Steven Spielberg es un tipo al que, perdonándole su compulsiva obsesión por reflejar sus traumas infantiles en los insoportables niños de sus películas, siempre hay que prestarle atención y ver lo que dirige. Hasta mierdas alimenticias como 'El mundo perdido' tiene momentos sublimes, porque cuando en el cine se manejan las transiciones como lo hace él se demuestra que hay mucho talento en su cabeza.
La transición del humo de la vela con el de la locomotora del inicio de 'La lista de Schindler' es más conocida y además estamos hablando de una enorme película, pero hay truños como la segunda de lo del jurásico que solo por algunos momentos merece la pena aguantarla entera.
Y así, tenemos nada más comenzar a la familia pija que hace la paradita con su yate en la isla. La niña se aleja para jugar hasta encontrar a un pequeño bichito que en segundos se convierte en una buena patulea y, al grito de la pequeña, acuden los padres y la tripulación. Spielberg nos pone a la madre ante la cámara pegando un grito aterrador ante lo que ve y el siguiente plano da inicio a una nueva secuencia: ahí está el tío, Jeff Goldblum, bostezando con palmeritas al fondo en una estación subterránea y el chillido de la señora convertido en el chirriar del metro.
Un grandioso
divertimento
spielbergiano de unos segundos en los que seguramente Michael Kahn estaría preguntándose en voz baja en qué película lo habría visto Spielberg cuando aun tenía barrillos. #UltimoEstreno
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