absurdo debate que se remonta a tiempos remotos: comparar una película con un libro.
Cuando en los ochenta había que aguantar aquello de que "es que el libro está mejor" dicho por alguien con el que se conversaba sobre 'El nombre de la rosa', mi discurso era el mismo que ahora. Son formatos a través de los que se cuentan historias totalmente incompatibles en lo comparativo. El libro no tiene límites, con la excepción del que desee ponerle su autor y la editorial en paginación; las películas deben durar un tiempo estándar que puedes sobrepasarlo en cierta medida pero jamás se podrá condensar la cantidad de información brutal que se encuentra en un libro. Teniendo en cuenta que más del 80% de las películas están basadas en textos previamente escritos y en novelas, es innesario comparar tan dispares maneras de trasladar una historia a quien acepta recibirla. Si eres escritor, puedes crear cuantos personajes quieras, uno por hoja si deseas, y después los hilvanas según tu capacidad narrativa. Si diriges una película no puedes contratar decenas de actores, visitar decenas de escenarios, tienes que saber hasta dónde llegan los equipos técnicos, atrezzos, músicos, etc. y la pasta que todo cuesta. Y, en definitiva, tampoco es objetivo de la película detallar hasta lo último de un libro.
Otra cosa es que hablemos del trabajo que el guionista adaptador ha realizado, que puede ser bueno o malo. Pero utilizar la simpleza típica de "prefiero el libro" es propio de alguien que ni entiende ni respeta el cine.
Hablamos de ello en el último videorreportaje del año en el canal del programa #UltimoEstreno y te dejo aquí el enlace para que lo disfrutes, te hagas tu particular opinión y opines si lo deseas, entre tus colegas o en los comentarios del propio canal.
Dejamos también algunos minutos para hablar de 'Los renglones torcidos de Dios', ese 'Instinto básico' a la española (el catarro debe estar afectándome, lo sé) con reminiscencias de Goldsmith (¡y de Elmer Bernstein!) en su banda sonora, los pirueteos del guión y personajes algo falsunos. Es muy larga, pero al menos entretiene algo y sobre todo al final da igual, porque los tres minutos del baile de Bárbara Lennie en el salón de su casa y en el sofá mientras su marido la espicha son absolutamente sublimes. ¡A la altura de Michelle Pfeiffer en el piano de 'Los fabulosos Baker Boys'!

ENLACE PARA VER EL VÍDEO: https://youtu.be/i7kOdO_PuP4

domingo, 25 de diciembre de 2022

Aquellas cajas


Recuerdo aquellas cajas de cartón desgastadas en algunas de sus aristas por el paso de los años. Permanecían guardadas hasta que llegaba diciembre cuando, por espacio de varios días, se quedaban colocadas estratégicamente en alguna discreta esquina de la habitación que había sido la elegida para montar el Nacimiento. En ocasiones era el aseo pequeño, que apenas se utilizaba porque sólo éramos tres en casa. En otras, el Belén 'se apropiaba' de mi cuarto cuando aún era un niño
de muy corta edad; también en una parte del salón, alguna que otra Navidad...

En varias de esas cajas aún se podía leer, adivinando entre celofanes apelmazados de año en año, la marca comercial de las viandas o bebidas que en su día se encontraron en su interior: vinos de Sandeman, algún surtido de pasteles de gloria de mazapanes Corroto que comprábamos a las hermanas “señoritas de Matute” en una visita ritual y obligada cada diciembre, juguetes relucientes que extraí de ellas ante mis perplejos ojos y que el tiempo y el manoseo infantil les habían restado ya brillo e interés...

En esas cajas que yo tenía que abrir con delicadeza semanas antes de la Navidad y casi con mayor ansia que las de la madrugada del seis de enero ya no había botellas, dulces, ni el lote de Magia Borrás con cuya varita creía que podía realmente cambiar las cosas que no me gustaban, ni el superbólido de Rico, ni vagones de Electrotren. Ante la paternal mirada vigilante que contrarrestaba tanta torpeza fruto de mi impaciencia, suprimía el precinto colocado once meses antes para encontrarme, en el interior de ellas, desordenados montones de virutas entre los que rebuscar con mis manos como la travesura cometida cuando el pequeño de la casa deforma con el dedo el rosco de reyes porque ha visto una oquedad sospechosa entre la nata tras repartirse los primeros trozos del dulce, buscando una bolsita que parece contener una diminuta figurilla de un Rey Mago. Con mis manos pescaba entre los rizos entrelazados de tantos hilillos de madera y me detenía cuando palpaba pequeños paquetes. Los extraía con sumo cuidado entre reiteradas advertencias y, nada más tenerlos ante mis ojos y a pesar de estar envueltos en papeles de seda para protegerlos, ya adivinaba el contenido. "Esta es la mula... Y este es el pastor que tira del burro", musitaba casi imperceptiblemente. Comenzaba entonces el verdadero ritual.

En una solapa de las cajas se leía, a rotulador, el supuesto contenido: "Pastora con niño. Pastor con tinaja. Buey. Pozo. Leñador...". Nunca había que confiar en ello, las leyendas podían ser de años anteriores y las figuras no siembre iban en las mismas cajas. Algunas había que sustituirlas porque el cartón se deterioraba, otras parecían haber encogido en un año. Era, de todas maneras, la inconfundible letra de mi padre, preludio del contenido que ambos comenzábamos a desembalar con paciencia y a comprobar si en el corto traslado o en el desempolvo, alguna manita, alguna peana, habían sufrido desperfectos.

Aquellas figuras que mi padre colocaba ordenadamente en una estantería antes de seleccionar las que en pocos días serían las protagonistas del Belén de cada año, forman parte ahora de mi patrimonio personal. Algunas tienen mi edad y aún se adivina el precio de la de San José, algo más cara que las otras por su capa de pátina. Aquellos pastores andantes con cabeza gacha para seguir el camino hacia el portal sin perder comba; aquella mujer que curiosea observando hacia la derecha la estampa del pesebre mientras posa su mano sobre un niño que mira inocentemente al espectador; el hombro desnudo del adorante con barba cana y túnico morado; el majestuoso camello de Baltasar; el escorzado y azabachado caballo de Gaspar; la espigada pastora con su velo que perdió hace años su cántaro de barro, sustituido hace ya no sé cuántos años por ramitas de pino...

Todas conforman mi estampa imborrable de mis más de ya cincuenta navidades, de cada una de ellas, con sus cambios y balances, con sus sonrisas y sus desvelos, sus recuerdos y esperanzas. Todas me contemplan cada diciembre mientras lustro con mimo los recovecos de sus ropajes de pasta madera. Y una indefectible y emotiva sensación me viene a la memoria y a los sentidos cada vez que las coloco en mi Nacimiento: la que experimentaba al desprecintar cada año, junto a mi padre, aquellas cajas que me causaban tanta ilusión cuando era un niño.

Os deseo una felicísima Navidad.

viernes, 23 de diciembre de 2022

RÉPLICA A LAS DIFAMACIONES VERTIDAS POR EDUARDO ALBARRÁN ORTE E ISLAPASIÓN


El pasado 18 de diciembre de 2022, y en el programa denominado 'Islapasión' dirigido y presentado por Eduardo Albarrán Orte y que se emite en formato digital y en una televisión local de San Fernando, fui objeto de acusaciones difamatorias hacia mi persona por parte del citado individuo, tachándome de "necio", "alma podrida", "ladrón" y otros insultos que empleó en su "comentario editorial" del inicio del citado programa, utilizando además la figura de mi padre en sus descalificaciones.

Aunque esta forma de actuar hacia mi persona no es nueva, puesto que la lleva ejerciendo desde hace ya casi diez años, y sabiendo que en cierto modo su manera de actuar en el mundo cofrade siempre se ha caracterizado por sus descalificaciones hacia instituciones, entidades y personas, entiendo que el pasado domingo se traspasaron las fronteras de lo permitido, se me citó con nombres y apellidos y la gravedad de sus insultos no puede quedar impune.

Independientemente de las acciones legales que particularmente pueda acometer, me veo obligado a replicar a través de un vídeo que, en la mañana de este viernes 23 de diciembre, subo a mis redes sociales y a mi canal de Youtube, con el objetivo de dejar claro quién es este individuo y lo lamentable que resulta que alguien relacionado no solo con la comunicación, sino con el mundo de la Iglesia y sus hermandades, practique semejantes acciones y en esta caso contra mi persona.

Agradezco mucho el visionado de mi grabación para quien ha sido espectador del editorial lanzado el pasado domingo por Albarrán Orte, así como las continuas muestras de cariño y apoyo que me están llegando desde distintos ámbitos, amigos y conocidos.

ENLACE AL VÍDEO: https://youtu.be/zm9ow34TWX0

domingo, 18 de diciembre de 2022

Spielberg cumple 76 años


Podría citar a un buen puñado de directores, cineastas, que me han entusiasmado en el cine y de los que he aprendido viendo una y otra vez sus películas. El Dios Padre todopoderoso será siempre John Ford, a partir de ahí podemos hablar de grandes nombres.

Jerarquizarlos no obstante no solo es un ejemplo más de la errática necesidad que tiene el ser humano de matematizar todo, sino también un error conceptual, porque cada cual tendrá una lista -equivocada en general, acertada en su particular universo- no solo en función de los gustos, sino de cómo le ha llegado la manera de contar una historia en la pantalla, el impacto en las propias experiencias, el momento en el que se vio, la sensibilidad hacia otros elementos narrativos fundamentales como la música, los diálogos, el montaje... Solo John Ford está por encima de las matemáticas.
Digo que el cine es técnica y arte, y en este sentido desempeña un papel crucial tu determinismo marcado por lo que te rodea y, por ejemplo, la época en la que descubriste el cine. Lo haces con directores que dieron sus mejores obras sin que tú aun existieras, pero también con quienes los has visto madurar y crear conforme ibas creciendo. Coppola, Scorsese, Pollack, Scott, Camus, Garci... Ibas creciendo y los veías en la televisión, en los estrenos de sus películas, en las entrevistas en los medios, alguno que otro que has llegado a conocer en festivales sin que jamás lo hubieras imaginado.... Gente que ha crecido contigo, en su mundo, mayores que tú generalmente, pero cuyas creaciones han ido a la par de ti y te han llegado al tuétano.
 
Por eso yo siempre fui de Steven Spielberg. Yo tenía 13 años cuando se estrenó ET y la vi varios días después de que comenzaran a proyectarla en el cine Avenida de Cádiz. Un familiar me había comentado que era "demasiado oscura". Yo salí del cine como si acabara de descubrir de nuevo el cine. Solo había experimentado esa sensación cuando de muy pequeño vi una reposición de 'Los diez mandamientos' de De Mille y comprendí que esto de las películas iba a ser una cosa de la que iba a apropiar indebidamente para toda la vida. La gente lloraba en la sala cuando ET parte hacia el espacio en el desenlace de la película y yo ya lo había hecho en una cuantas ocasiones: el dolor de tráquea provocado por las notas de John Williams cuando Gertie escucha el cuento de Peter Pan en boca de su madre mientras ET y Elliot están escondidos, el mimetismo entre el chico y la criatura o cómo alguien había sido capaz de sincronizar de aquella magistral manera la música compuesta para casi el cuarto de hora en el que transcurre la persecución policial a las bicicletas. ¡Quince minutos que transcurren como si fueran segundos! Eso sí que es ritmo cinematográfico...

A ET le precedió 'Tiburón', también alguna otra -como después- más fallida, y con ellas, 'La lista de Schindler', la saga de Indiana Jones, 'Inteligencia Artificial', y como productor, Spielberg hizo posible títulos sacrosantos de mi adolescencia y la de millones de mi generación: 'El secreto de la pirámide' o 'Los Goonies' son dos buenos ejemplos de ello.

Quiero decir que he crecido mientras Spielberg creaba. Y he crecido asimismo en conocimiento cinematográfico gracias a él y a sus obras, pero también en el incremento de las sensaciones ilusionantes que provoca su cine, en 'el pellizco' ante la pantalla, en dar rienda suelta a las emociones de planos y secuencias de su sello personal, heredado de grandes de antaño como, precisamente John Ford, al que un barrilloso Spielberg llegó a conocer un día y en un par de minutos el director de 'La diligencia' lo echó literalmente de su despacho después de preguntarle qué era lo que él veía en los cuadros que tenía colgados en las paredes. El joven Spielberg respondió que unos indios, unos caballos, un desierto... el veterano director lo mandó a callar. Entonces le dijo: “Cuando entiendas por qué el horizonte está arriba o abajo de la imagen, y no en el centro, puede que seas un muy buen cineasta. Y ahora, vete al carajo”.

Spielberg, que nada en la abundancia y rueda con los medios que nadie tiene, hizo ET hace cuarenta años con dinero y con la ilusión de un niño como Elliot. La pasta te permite llegar hasta donde quieras, pero un trapo sujetado con pinzas a la cámara, sin mayor truco que los dos agujeros practicados en la tela para simular una cámara subjetiva, te revela que quien es artista sabe hacer arte con cualquier cosa. Y además, te da una lección para quienes quieran crear pero se lamentan por no tener dinero para hacerlo.

Hoy, 18 de diciembre de 2022, Steven Spielberg cumple 76 años. Felicidades.

VÍDEO: https://youtu.be/00d44Qy-xU8

martes, 13 de diciembre de 2022

El engendro de 'Pinocho', de Guillermo del Toro



'Pinocho' de Guillermo del Toro es una de las películas más feas del año que ahora finaliza. El muñeco es horrendo, el grillo dan ganas de pisarlo, el mono que acompaña al conde Volpe es un zombi, todos los personajes parecen estar esculpidos de madera -no solo el protagonista- pero a golpe de la gubia más basta que pueda uno encontrarse y si estéticamente es horrenda, en cuanto al guión no hay por donde cogerla. #Pinocho, un personaje creado en 1882, aparece en la Italia fascista y entretiene al mismísimo Mussolini que come palomitas mientras asiste a un show pueblerino de unos titiriteros en el que el muñeco de madera canta a la mierda que caga el dictador (!), después termina en un campo de entrenamiento militar fascista en lugar de en un parque de atracciones (!!) y a todo esto muere y resucita un puñado de veces cual día de la marmota apinochado mientras las obsesiones de Del Toro por el tiempo las pone en boca de un ser que filosofa baratamente y es la hermana de quien le dio la vida al puñetero muñeco (!!!). Para colmo, la banda sonora de Alexander Desplat y las canciones son feas de narices.
Un auténtico disparate, deslavazado, anacrónico y sonrojante que te quita las ganas de seguir con esto de ver y hablar de películas, del cine actual...
La videocrítica existencial a este engendro ya en #ultimoestreno en este enlace:

lunes, 5 de diciembre de 2022

Gabriel Blanco y Cela


Hace varios días, el escritor Antonio Tocornal escribió en su perfil de Facebook un feliz hallazgo entre las páginas de uno de los libros añejos que posee en su colección. Se trata de un ejemplar de una vieja edición de 'La familia de Pascual Duarte', del año 1972, que perteneció a su tío, 
Gabriel Blanco. Ordenando lo que debe ser su ingente biblioteca, el ganador de premios literarios como el de Novela 'Vargas Llosa' en 2017 entre otros muchos, encontró una carta que Camilo José Cela envió a Gabriel Blanco agradeciéndole la crítica que éste había escrito en la revista Cinema 2002 sobre la película 'Pascual Duarte', dirigida por Ricardo Franco y que se había estrenado en 1976. "Ha calado usted muy hondo en mi novela y me demuestra hasta la saciedad que sabe bien de qué va la cosa. Créame si le digo que la crítica no me tiene acostumbrado a verla acertar", apostillaba el Premio Nobel de Literatura, con su característica manera de apuntillar sus frases cuando se trataba de dejar impronta y sentencia en sus opiniones.

Desconocía que Gabriel Blanco era familiar directo de Antonio Tocornal y así se lo hice saber a través de la red social antes citada en el momento que vi la fotografía de la misiva firmada de puño y letra por Cela. Durante los últimos casi doce años llevo clamando en el desierto por el olvido en el que está sumido en su tierra Gabriel Blanco, un hombre que perteneció a una generación de cineastas de la época tardofranquista. Fue arquitecto, pero su pasión era el cine. Ejerció de crítico cinematográfico en varias revistas, entre ellas 'Cinema 2002', publicación vigente desde 1975 hasta 1980 y que contó con colaboradores en tareas de análisis de películas y reportajes como Román Gubern o Isabel Escudero. Blanco se marchó de San Fernando a Madrid y desde allí emprendió una carrera en la que compaginó la crítica con la dirección cinematográfica, realizando cortometrajes como 'La edad de piedra' (1965), 'Cualquier mañana' (1969) o 'La edad del silencio' (1978). Tras su muerte, en 1991, existió un movimiento entre los cineastas y críticos españoles en el que comenzó a reivindicarse la figura de Blanco y el papel que ejerció con sus críticas de cine y a través de sus películas, entre las que destacó 'La edad del silencio' que se alzó con la Concha de Oro del Festival de San Sebastián al mejor cortometraje. 

Como he indicado, de todo ello hemos hablando en esta web y en otros foros y por aquí anda la fotografía de esa distinción junto al catedrático Rafael Utrera, que en 2011 tuve el honor de llamarle para que ofreciera una conferencia en San Fernando dedicada a la obra de Gabriel Blanco y sus familiares mostraron la Concha de Oro en el transcurso del acto. Fue entonces cuando, desde el Ayuntamiento, se prometió públicamente iniciar las gestiones para que el cineasta isleño contara con el reconocimiento de su ciudad, poniendo como ejemplo la posibilidad de rotular una calle con su nombre. Y es que todos los días no hay ciudades que cuenten con un ganador de una Concha de Oro de San Sebastián. 

A colación del descubrimiento de la Carta de Cela entre las páginas de 'La familia de Pascual Duarte' de la colección de Tocornal, aproveché la oportunidad para mostrar mi disgusto por el olvido hacia la figura de su tío antes reseñado. No solo estamos hablando de la inexistencia de un reconocimiento oficial, sino ni siquiera del de su nombre en ámbitos de la cultura de la ciudad y de la provincia, la nula referencia a la hora promover iniciativas audiovisuales que pudieran relanzar su recuerdo o la aparición de Gabriel Blanco entre los nombres de quienes sus obras puedan servir para que tengamos mayor conocimiento en los campos en los que mostraba sus cualidades. Camilo José Cela no tuvo reparos en emplear su tiempo para felicitar a Blanco por su crítica y destacar la agudeza con la que el crítico y cineasta había escrito en 'Cinema 2002' sobre una película basada en su reconocida novela. Esta carta es, pues, otro ejemplo de la valía del personaje olvidado.

Continuando mi conversación digital con Antonio Tocornal y exponiéndole la incumplida promesa desde las administraciones del reconocimiento prometido en su día, el escritor me contestó lapidariamente. "No creo que a Gabriel le importara a estas alturas tener una o ninguna calle en San Fernando". La frase me hizo pensar e interpretar que, en realidad, hay gente que no necesita reconocimientos de esta índole, pero inmediatamente pensé en la crucial necesidad-obligación de la cultura por ser trasladada para el bien común, y le contesté a Antonio con la siguiente frase: "Es posible, pero hubiera sido un acto de justicia por parte de la ciudad hacia un hijo suyo con una Concha de Oro del Festival de San Sebastián entre otras cosas".

Interpreto este episodio ocurrido en estos últimos días de manera agridulce. No sé si las palabras de Antonio Tocornal revelan la oportunidad perdida del todo, un posible desarraigo del cineasta hacia su tierra desde los tiempos de inicio de su trayectoria o que la carta de Cela es una anécdota más de las que surgen y mueren en la línea del tiempo. Sea como fuere, ninguna es razón para olvidar a Gabriel Blanco en el más allá de su entorno y, con ello, reivindicar su figura, el cine y los hijos destacados entre tanta mediocridad actual.