miércoles, 24 de septiembre de 2025

Claudia Cardinale


Habrá decenas de imágenes icónicas y más personales del talento, y por supuesto la belleza, de Claudia Cardinale. Pero siempre que se me ha venido a la memoria la he recordado en el personaje de Jill y en las secuencias más corísticas de «Hasta que llegó su hora». Su presentación en el pueblo, cómo se apea del tren mirando a su alrededor, la cámara subjetiva y nerviosa mimetizando con el espectador por las calles polvorientas... O en el desenlace, su decidido caminar para llevar agua a los trabajadores tras la llegada del ferrocarril, que abre un nuevo tiempo, una nueva era en el lugar y en la vida de aquella mujer que huía de un pasado solo pincelado. No necesitamos más detalles.

Claro que, en todo esto, tiene mucho que ver la maravillosa brutalidad de Sergio Leone, cuya cámara sigue su trayecto aunque Jill entre en la estación, para mostrarnos todos los planos escénicos a través de la ventana, la eleve al cielo con una perspectiva general y nos lleve de la mano al desértico Flagstone. Y, especialmente, Ennio Morricone que, casi media hora después de iniciarse la película a base de sonidos y los primeros compases de la inquietante armónica, nos da la gran cachetada de magistralidad con el tema musical que siempre va a prevalecer sobre los demás por su significado: el de la señora Jill McBain. Sublime, con la voz de la soprano, que irrumpe como algo diametralmente distinto a lo que llevamos visto/oído hasta ese momento. Es la música de una heroína celestial, pero también de una mujer en soledad, de la melancolía pero también de la esperanza.

Y de repente, aquel cine de entonces se convierte en magia y te provoca dolor de tráquea como no dejes escapar la lágrima aunque los malhechores se tiroteen, el pueblo sea un lugar sucio mal trazado y aquella fantasía se extienda por casi tres horas. Hay más cine -y, por lo tanto, música de cine- en esos minutos que en películas enteras actuales. Y yo no quería que te murieras, Claudia, pero márchate con el consuelo de que tu ida servirá para rememorar que hubo un tiempo en el que las pantallas, tú y la intimidad inconfesa del cine de las sábanas blancas nos cambiaban la vida cada vez que os contemplábamos.

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