jueves, 24 de septiembre de 2020

'Las niñas': honestidad frente a la falta deliberada de recursos



Me ha agradado que Pilar Palomero haya decidido que su ópera prima sea ‘Las niñas’. Más allá de las evaluaciones sobre la propia película y de su contribución al revival ochentero que alecciona una generación con teórico mando en plaza, desorientada por lo que está sucediendo.
Son tiempos de inexistentes referencias que aporten perspectivas actualizadas a la hora de abordar temas siempre presentes en el cine. Qué digo, en el ser humano cuando comienza a preguntarse seriamente. Los tiempos borrados en las intrahistorias familiares y los interrogantes sin respuestas sobre ellos; las amistades que nos encaminan y nos forjan el carácter; las primeras exploraciones: del cuerpo, de los objetos en él y para él, de quienes los pueden disfrutar…
La bienvenida cineasta Palomero, con su historia, con su desnudez visual y sonora anacrónica manteniendo el pulso solo con los personajes, me ha apabullado la mente durante dos horas en las que por mi retina cinematográfica han pasado de manera dispar desde los retales de la Nouvelle Vague al documentalismo de León de Aranoa. Por decir un dislate, he visto la sombra de un Mercero versión 5.0.
Formalmente es otra cosa. La directora se ha olvidado de los travellings, del trípode y de cualquier técnica que pueda emplearse para contemplar lo que sucede desde la distancia de la butaca del espectador. La cámara inestable –a veces deliberadamente irritante, fotográficamente opaca- se convierte en la manera de adentrarnos hasta el tuétano en el camino iniciático de Celia –una inconmensurable Andrea Fandós- en una vida –la vida- donde las mentiras son consustanciales al ser humano y la crueldad viene dada por cualquier frente.
Parece fácil tanta sencillez técnica y tanto cliché el de una pandilla de niñas que ríen en pandilla al desenrollar un condón, beber furtivamente su primer whisky o decirle al feo de turno en discotecas con canciones míticas de los ochenta que no quieren “rollo” con él ni sus amigos. Pero a favor de la película hay que apuntar que ha logrado superar cualquier aportación impostada, e incluso se le permiten los recursos ya explotados relacionados con la religión o la política. Hay además un despertar sexual despojado de situaciones forzadas que no constituyen el objetivo de la película pero en las que hoy día parece que determinados cineastas quieren imponer doctrinalmente. La película es honesta, pues, con Celia y Brisa, la enigmática ‘a contracorrent’, andrógina e inadaptada partenaire sobre la que recae la antítesis que necesita la directora para desarrollar una historia que, desafortunadamente y a pesar de sus virtudes, carece en numerosos momentos de intensidad emocional, de capacidad de llegar al espectador. Quizá porque, desde nuestra butaca, que es al fin y al cabo donde nos encontramos, nos sobre tanta cámara hasta el fondo y necesitemos los lógicos recursos a los que no puede, ni debe, dejar de recurrir un buen cineasta. La pantalla deja de ser un engaño cuando los personajes están en su sitio, la luz es la adecuada y la música narra sin que lo sepamos. Ah, y los diálogos se vocalicen con claridad. Lo demás son otras artes.

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