miércoles, 22 de octubre de 2008

Mi relación amor-odio con James Horner

De El niño del pijama de rayas (la película) me llamaron la atención varias cosas cuando la vi en su día. La peregrina idea de hacernos creer que un pequeño de ocho años es capaz de cavar un boquete de tal tamaño en unos cuantos minutos que entra en un campo de concentración (coño, ¿por qué no lo hacían los judíos para escaparse?), que la madre no tiene ni idea de nada de lo que maquina su marido,... Ingenuidades varias (carajotadas, en román paladino) que hacen de la película todo un ejemplo de producto insustancial. Pero lo que más me mantuvo en tensión hasta dar alaridos tras salir del cine y decirlo por activa y por pasiva en estas pasadas semanas en el programa de Paco Martín en Onda Jerez es la banda sonora original, compuesta por James Horner.

Curioso individuo. Compositor, orquestador, director de orquesta,... y plagiador hasta la extenuación. Vaya relación amor-odio que mantengo con uno de los autores de las mejores partituras cinematográficas de los ochenta y noventa.

Horner sonó mucho, y con él su score, con Titanic. Era una banda sonora de bella melodía y, como casi siempre sucede con el compositor norteamericano, de óptima adecuación a las imágenes. Poco más, aunque parezca suficiente, sobre todo cuando la escribió en 1997 y años antes había sido capaz de hacer bandas sonoras francamente superiores a la que compuso para el filme de James Cameron. Que el tío que hizo Gorky Park, Fievel y el nuevo mundo, En busca del valle encantado (vaya canción gloriosa se marca Diana Ross en ella, compuesta por Horner), Buscando a Bobby Fisher, Casper o Braveheart haga Titanic años después, pues como que estupendo para los que apenas les interesan escuchar en las salas de cine y de madrugada en los reproductores de cds hasta rayarlos. A mí no me va a sorprender ni a engañar. Al final, le dieron el Oscar por un indefectible arrastre de estatuillas (que Titanic ganara los mismos galardones que Ben Hur es como para ponerse delante del pelotón de fusilamiento de Senderos de Gloria), pero ya antes se lo había merecido. Por las citadas o por Glory, Mi padre, Cocoon,... verdaderas joyas que hicieron que los aficionados que por entonces contábamos con una veintena de años colocáramos a Horner como el sucesor directo de un John Williams cuyo canto de cisne había sido La lista de Schindler o un John Barry que había dado lo mejor de sí, por citar a los vivos más insignes tras la muerte de los grandes Bernard Herrmann, Miklos Rosza o Jerry Goldsmith.

James Horner comenzó a vender discos como rosquillas y merecido se lo tenía en una época de escasa brillantez compositiva. Aún muchos estamos preguntándonos cómo fue posible que El cartero, de Luis Bacalov, se llevara el Oscar en el año 1996, el mismo en el que competía con Horner, que tenía dos bandas sonoras nominadas de las cinco, Apollo XIII y Braveheart. ¿Quién se acuerda de Bacalov hoy? ¿Y de John Corigliano con El violín rojo en 1999? ¿y de Stephen Warbeck por la pijada imposible de Shakespeare in Love? Rarezas, injusticias y gilipolleces de Hollywood...

Muchos nos divorciamos de Horner hace ya años. El que nos erizó el vello con Leyendas de Pasión o nos ayudó a sumergirnos en la misteriosa abadía de El nombre de la rosa sufrió, desde Las cuatro plumas, una estrepitosa sangría de imaginación y mantiene, desde hace una década, los mismos patrones musicales con una bochornosa reiteración de la que hace gala en El niño del pijama de rayas.

Horner, con todo el dolor de mi corazón, no suele plagiar a los demás. Practica algo aún peor: autoplagiarse. En su composición para la historia de la amistad entre los dos niños escuchamos, durante el entierro de la madre del oficial nazi y en algunas escenas más, las mismas llamadas de trompeta que ya utilizó en Enemigo a las puertas; en otras secuencias, el score es una descarada mezcla de El hombre bicentenario y Una mente maravillosa, que a su vez era ya un calco de aquella. No sólo tenemos ejemplos de autoplagio. Uno de los temas más destacados del filme tiene claras connotaciones de Las Horas, de Philip Glass.

Es sólo un ejemplo, porque las llamadas de trompeta las ha usado en al menos cuatro scores más que yo tenga constancia al ver las películas y/o escuchar los cds de la bso. Y así podríamos seguir, porque con un somero análisis y una sola audición, podremos comprobar la pasmosa similitud de todo lo que está componiendo Horner desde hace ya años.

Estupendo compositor, extraordinario director a tenor de los vídeos que he visto (disfrutar de un concierto suyo en directo es tarea imposible porque no los da), arreglista con gran capacidad, Horner es un ejemplo de cómo la industria de Hollywood devora a sus técnicos en pos de una masificación de proyectos a los que no se les otorga el mimo adecuado, una pieza de una maquinaria de unos tiempos grises para el cine y la música.

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