jueves, 23 de octubre de 2025

«Los últimos del Tívoli» ya puede verse en #UltimoEstreno un año después de su estreno en el Festival Internacional de Cine de Benalmádena



Hace justamente un año, el 23 de octubre de 2024, el Festival Internacional de Cine de Benalmádena estrenaba, en una sesión especial, mi documental «Los últimos del Tívoli». De ello os hablé en aquellos momentos y desde casi un año antes. Fueron meses duros porque el tema tratado en esta película era muy delicado. Lo mediático era ese admirable grupo de trabajadores que desde que el parque de atracciones cerrara sus puertas sorpresivamente en 2020 ha permanecido al pie del cañón en el interior de sus instalaciones con el objetivo de, a la vez que reivindicar la reapertura de un icono de la Costa del Sol y de los parques de ocio españoles, cuidar sus infraestructuras: los cacharritos, los establecimientos cerrados, los jardines en la medida de lo posible, los animales como los pavos y gallinas que desde hace años tienen allí su hogar…

Pero paralelamente a todo ello existe un complejo problema con ramificaciones en lo empresarial, lo político, lo económico… Contar lo que allí ha venido sucediendo era meterse en un entramado en el que había que pisar con pies de plomo.

No obstante, jamás me interesó ese agujero negro desde el punto de vista cinematográfico. Mi tristeza por lo que estaba sucediendo en uno de los lugares de los que guardo mejores recuerdos de mi infancia e incluso de toda mi vida se centraba en esa admiración que sentía por esos trabajadores al pie del cañón, acudiendo diariamente a un parque, en un silencio mortecino, donde antes había jolgorio y risas; sacrificando la compañía de sus familias; alimentando a los animales con el pienso que los vecinos de Benalmádena le regalan; manteniendo engrasados los coches de choque, la montaña rusa, remendando los toldos cuando el viento arrasaba con ellos… «Que todo esté preparado para cuando abramos otra vez», como dice en el documental Miguel Martín en su ingenuidad, tras llevar en Tívoli trabajando desde que cumplió los 17 años.

La visita y la convivencia con ellos es el fruto de esta película. Un documental desnudo, sin alaracas, sin música, sin aspavientos ni hecho con cámaras arriflex de última generación. Con un limitado equipo técnico, pero necesario, que se identificó con lo que estaba sucediéndole a este grupo humano de gente que ha resistido todos los embates venidos desde fuera, bien por problemas empresariales, políticos o de cualquier otra naturaleza. Ellos quieren su parque, trabajar en él de nuevo y abrir cada mañana sus puertas para volver a ver las caras de ilusión de niños y mayores. Y la historia emocionó a Paco Martín, mi ayudante en la dirección, y a David Fuentes, sonidista profesional como la copa de un pino. Y por su puesto a la productora Rosso Demente, sin ella no hubiera sido posible. Y salió «Los últimos del Tívoli». Con la firme promesa a los empleados de que esta película no iba a beneficiar económicamente a nadie (más bien lo contrario), por eso no ha estado ni estará en circuitos comerciales. Solo se trataba de lo principal: mostrar la amarga historia de estos hombres y mujeres, que ya peinan canas, que de la noche a la mañana perdieron su trabajo pero aman donde lo venían haciendo.

Al haber transcurrido un año, creo que es periodo suficiente como para celebrar este aniversario -gracias por aquella noche inolvidable, querido Jaime Noguera- ofreciendo a todo el mundo la posibilidad de que puedan ver «Los últimos del Tívoli». Me hubiera gustado haberlo proyectado en Alcances, el festival documental de Cádiz, una ciudad tan cercana a Málaga y una provincia desde la que miles de familias han viajado para visitar Tívoli en su medio siglo de vida. Pero alguien-algunos decidieron ignorarla y no la eligieron. Una lástima, porque independientemente de la calidad que pueda tener este modesto trabajo, su temática es enormemente sensible hacia la clase trabajadora y muestra una dramática experiencia de un grupo de currantes única e inédita en España. Es motivo suficiente como para haber ‘organizado algo’. Después se nos llena la boca reivindicando cosas laborales en Cádiz. Pues nada, ellos se la han perdido. Pero yo no quiero que la gente no tenga la oportunidad de ver «Los últimos del Tívolí», así que aquí está un año después.

Me alegra mucho que la presión mediática, que las gestiones entre el Ayuntamiento de Benalmádena y la propiedad del Tívoli y que documentales como el realizado por Canal Sur y el mío hayan contribuido a que en febrero de 2025 se anunciara que el Tívoli reabrirá sus puertas en un par de años reformado y actualizado. Ya en cada cual está la opinión y los temores sobre si conservará el espíritu que de siempre ha tenido o será ‘otra cosa’. Lo dejo a cada criterio personal. Siguen sin interesarme la política ni las cuitas empresariales. Yo me emocioné repetidas veces con esos trabajadores que, desinteresadamente, contribuyeron a SU película y me permitieron hacerla, incluso conviviendo en Navidad, algo que solo se puede ver en este filme. A ellos está dedicada y a toda la gente que lucha por su empleo.

Hace un año, la noche de su estreno en Benalmádena, el alcalde Juan Manuel Lara hablaba conmigo largamente antes de la proyección y me contaba las gestiones que se estaban haciendo para reflotar Tívoli. Pero no podíamos adelantar nada. Solo pude decir al público que llenó la sala que me constaba el esfuerzo por sacar adelante el parque. Pero suceda lo que suceda, la historia de estos hombres y mujeres luchadoras durante estos cinco años –y continúan allí, cuidando de todo, evitando el vandalismo- no puede permanecer en el olvido.

Que esta película contribuya a ello. Espero que os guste y os emocione tanto como a mí desde su ascetismo y sobriedad.

ENLACE PARA VER EL DOCUMENTAL: https://youtu.be/AyUvjHYDh8k


miércoles, 22 de octubre de 2025

«La vida de Chuck», una película que contiene multitudes de cine



En los tiempos que corren, lo mejor que te puede ocurrir cuando te sientas en una sala de cine es que la película te provoque sensaciones, altere tus sentidos y los saque de su estado habitual para causarte risa, llanto, anhelo, miedo, ofuscación…

Es lo que una película debe causar desde que el cine es cine. Pero los tiempos son tan planos, lo que vemos está tan a falto de sustancia, que cuando algo que ves te agita el interior, debemos mostrarnos agradecidos porque el producto haya cumplido su misión. Aunque tenga sus defectos, aunque no sea redondo, aunque las costuras en ocasiones dejen ver algún deshilachado o no sea un modelo griego de diez.

Eso es justamente lo que sucede con La vida de Chuck. Y eso, ya, la hace distinta, atrayente y sobre todo la convierte en una flecha dirigida al corazón, emponzoñada en su punta por una fórmula con elementos de alquimia muy potentes: un poco de Frank Capra y las esperanzas y amarguras de Qué bello es vivir; los musicales que nos avivaron el alma convirtiendo las calles en improvisados escenarios de inesperados bailes: Cantando bajo la lluvia, West Side Story, incluso La La Land o Grease. O un poco de matemáticas cuánticas y retazos de metafísica que han irrumpido en el cine con Christopher Nolan o el existencialismo de Kubrick plasmado en 2001 una odisea del espacio.

Todo eso, agitado y quizá en ocasiones eso sí, revuelto, es La vida de Chuck que, además, pertenece a un universo muy particular y complicado de trasladar a la pantalla como es el de Stephen King, muy dado a conceptos, ideas plasmadas en destellos cuando de escribir sobre lo fantástico se trata. El resplandor y su sentido, que Kubrick no logró trasladar correctamente en su película, o en este caso el concepto de «todo lo que habita en mi mente que constituye mi universo, que es el mundo en sí con millones de universos» reflejado en la vida de Chuck y basándose todo realmente en la frase del poema Canto a mí mismo de Walt Whitman.

Para entender esta película hay que despojarse de la racionalidad de los conceptos del espacio-tiempo por mucho que la película transite por varios raíles y uno de ellos sean las matemáticas aplicadas a la evolución. En este caso, al ocaso de un hombre anónimo, Charles Krantz. La vida de Chuck es un viaje al revés de un personaje metafórico presentado en pantalla como un hombre famoso, quizá un hombre de negocios, del que todos van sabiendo que se está muriendo con tan sólo 39 años pero a la vez el mundo desaparece: maremotos en California, la electricidad e internet dejan de funcionar y, en una de las secuencias más impresionantes de la película, las estrellas del cielo van apagándose una a una ante quienes van asumiendo que es el fin del mundo porque muere Chuck.

Aquí termina el primero de los tres actos de la película que, en los dos restantes y en sentido regresivo, nos contará ese momento en el que Chuck, convertido en un ejecutivo, rompe los moldes de un estirado enchaquetado que corre de un lado a otro por las calles porque se detiene ante una chica que se gana la vida tocando la batería. Suelta la maleta, se gira al compás, la chica empieza a cambiar los ritmos, ambos se acompasan, Chuck baila mientras la gente se agolpa y llama a una joven para que baile con él, una joven que minutos antes la ha dejado su novio por whatsapp, anda desesperada y se encuentra bailando con un desconocido que la dota de felicidad, de comprensión y de receptora de nuevos horizontes. Chuck es un monolito de Kubrick que en el primer acto irrumpe en el universo para ambos marcar el destino de la humanidad, Chuck es un monolito de Kubrick en el segundo acto cuando dota de dones y capacidades a seres que ven la luz y la vida cobra sentido porque fue creada para ese momento y Chuck es un monolito de Kubrick cuando en el tercer acto de la película descubre lo que descubre en aquel cuarto alto de la casa de sus abuelos y que resuelve todo lo ocurrido y lleva al protagonista a otra dimensión, a otro concepto de existencia viviendo conteniendo muchísimas cosas. «Dios mío, está lleno de estrellas… está lleno de cosas».

No os asusteis. La vida de Chuck no es una película metafísica ni surrealista. Es un original en su forma y profundo en contenido canto a la vida en tiempos en los que, además de cine, son necesarios motivos para vivir. Es una mirada interior a través de un personaje que es un niño con sus ilusiones y sus traumas, que es un adulto que necesita volver bailar porque eso le une a los recuerdos y a ser más querido, y que es la razón de ser de la humanidad porque en él se condensan los millones de universos de todos nosotros. Es una bellísima película con, eso sí, alguna irregularidad que otra en su tiempo narrativo, algún choque abrupto que sufre el espectador que al estar metido en lo trascendente se ve de repente envuelto por premisas adolescentes intrascendentes en las que se recrea mucho (demasiado baile con la chica mayor que él, demasiado protagonismo de la profesora de baile y algunos otros detalles) pero que nos hace sentir millones de sensaciones y de contradicciones en un nuevo ejemplo de cine solvente dirigido por Mike Flanagan, que ya demostró su buen hacer con Doctor sueño, que ha sido elogiado por Stephen King o William Friedkin y que ha pasado del terror de sus películas al existencialismo con grandes dosis de esperanza contenidos en La vida de chuck.

Videocrítica disponible, como siempre, en #UltimoEstreno a través de este enlace: https://youtu.be/ISo-LvB7wkc

viernes, 10 de octubre de 2025

Trevor Jones salva los muebles del MOSMA 2025. La necesidad de que la música de cine sea escuchada (festivales) y entendida (congresos)


Llega una de las fechas más esperadas por los aficionados a la música de cine: la anunciada para la celebración de una nueva edición del
Festival de Música de Cine de Málaga (MOSMA).

El problema comenzó a principios de octubre, cuando los organizadores revelaron la programación vendiendo que este año será especial porque se cumple una década desde la creación del festival. Y es que 'lo extraordinario' del anuncio no coincide con 'lo ordinario' de un elenco de compositores y actividades que respondan a lo que debe ser un aniversario. Ni siquiera a la altura de una edición que no sea conmemorativa de algo. Así que numerosos aficionados y algunos medios especializados en música cinematográfica no escatimaron en críticas a la hora de valorar la apuesta del MOSMA, que está a punto de empezar (del 24 al 26 de octubre) y ya iba tarde en dar a conocer su oferta para 2025.

En plena marejada de estos pasados días, el festival ha dado un golpe en la mesa. El jueves 9 de octubre, después de anunciar la programación, la organización revelaba que el compositor Trevor Jones se suma al cartel con un encuentro con el público en la mañana del sábado 25 -acceso gratuito- y la inclusión de varias de sus obras en el concierto que tendrá lugar por la tarde con bandas sonoras mayoritariamente recordatorias de compositores que han estado presentes en Málaga en ediciones anteriores. La presencia del músico que ha escrito 'El último mohicano', 'Máximo riesgo', 'Dentro del laberinto' o 'Excalibur' ha venido a salvar los muebles de un MOSMA muy tocado en estos días por la crítica.

Tengo la impresión de que traer a España a compositores extranjeros para que participen en estas iniciativas es, actualmente, muy complicado. Ni la economía, ni la situación político-social actual ni la disposición de los propios compositores es la misma que cuando hace años comenzaron estos extraordinarios eventos que han permitido escuchar música de cine en directo y además, conocer de primera mano las impresiones y la manera de trabajar de maestros reconocidos. Porque se echa de menos que, además de imbuirnos en la música, los festivales recobren o adquieran un carácter congresual, para que, durante los días de su celebración, se puedan dar clases magistrales con alumnos/aficionados inscritos, donde proliferen los apuntes, anotaciones, donde quienes están interesados en la música de cine aprendamos durante el día y por la noche nos deleiten los oídos. Parece que nos hemos quedado en las conciertos y, además, podemos dar las gracias ante las dificultades que muchos aficionados desconocen o, porqué no decirlo también, la gestión insuficiente y conformista en algunos casos de quienes organizan eventos de este calibre.

De todo ello os hablo en este programa/vídeo ya disponible en #UltimoEstreno y cada cual extraiga sus conclusiones.

ENLACE AL PROGRAMA: https://youtu.be/KLsjGq3ar2o

sábado, 4 de octubre de 2025

Arrinconando la cultura e imponiendo la IA: malos tiempos para el cine y la crítica


En apenas 24 horas, dos prestigiosos colegas de la información cinematográfica, Gerardo Sánchez y Juan Luis Sánchez,
han lamentado dos asuntos concernientes al cine: que la cultura cada vez importa menos en los medios y que la inteligencia artificial está creando monstruos tan reales que en breve se realizarán películas enteramente digitales. En medio de esta preocupación que a algunos nos carcome desde hace ya tiempo, el papel del periodista-crítico-analista cinematográfico es fundamental. Nos echan de los medios de comunicación, la gente nos sustituye por youtubers sin mayor capacidad que citar una ficha técnica con efectismos visuales en sus vídeos y hay quien erróneamente cree que somos cineastas frustrados, que es como decir que el (buen) periodista de política quiere ser político o que el (buen) profesional que analiza un partido de fútbol quiere ser futbolista.

Os dejo unas reflexiones al respecto en el último programa de #UltimoEstreno. Sí, digo bien, no es videocrítica ni reportaje: es un programa, para adentrarse en él y pensar sobre lo que comentan Gerardo y Juan Luis, de ahí su duración.
Aprovecho para decirles a ambos, y a quienes como profesionales aún sobreviven a todo lo que está ocurriendo, que vayan con la cabeza muy alta y se sientan absolutamente orgullosos de hablar y analizar cine. Porque somos necesarios para trasladarle al público los códigos que observamos (y oímos) en la pantalla y porque no, no tenemos intención alguna de hacer cine, para eso están ‘ellos’.

viernes, 26 de septiembre de 2025

La música en las películas de Robert Redford



Desde que el pasado 16 de septiembre nos dejara Robert Redford, las televisiones, plataformas y otros medios de difusión se han dedicado especialmente a recordar al icónico cineasta emitiendo algunas de sus películas o hablando sobre ellas en programas dedicados al cine.

«La música en las películas de Robert Redford» que os ofrezco en #UltimoEstreno va más allá de estos homenajes recurrentes, porque el videorreportaje que le dedicamos se centra también en aquellas bandas sonoras que acompañaron a películas reconocidas del actor, director y productor. Así, he seleccionado una quincena de filmes no solo por la importancia respecto a Redford, sino porque incluyen bandas sonoras que merecen la pena destacarse por el papel que desempeñan, la relevancia de sus compositores y, en definitiva, la destacada contribución que supusieron para la música de cine y por lo tanto para el cine. El recorrido cronológico servirá también para comprobar tanto la evolución de Robert Redford como de los compositores y sus propias músicas, comenzando por aquel John Barry de «La jauría humana» en 1966 hasta llegar a su estilo más identificativo con «Memorias de África« (1985) o «Una proposición indecente» (1993), sin olvidarnos de otros nombres de compositores muy allegados a la filmografía de Redford como Marvin Hamlisch, Dave Grusin o Mark Isham, que han musicalizado películas emblemáticas de Redford tanto actor como director.

La extraordinaria melancolía de «Jeremiah Johnson» con su canción, la serenidad y gravedad reflejada en la música sobria de David Shire para «Todos los hombres del presidente» (1976) o la aportación de los Newman (Randy y Thomas), el primero con el sinfonismo de su poderosa partitura para «El mejor» (1984) y el segundo con su marcado estilo en «El hombre que susurraba a los caballos» (1998) conforman otros atractivos de esta selección que culmina con los trabajos crespusculares de Robert Redford, uno de ellos en un curioso registro dentro del mundo de los superhéroes («Capitán América. El soldado de invierno» (2014), con banda sonora de Henry Jackman con fanfarria de superhéroe incluida) y su último filme como protagonista, «The Old Man & The Gun» (2018), con una partitura jazzística en la que Daniel Hart se desenvuelve solventemente para trazar las andanzas de un ladrón de bancos.

Con este homenaje musical, en el que en algunas escenas de varias películas podéis escuchar la voz original de Robert Redford, lo que espero especialmente es que os entren unas enormes ganas de verlas todas. ¡A disfrutar!
ENLACE AL VIDEORREPORTAJE:

miércoles, 24 de septiembre de 2025

Claudia Cardinale


Habrá decenas de imágenes icónicas y más personales del talento, y por supuesto la belleza, de Claudia Cardinale. Pero siempre que se me ha venido a la memoria la he recordado en el personaje de Jill y en las secuencias más corísticas de «Hasta que llegó su hora». Su presentación en el pueblo, cómo se apea del tren mirando a su alrededor, la cámara subjetiva y nerviosa mimetizando con el espectador por las calles polvorientas... O en el desenlace, su decidido caminar para llevar agua a los trabajadores tras la llegada del ferrocarril, que abre un nuevo tiempo, una nueva era en el lugar y en la vida de aquella mujer que huía de un pasado solo pincelado. No necesitamos más detalles.

Claro que, en todo esto, tiene mucho que ver la maravillosa brutalidad de Sergio Leone, cuya cámara sigue su trayecto aunque Jill entre en la estación, para mostrarnos todos los planos escénicos a través de la ventana, la eleve al cielo con una perspectiva general y nos lleve de la mano al desértico Flagstone. Y, especialmente, Ennio Morricone que, casi media hora después de iniciarse la película a base de sonidos y los primeros compases de la inquietante armónica, nos da la gran cachetada de magistralidad con el tema musical que siempre va a prevalecer sobre los demás por su significado: el de la señora Jill McBain. Sublime, con la voz de la soprano, que irrumpe como algo diametralmente distinto a lo que llevamos visto/oído hasta ese momento. Es la música de una heroína celestial, pero también de una mujer en soledad, de la melancolía pero también de la esperanza.

Y de repente, aquel cine de entonces se convierte en magia y te provoca dolor de tráquea como no dejes escapar la lágrima aunque los malhechores se tiroteen, el pueblo sea un lugar sucio mal trazado y aquella fantasía se extienda por casi tres horas. Hay más cine -y, por lo tanto, música de cine- en esos minutos que en películas enteras actuales. Y yo no quería que te murieras, Claudia, pero márchate con el consuelo de que tu ida servirá para rememorar que hubo un tiempo en el que las pantallas, tú y la intimidad inconfesa del cine de las sábanas blancas nos cambiaban la vida cada vez que os contemplábamos.

sábado, 20 de septiembre de 2025

«Sirat» y la manía de eternizar lo que vemos en pantalla



Quince minutos emplea Oliver Laxe en arrancar la película tras un eterno bailoteo de fumaos con música de esa que llaman 'raven' en un concierto en el desierto marroquí.

Un minuto enseñándonos a uno de ellos rozándose con un altavoz de su tamaño como perro en celo. Justo a la media hora aparece el título del filme en pantalla.

Tres minutos de saltos con chimpum chimpum delante de dos bafles montados en pleno arenal antes de dar carpetazo a la pandilla basurilla con la 'genial' idea de un campo de minas.
A todo esto, niño con perro en la mochila. Recurso que no falla.

¿#Sirat es una mala película? No tanto. ¿Es buena? Tampoco. Es uno de los millones de ejemplos del onanismo de los directores que en dos horas nos alargan soporíferamente cosas que se deben contar con el dinamismo que requiere el cine. Secuencias interminables, escenas alargadas, a lo que en este caso concreto no ayuda una música monolítica, machacona que no aporta narrativa alguna sino que se utiliza como hilo de coser entre secuencias y además cortado toscamente. Que sí, que ese es el estilo musical que requiere la historia, que hasta ahí llego. Pero no comprendo su uso tan caótico y desacertado.

No sucede nada. No hay final concluyente. Miro el reloj ya en el primer cuarto de hora. Me ausento. Y seguirán creyendo que, por rodar las mismas cosas durante minutos y minutos y dejarlas en el montaje, nos cuentan acertadamente lo que nos quieren decir, en un ejercicio más de directores encantados de conocerse cuyas cosas las envían a competir al más alto nivel.

Vaya futuro -ya presente- tiene el cine. Y qué cuesta estar al pie del cañón ante tantas cosas inanes. Pero ese es otro tema para más adelante.

Enlace a la videocrítica en el canal #UltimoEstreno pinchando aquí.