lunes, 20 de junio de 2022

Municipios que salen perdiendo



La Ley Electoral andaluza incompatibiliza los cargos de diputado autonómico y alcalde. El Partido Popular se ha llevado años diciendo que derogaría esta normativa cuando llegara al poder, pero ya no tiene margen de maniobra temporal. Las elecciones municipales están a la vuelta de la esquina.
Una pena. Hay diputados/as andaluzas desde anoche que serían mucho más útiles gobernando sus ciudades que sentados entre 109 políticos alienados, pero sus partidos han decidido incluirlos en las listas autonómicas y con ello pierden la opción de ganar alcaldías. A no ser que, con otros candidatos menos atractivos, confíen en la posibilidad de pactos posteriores. Y el PP lo tendrá en su mano en muchas ciudades. Dos o tres concejales de Vox serán fundamentales para darle determinadas alcaldías a los populares. Sin la ultraderecha siempre mejor, pero es demasiada ingenuidad pensar que el arreón disfrutado por el PP en las autonómicas va a repetirse en los municipios de idéntica manera. Y en esas ciudades se comprenderá el respaldo de Vox, que incluso podría valer solo para la investidura sin necesidad de que se integren los concejales del partido de Abascal en tareas de gobierno. ¿Acaso Vox va a hacer pinza con el PSOE o con los vestigios divididos de Podemos durante cuatro años de un mandato?
Independientemente de lo que tenga que suceder, el panorama para los socialistas es desolador. Harían bien en dejar el victimismo en sus comparecencias públicas. Espadas es un buen tipo, pero se equivoca apareciendo ante los medios en la noche de la debacle diciendo que la caída del PSOE es debida al escaso margen de tiempo disponible para preparar las elecciones tras el golpe de adelanto de Juanma Moreno. Espadas sabe -y con él sus compañeros de partido- que si las elecciones andaluzas se hubieran celebrado a finales de año o en 2023, los resultados de la izquierda hubieran sido aun peores, que ya es decir. Hubieran tratado además de vender al electorado, de manera insistente, los peligros de los conservadores apoyados por el radicalismo a su derecha, el recorte en lo público, la pérdida de derechos para colectivos defendidos (interesadamente) por el progresismo y todo ese mantra similar a la máxima guerrista de antaño: "que viene la derechona", sin percatarse de que los votantes andaluces ya tienen su propia fórmula para parar a los radicales: votar al PP y hacer fracasar a Vox, por lo que el mensaje socialista hubiera sido tan erróneo como estéril.
La sinceridad y el rechazo a excusas preconcebidas siempre serán bien recibidas por los votantes, algo que los políticos de todas las formaciones parecen no entender. No valen ni lo poco que han tenido para trabajar, ni culpar a terceros ni cualquier otra fórmula de victimismo. En el PSOE suceden cosas graves que han causado estos resultados, provocados por un rosario de circunstancias: la herencia envenenada de la corrupción, la negación de la existencia de tanto dinero público derrochado, la soberbia hasta darse de bruces en las elecciones de 2018 que aun ha seguido imperando en estos casi tres años a pesar del varapalo traumático sufrido, las concesiones a la galería y al marketing sin atajar ni solventar los problemas de fondo, las luchas cainitas entre susanistas, romanistas, sanchistas y tantas familias que solo se distinguen por su apego al poder, sin base de matizaciones ideológicas ninguna, el trasvase de cargos de un lado a otro para pagar favores o seguir viviendo de la política y, por supuesto, la cantidad de esquiroles y chupaculos integrados en el PSOE. Estos especímenes están en todos los partidos, de acuerdo, pero el daño se multiplica en formaciones heridas y perdedoras. En las ganadoras todo el mundo sonríe y el pelota le quita a su jefe la motita de polvo que lleva en la chaqueta mientras éste sonríe. En las derrotadas, el abrazafarolas se lleva el exabrupto del caudillo o caudilla de turno, mientras algunos miran de reojo, tratando de no ser descubiertos, los vinilos de las ventanas de la sede, con las fotos de sus cabezas de lista descoloridos, que nadie ha osado quitar de los cristales cuatro años después de que fueran colocados para una campaña ya olvidada.

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