Don Ángel Palmero Vaquero era marino mercante en los años 70. En uno de sus viajes, y por determinadas circunstancias, cruzó su vida con la del director del Colegio Argantonio de Cádiz, don (sí, también 'don', era como les llamábamos entonces y ya para siempre) José Manuel García Gómez, que pocos años antes, había fundado este centro escolar. Aquel encuentro se tornó en amistad y, poco después, don José Manuel le pidió a don Ángel que le acompañara en el ilusionante camino de la enseñanza y del crecimiento del colegio. Aquel marino había estudiado magisterio y era un hombre afable y de fácil palabra.
Tras aceptar su ofrecimiento, la vida del nuevo profesor cambió y poco tiempo después aparecimos los que fuimos alumnos de Argantonio que nacimos en los finales de los sesenta y principios de los setenta. Don Ángel Palmero fue mi tutor en Quinto de EGB. Corría el último trimestre de 1979, los dos primeros de 1980, y mis notas llegaban a mi casa firmadas por él. Era nuestro tutor y nuestro profesor 'principal'.
Casi cuarenta y cinco años después, este pasado sábado tuve la ocasión de reencontrarme con don Ángel Palmero en el mismo lugar en donde tanto aprendí junto con el grupo de mi generación que acudimos a un acto organizado por la Asociación de Antiguos Alumnos del Colegio Argantonio, en el que se entregaron los 'Argantonios de Plata', distinciones que desde este año se conceden anualmente a un docente destacado del colegio, un alumno y una asociación. La votación realizada previamente deparó que fuera don Ángel el profesor distinguido. Me alegré mucho por el resultado.
Hacía más de cuatro décadas que no había vuelto a hablar con él. Me emocionó que me reconociera y el posterior rato de charla, como la hora previa al acto en la que, acompañados por el gerente del colegio, Luis García Gil, recorrimos sus instalaciones, sus clases, para recordar aquellos años de nuestra infancia. La clase donde dimos Octavo de EGB (el grupo 'A' que era siempre el mío), que veíamos entonces inmensa y ayer parecía que la habían estrechado; el sinuoso e infinito pasillo donde estaba el despacho de don José Manuel y por el que al pasar todos callábamos; el gabinete médico, donde ahora se custodia el órgano que tocaba el padre Aranda y que en un futuro puede convertirse en un aula museística del colegio; el lugar donde se encontraba la espigada estatua de la Virgen María, cuyo peana muchos tocaban al pasar haciendo la señal de la cruz mientras miraban de reojo la serpiente pisoteada a sus pies... También pudimos comprobar lo que ha crecido el colegio, sus nuevas aulas, la estupenda zona de Infantil, el inmenso patio que nos recordó nuestras clases de gimnasia o aquellos partidos de fútbol en el recreo con un envase de plástico de una marca de batido al que le dábamos patadas sin escrúpulos entre dos porterías simuladas con las canastas de baloncesto. O el muro del 'mangüiti', y la señal original hasta donde llegaba antes de que le subieran su altura, por donde embarcábamos los balones en la vía, cuando el soterramiento ni siquiera podía ser algo imaginable para cualquier gaditano...
Muchas felicidades, don Ángel, y a su familia, a sus hijos que son gentiles y amables en grado sumo. Como le dije ayer, mi eterna gratitud porque hoy somos lo que somos gracias a lo que nos enseñó en tiempos, además, nada fáciles, de convulsos cambios no sólo en la educación, sino en tantas cosas de nuestro país. Y muchas felicidades también a quien fuera alumna del colegio y premiada, Rocío Sepúlveda, y a la asociación 'Mi princesa Rett' por su enorme labor.
Y por supuesto, a la Asociación de Antiguos Alumnos del Colegio Argantonio. Sois geniales.
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