miércoles, 7 de septiembre de 2011

'La piel que habito'

"Yo no soy tu madre; solamente te parí". (Marisa Paredes en 'La piel que habito').

Qué lejos quedan las aventuras desmadradas de Pepi, Luci Bom y otras chicas del montón. Pero el comentario es fácil y adolece de alcance comparativo real si de lo que se trata es de destacar la excelente madurez de la que hace gala Pedro Almodóvar conforme avanza su carrera. Bien pudiéramos mirar a 'La piel que habito' en otros espejos, como por ejemplo 'Átame'. Daría mi modesto reino por ver ese filme hecho por el manchego hoy día.

Lo que ha rodado Almodóvar ahora es una revisitación frankensteiniana con aderezos del filme que también protagonizó Antonio Banderas, que ahora cuenta con Elena Anaya sin irle a la zaga a Victoria Abril; una extraordinaria vuelta de tuerca que mira al futuro con los razonamientos médicos expuestos, aparentemente grotestos en su desarrollo -especialmente en la última hora del filme- pero cinematográficamente excepcional. El cineasta más interesante de cuantos ruedan hoy en España acata los convencionalismos formales de otro tipo de cine distinto al suyo, de ahí esa 'americanaza' exposición del cirujano Robert Ledgard ante la comunidad de doctores, y sin necesidad de acudir a sus personajes, la formalidad del propio director al hacer de bisagra crucial en su filme una venganza nacida en una fiesta con escaso peso original. Pero todo queda borrado del subconsciente crítico del espectador ante el arrebatador almodóvar visual o sinóptico, ante embriagadores fotogramas de cuerpos rotos componiendo la escena, de Elena Anaya sobre la mesa de operaciones mientras su 'creador' dispone las vendas apoyando su locura en las extraordinarias notas de Alberto Iglesias que ha ganado enteros al componer una partitura que muestra un diáfano giro de su estilo al minimalismo Glassiano en numerosos momentos de la acción.

No se puede escribir más de 'La piel que habito' porque es un filme para visionarlo con los ojos y el sentido vírgenes, sin que nadie desvele lo que viene aconteciendo en una fascinante película que culmina con un final al que pedimos más y en el que, junto con los créditos, tendremos que esforzarnos para que no nos nublen flashes del cine de Cronenberg o incluso del terror más clásico, pasando por Tarantino y cómo no: el propio Almodóvar.

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