
Las televisiones locales se han transformado en productos costosísimos que, conforme avanza el tiempo, se descubren como agujeros negros en las economías municipales. Estoy convencido de que el ejemplo de los desmanes en Jerez es sólo uno más en una buena parte de las ciudades con estos medios. Los entes de esta naturaleza comenzaron prestando un servicio útil al ciudadano, que regularmente estaba enterado de lo que sucedía al minuto en Irak pero desconocía qué ocurría en su barrio. La idea era buena, como se dice al uso de la frase tópica. Conforme transcurrió el tiempo, se han venido convirtiendo en vehículos de promoción de los gobiernos municipales y la imaginación, modestia, buenhacer y ejemplo de olfato periodístico que deberían ser han dado paso a despilfarros, delirios salariales -siempre de sus directivos, no de locutores, cámaras y técnicos en general y mucho menos colaboradores- y un paulatino decrecimiento en el share que marca la audiencia. Por lo tanto, es conveniente y urgente replantear el asunto, en el que nadie da ejemplo de tino: o nos encontramos mamotréticos ejemplos como Onda Jerez o televisiones cutres ilegales que emiten impunemente, dejando además por los suelos la imagen de la ciudad desde donde emiten.
Exactamente.
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