Hace justamente 30 años, por poner un ejemplo con cifra redonda, películas como ‘El silencio de los corderos’, ‘JFK’, ‘La bella y la bestia’, ‘Thelma y Louise’ o ‘El príncipe de las mareas’ competían por ganar un Oscar en las diferentes categorías en las que estaban nominadas.
Sigamos con cifras exactas: Hace veinte años, la ceremonia de los Oscar era vista por 42,9 millones de espectadores. Dos décadas después, los cabezas pensantes de la Academia han tenido que devanarse los sesos para tratar de frenar la sangría de seguidores en la noche de los premios, porque la última cifra correspondiente a 2021 y esperando el resultado de los cambios, revela que los Oscar fueron vistos por alrededor de diez millones de espectadores. Es decir, una cuarta parte de la de hace veinte años.
Todo esto viene a colación porque estas dos referencias nos dan una idea del momento anímico y situación en la que se encuentran los Oscar.
Los títulos de hace treinta años que antes he citado no es solo que sean de una extraordinaria calidad cinematográfica ante lo que hoy tenemos, con dos remakes y películas de plataformas, sino que eran películas que reventaban la taquilla y la gente iba al cine a verlas. Es decir, se producía una causa-efecto, un conjunto formado por distribución-público-calidad. Ese trinomio se ha perdido con las plataformas, que es otra manera de exhibir las películas, con un público divorciado de las salas de cine y con una calidad mediocre en los filmes actuales si somos generosos.
A las cabezas pensantes de la Academia y lo que la rodea debemos felicitarlas por el numerito de anoche: quitan ocho premios que entregan antes de la gala de aquella manera, como quien las ha robado en una joyería y salen corriendo, despreciando a profesionales del cine tan importantes como los que hacen posible que una película tenga sentido gracias al montaje o a los compositores musicales, capaces de levantar el espíritu y películas malísimas. Con eso han pretendido mejorar la audiencia, aliviando peso en el barco, pero lo que verdaderamente les ha dado el impulso para llamar la atención ha sido el bochornoso puñetazo de will Smith al presentador de turno del que todo el mundo habla.
Enhorabuena, porque habéis logrado el efecto. Si ha sido sin estar previsto, la agresión demuestra lo lejos que el cine actual está de aquella gente educada y glamurosa que siempre nos hacía mirar a las estrellas de cine como dioses inalcanzables, como espejos en los que mirarse en una sociedad que buscaba el escapismo de las películas para olvidarse de problemas, hacer florecer sentimientos y fomentar el arte cinematográfico. Si ha sido sin estar programado, se demuestra la intolerancia en la que la sociedad se está peligrosamente sumiendo por mucho que el chiste haya sido medianamente desafortunado. Se ha bromeado con barbaridades en las ceremonias de décadas pasadas y nadie se ha levantado a propinar un puñetazo en plena gala, y menos aun un actor nominado. Si no estaba previsto, a Will Smith se le debe inmediatamente retirar el Oscar por ser un agresor, algo intolerable en cualquier ámbito, y hay que desmontar el peligroso mensaje que se está leyendo en redes sociales de que era necesario y de justicia que el macho alfa saliera a defender a su desvalida mujer ante un insulto sobre su cabello, y que la manera de proteger el honor de su esposa es levantarse, irse para un compañero y darle un golpe de puño en la cara para volver a su asiento y gritar como una verdulera.
Si, por el contrario, el puñetazo estaba previsto por los guionistas, enhorabuena también, porque ya tenéis para los próximos años la audiencia que queríais, con millones de mastuerzos salseros y seguidores de basuras de reality shows aguantando toda la noche para esperar la agresión del momento, en prime time de la ceremonia, el pico de audiencia, ante el regocijo del populacho que visiona los ´Salvames’ mundiales esperando ver si a Rociíto le han vuelto a pegar o la denuncia pertinente en los juzgados. Si el golpe estaba amañado, hemos llegado a la bajeza brutal en la que lo menos importante ha sido que ocho premios se hayan dado en el backstage, pasando ya la raya de la ética para conseguir remontar ese abandono de espectadores que solo son recuperables con calidad en las películas, adaptarse a los nuevos canales cinematográficos de distribución de la manera adecuada, fomentar el regreso del público a las salas y proteger al cine del primitivismo que el ser humano demuestra cada vez más en todos los aspectos de la vida, en unos tiempos en los que las guerras vuelven a asolar, la gente insulta sin parar con seudónimos, la crispación es caldo de cultivo ideal para quienes gobiernan y la zafiedad impera en manifestaciones que deben ser adalides de la cultura, como el cine, el teatro y la televisión.
Dicho esto, ¿qué más da quienes hayan ganado? ¿Otra vez un mudo por hacer de mudo que además en su discurso citó a la muda que ganó por hacer de muda hace décadas? ¿Una película por un lado y un director distinto por otro? ¿Se imaginan que ustedes dirigen una película, se llevan meses con ella en los set de rodaje, sudan la gota gorda, crean su producto –coral, pero es su producto- y cuando van a los premios más importantes del mundo del cine le dan un Oscar a su película pero la estatuilla a quien mejor hace aquello se lo dan al coleguita sentado en la mesa de al lado? Si mi producto es el mejor…¡lo he hecho yo!
Siempre nos quedará ‘El parabrisas’, el cortometraje de Alberto Mielgo y Leo Sánchez, dos españoles que han logrado el Oscar a mejor corto de animación, clamando en el desierto algo de lo que los españoles no queremos enterarnos: que somos una auténtica potencia en cine animado, un tipo de cinematografía que es necesario apoyar desde la producción al respaldo de los espectadores, y por supuesto las nominaciones para tres extraordinarios profesionales en sus ámbitos: Penélope Cruz, Javier Bardem y Alberto Iglesias. Que de darle caña a la también sabemos en una España cainita y envidiosa que hoy, como el resto del mundo, solo habla de una ceremonia resucitada a base de cercenar a artistas y dar un puñetazo sobre la mesa, en este caso sobre un rostro.
ENLACE A LA VIDEOREFLEXIÓN EN #ULTIMOESTRENO: https://youtu.be/6ceE0gQyykc
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