miércoles, 22 de octubre de 2025

«La vida de Chuck», una película que contiene multitudes de cine



En los tiempos que corren, lo mejor que te puede ocurrir cuando te sientas en una sala de cine es que la película te provoque sensaciones, altere tus sentidos y los saque de su estado habitual para causarte risa, llanto, anhelo, miedo, ofuscación…

Es lo que una película debe causar desde que el cine es cine. Pero los tiempos son tan planos, lo que vemos está tan a falto de sustancia, que cuando algo que ves te agita el interior, debemos mostrarnos agradecidos porque el producto haya cumplido su misión. Aunque tenga sus defectos, aunque no sea redondo, aunque las costuras en ocasiones dejen ver algún deshilachado o no sea un modelo griego de diez.

Eso es justamente lo que sucede con La vida de Chuck. Y eso, ya, la hace distinta, atrayente y sobre todo la convierte en una flecha dirigida al corazón, emponzoñada en su punta por una fórmula con elementos de alquimia muy potentes: un poco de Frank Capra y las esperanzas y amarguras de Qué bello es vivir; los musicales que nos avivaron el alma convirtiendo las calles en improvisados escenarios de inesperados bailes: Cantando bajo la lluvia, West Side Story, incluso La La Land o Grease. O un poco de matemáticas cuánticas y retazos de metafísica que han irrumpido en el cine con Christopher Nolan o el existencialismo de Kubrick plasmado en 2001 una odisea del espacio.

Todo eso, agitado y quizá en ocasiones eso sí, revuelto, es La vida de Chuck que, además, pertenece a un universo muy particular y complicado de trasladar a la pantalla como es el de Stephen King, muy dado a conceptos, ideas plasmadas en destellos cuando de escribir sobre lo fantástico se trata. El resplandor y su sentido, que Kubrick no logró trasladar correctamente en su película, o en este caso el concepto de «todo lo que habita en mi mente que constituye mi universo, que es el mundo en sí con millones de universos» reflejado en la vida de Chuck y basándose todo realmente en la frase del poema Canto a mí mismo de Walt Whitman.

Para entender esta película hay que despojarse de la racionalidad de los conceptos del espacio-tiempo por mucho que la película transite por varios raíles y uno de ellos sean las matemáticas aplicadas a la evolución. En este caso, al ocaso de un hombre anónimo, Charles Krantz. La vida de Chuck es un viaje al revés de un personaje metafórico presentado en pantalla como un hombre famoso, quizá un hombre de negocios, del que todos van sabiendo que se está muriendo con tan sólo 39 años pero a la vez el mundo desaparece: maremotos en California, la electricidad e internet dejan de funcionar y, en una de las secuencias más impresionantes de la película, las estrellas del cielo van apagándose una a una ante quienes van asumiendo que es el fin del mundo porque muere Chuck.

Aquí termina el primero de los tres actos de la película que, en los dos restantes y en sentido regresivo, nos contará ese momento en el que Chuck, convertido en un ejecutivo, rompe los moldes de un estirado enchaquetado que corre de un lado a otro por las calles porque se detiene ante una chica que se gana la vida tocando la batería. Suelta la maleta, se gira al compás, la chica empieza a cambiar los ritmos, ambos se acompasan, Chuck baila mientras la gente se agolpa y llama a una joven para que baile con él, una joven que minutos antes la ha dejado su novio por whatsapp, anda desesperada y se encuentra bailando con un desconocido que la dota de felicidad, de comprensión y de receptora de nuevos horizontes. Chuck es un monolito de Kubrick que en el primer acto irrumpe en el universo para ambos marcar el destino de la humanidad, Chuck es un monolito de Kubrick en el segundo acto cuando dota de dones y capacidades a seres que ven la luz y la vida cobra sentido porque fue creada para ese momento y Chuck es un monolito de Kubrick cuando en el tercer acto de la película descubre lo que descubre en aquel cuarto alto de la casa de sus abuelos y que resuelve todo lo ocurrido y lleva al protagonista a otra dimensión, a otro concepto de existencia viviendo conteniendo muchísimas cosas. «Dios mío, está lleno de estrellas… está lleno de cosas».

No os asusteis. La vida de Chuck no es una película metafísica ni surrealista. Es un original en su forma y profundo en contenido canto a la vida en tiempos en los que, además de cine, son necesarios motivos para vivir. Es una mirada interior a través de un personaje que es un niño con sus ilusiones y sus traumas, que es un adulto que necesita volver bailar porque eso le une a los recuerdos y a ser más querido, y que es la razón de ser de la humanidad porque en él se condensan los millones de universos de todos nosotros. Es una bellísima película con, eso sí, alguna irregularidad que otra en su tiempo narrativo, algún choque abrupto que sufre el espectador que al estar metido en lo trascendente se ve de repente envuelto por premisas adolescentes intrascendentes en las que se recrea mucho (demasiado baile con la chica mayor que él, demasiado protagonismo de la profesora de baile y algunos otros detalles) pero que nos hace sentir millones de sensaciones y de contradicciones en un nuevo ejemplo de cine solvente dirigido por Mike Flanagan, que ya demostró su buen hacer con Doctor sueño, que ha sido elogiado por Stephen King o William Friedkin y que ha pasado del terror de sus películas al existencialismo con grandes dosis de esperanza contenidos en La vida de chuck.

Videocrítica disponible, como siempre, en #UltimoEstreno a través de este enlace: https://youtu.be/ISo-LvB7wkc

viernes, 10 de octubre de 2025

Trevor Jones salva los muebles del MOSMA 2025. La necesidad de que la música de cine sea escuchada (festivales) y entendida (congresos)


Llega una de las fechas más esperadas por los aficionados a la música de cine: la anunciada para la celebración de una nueva edición del
Festival de Música de Cine de Málaga (MOSMA).

El problema comenzó a principios de octubre, cuando los organizadores revelaron la programación vendiendo que este año será especial porque se cumple una década desde la creación del festival. Y es que 'lo extraordinario' del anuncio no coincide con 'lo ordinario' de un elenco de compositores y actividades que respondan a lo que debe ser un aniversario. Ni siquiera a la altura de una edición que no sea conmemorativa de algo. Así que numerosos aficionados y algunos medios especializados en música cinematográfica no escatimaron en críticas a la hora de valorar la apuesta del MOSMA, que está a punto de empezar (del 24 al 26 de octubre) y ya iba tarde en dar a conocer su oferta para 2025.

En plena marejada de estos pasados días, el festival ha dado un golpe en la mesa. El jueves 9 de octubre, después de anunciar la programación, la organización revelaba que el compositor Trevor Jones se suma al cartel con un encuentro con el público en la mañana del sábado 25 -acceso gratuito- y la inclusión de varias de sus obras en el concierto que tendrá lugar por la tarde con bandas sonoras mayoritariamente recordatorias de compositores que han estado presentes en Málaga en ediciones anteriores. La presencia del músico que ha escrito 'El último mohicano', 'Máximo riesgo', 'Dentro del laberinto' o 'Excalibur' ha venido a salvar los muebles de un MOSMA muy tocado en estos días por la crítica.

Tengo la impresión de que traer a España a compositores extranjeros para que participen en estas iniciativas es, actualmente, muy complicado. Ni la economía, ni la situación político-social actual ni la disposición de los propios compositores es la misma que cuando hace años comenzaron estos extraordinarios eventos que han permitido escuchar música de cine en directo y además, conocer de primera mano las impresiones y la manera de trabajar de maestros reconocidos. Porque se echa de menos que, además de imbuirnos en la música, los festivales recobren o adquieran un carácter congresual, para que, durante los días de su celebración, se puedan dar clases magistrales con alumnos/aficionados inscritos, donde proliferen los apuntes, anotaciones, donde quienes están interesados en la música de cine aprendamos durante el día y por la noche nos deleiten los oídos. Parece que nos hemos quedado en las conciertos y, además, podemos dar las gracias ante las dificultades que muchos aficionados desconocen o, porqué no decirlo también, la gestión insuficiente y conformista en algunos casos de quienes organizan eventos de este calibre.

De todo ello os hablo en este programa/vídeo ya disponible en #UltimoEstreno y cada cual extraiga sus conclusiones.

ENLACE AL PROGRAMA: https://youtu.be/KLsjGq3ar2o

sábado, 4 de octubre de 2025

Arrinconando la cultura e imponiendo la IA: malos tiempos para el cine y la crítica


En apenas 24 horas, dos prestigiosos colegas de la información cinematográfica, Gerardo Sánchez y Juan Luis Sánchez,
han lamentado dos asuntos concernientes al cine: que la cultura cada vez importa menos en los medios y que la inteligencia artificial está creando monstruos tan reales que en breve se realizarán películas enteramente digitales. En medio de esta preocupación que a algunos nos carcome desde hace ya tiempo, el papel del periodista-crítico-analista cinematográfico es fundamental. Nos echan de los medios de comunicación, la gente nos sustituye por youtubers sin mayor capacidad que citar una ficha técnica con efectismos visuales en sus vídeos y hay quien erróneamente cree que somos cineastas frustrados, que es como decir que el (buen) periodista de política quiere ser político o que el (buen) profesional que analiza un partido de fútbol quiere ser futbolista.

Os dejo unas reflexiones al respecto en el último programa de #UltimoEstreno. Sí, digo bien, no es videocrítica ni reportaje: es un programa, para adentrarse en él y pensar sobre lo que comentan Gerardo y Juan Luis, de ahí su duración.
Aprovecho para decirles a ambos, y a quienes como profesionales aún sobreviven a todo lo que está ocurriendo, que vayan con la cabeza muy alta y se sientan absolutamente orgullosos de hablar y analizar cine. Porque somos necesarios para trasladarle al público los códigos que observamos (y oímos) en la pantalla y porque no, no tenemos intención alguna de hacer cine, para eso están ‘ellos’.

viernes, 26 de septiembre de 2025

La música en las películas de Robert Redford



Desde que el pasado 16 de septiembre nos dejara Robert Redford, las televisiones, plataformas y otros medios de difusión se han dedicado especialmente a recordar al icónico cineasta emitiendo algunas de sus películas o hablando sobre ellas en programas dedicados al cine.

«La música en las películas de Robert Redford» que os ofrezco en #UltimoEstreno va más allá de estos homenajes recurrentes, porque el videorreportaje que le dedicamos se centra también en aquellas bandas sonoras que acompañaron a películas reconocidas del actor, director y productor. Así, he seleccionado una quincena de filmes no solo por la importancia respecto a Redford, sino porque incluyen bandas sonoras que merecen la pena destacarse por el papel que desempeñan, la relevancia de sus compositores y, en definitiva, la destacada contribución que supusieron para la música de cine y por lo tanto para el cine. El recorrido cronológico servirá también para comprobar tanto la evolución de Robert Redford como de los compositores y sus propias músicas, comenzando por aquel John Barry de «La jauría humana» en 1966 hasta llegar a su estilo más identificativo con «Memorias de África« (1985) o «Una proposición indecente» (1993), sin olvidarnos de otros nombres de compositores muy allegados a la filmografía de Redford como Marvin Hamlisch, Dave Grusin o Mark Isham, que han musicalizado películas emblemáticas de Redford tanto actor como director.

La extraordinaria melancolía de «Jeremiah Johnson» con su canción, la serenidad y gravedad reflejada en la música sobria de David Shire para «Todos los hombres del presidente» (1976) o la aportación de los Newman (Randy y Thomas), el primero con el sinfonismo de su poderosa partitura para «El mejor» (1984) y el segundo con su marcado estilo en «El hombre que susurraba a los caballos» (1998) conforman otros atractivos de esta selección que culmina con los trabajos crespusculares de Robert Redford, uno de ellos en un curioso registro dentro del mundo de los superhéroes («Capitán América. El soldado de invierno» (2014), con banda sonora de Henry Jackman con fanfarria de superhéroe incluida) y su último filme como protagonista, «The Old Man & The Gun» (2018), con una partitura jazzística en la que Daniel Hart se desenvuelve solventemente para trazar las andanzas de un ladrón de bancos.

Con este homenaje musical, en el que en algunas escenas de varias películas podéis escuchar la voz original de Robert Redford, lo que espero especialmente es que os entren unas enormes ganas de verlas todas. ¡A disfrutar!
ENLACE AL VIDEORREPORTAJE:

miércoles, 24 de septiembre de 2025

Claudia Cardinale


Habrá decenas de imágenes icónicas y más personales del talento, y por supuesto la belleza, de Claudia Cardinale. Pero siempre que se me ha venido a la memoria la he recordado en el personaje de Jill y en las secuencias más corísticas de «Hasta que llegó su hora». Su presentación en el pueblo, cómo se apea del tren mirando a su alrededor, la cámara subjetiva y nerviosa mimetizando con el espectador por las calles polvorientas... O en el desenlace, su decidido caminar para llevar agua a los trabajadores tras la llegada del ferrocarril, que abre un nuevo tiempo, una nueva era en el lugar y en la vida de aquella mujer que huía de un pasado solo pincelado. No necesitamos más detalles.

Claro que, en todo esto, tiene mucho que ver la maravillosa brutalidad de Sergio Leone, cuya cámara sigue su trayecto aunque Jill entre en la estación, para mostrarnos todos los planos escénicos a través de la ventana, la eleve al cielo con una perspectiva general y nos lleve de la mano al desértico Flagstone. Y, especialmente, Ennio Morricone que, casi media hora después de iniciarse la película a base de sonidos y los primeros compases de la inquietante armónica, nos da la gran cachetada de magistralidad con el tema musical que siempre va a prevalecer sobre los demás por su significado: el de la señora Jill McBain. Sublime, con la voz de la soprano, que irrumpe como algo diametralmente distinto a lo que llevamos visto/oído hasta ese momento. Es la música de una heroína celestial, pero también de una mujer en soledad, de la melancolía pero también de la esperanza.

Y de repente, aquel cine de entonces se convierte en magia y te provoca dolor de tráquea como no dejes escapar la lágrima aunque los malhechores se tiroteen, el pueblo sea un lugar sucio mal trazado y aquella fantasía se extienda por casi tres horas. Hay más cine -y, por lo tanto, música de cine- en esos minutos que en películas enteras actuales. Y yo no quería que te murieras, Claudia, pero márchate con el consuelo de que tu ida servirá para rememorar que hubo un tiempo en el que las pantallas, tú y la intimidad inconfesa del cine de las sábanas blancas nos cambiaban la vida cada vez que os contemplábamos.

sábado, 20 de septiembre de 2025

«Sirat» y la manía de eternizar lo que vemos en pantalla



Quince minutos emplea Oliver Laxe en arrancar la película tras un eterno bailoteo de fumaos con música de esa que llaman 'raven' en un concierto en el desierto marroquí.

Un minuto enseñándonos a uno de ellos rozándose con un altavoz de su tamaño como perro en celo. Justo a la media hora aparece el título del filme en pantalla.

Tres minutos de saltos con chimpum chimpum delante de dos bafles montados en pleno arenal antes de dar carpetazo a la pandilla basurilla con la 'genial' idea de un campo de minas.
A todo esto, niño con perro en la mochila. Recurso que no falla.

¿#Sirat es una mala película? No tanto. ¿Es buena? Tampoco. Es uno de los millones de ejemplos del onanismo de los directores que en dos horas nos alargan soporíferamente cosas que se deben contar con el dinamismo que requiere el cine. Secuencias interminables, escenas alargadas, a lo que en este caso concreto no ayuda una música monolítica, machacona que no aporta narrativa alguna sino que se utiliza como hilo de coser entre secuencias y además cortado toscamente. Que sí, que ese es el estilo musical que requiere la historia, que hasta ahí llego. Pero no comprendo su uso tan caótico y desacertado.

No sucede nada. No hay final concluyente. Miro el reloj ya en el primer cuarto de hora. Me ausento. Y seguirán creyendo que, por rodar las mismas cosas durante minutos y minutos y dejarlas en el montaje, nos cuentan acertadamente lo que nos quieren decir, en un ejercicio más de directores encantados de conocerse cuyas cosas las envían a competir al más alto nivel.

Vaya futuro -ya presente- tiene el cine. Y qué cuesta estar al pie del cañón ante tantas cosas inanes. Pero ese es otro tema para más adelante.

Enlace a la videocrítica en el canal #UltimoEstreno pinchando aquí.

viernes, 19 de septiembre de 2025

David Gilmour y su circo máximo


A diferencia del resto de los mortales, jamás desearía ver juntos nuevamente a David Gilmour y
a Roger Waters como Pink Floyd. La irreconciabilidad entre ambos ha enriquecido la música del género, creando, cada uno por su lado, temas que mantienen vivo un estilo de música a pesar de los embates provocados por la basura que se hace hoy día.

El tiempo ha sido tan sabio que nos dio grandísimos temas creados por la banda para su época. Demasiado tiempo estuvieron juntos para como son no solo en sus caracteres, sino en sus conceptualidades musicales, aunque los incluyamos en un mismo campo. Waters átono, con su música lastimera, maravillosamente sucia, su voz truncada, su atormentado intimismo que lo persigue como fantasma de sus traumas, a veces tan tóxico y siempre tan necesario para crear, en su caso, y puro goce para nosotros. Gilmour, más armónico, con riffs interminables que enriquece hasta hacer maravillosamente eternos los finales de sus canciones, con la elegancia conceptual elevada a la máxima expresión. Dos tipos tan distintos que de sus diferencias musicales desde su génesis parieron obras inmortales de la música. Ahora, o mejor, dicho, desde hace ya nada menos que cuatro décadas, nos regalan lo mejor de sus egos.

El pasado 17 de septiembre disfruté en el cine con el documental grabado en octubre. Gilmour y su banda (muero con Charley Webb y su ukelele, sorry) ofrecieron un monumental concierto en el Circo Máximo de Roma ante casi 20.000 personas. Como es frecuente últimamente, se comete el error de llamar documental a todo y, con la excepción de algunos minutos iniciales, la película es prácticamente en su totalidad eso: un concierto. El espectáculo acaecido en este singular recinto. «David Gilmour Live at the Circus Maximus, Rome» se ofrece en cines solo los días 17 y 21 de septiembre. El pasado julio le tocó el turno a Roger Waters, cuando se estrenó «Roger Waters This Is Not A Drill Live From Prague», la cuidada filmación del concierto que ofreció en la capital checa en 2023.

Para los amantes del morbo, decir que en taquilla parece ir ganando Gilmour, al menos en mi apreciación: ayer la sala de los Cines Yelmo de Jerez (Cádiz) presentaba mucho más público que hace dos meses con la cinta de Waters. Pero lo importante es el contenido en pantalla.

Quédense con varios apuntes al respecto: si buscan muchos temas musicales de Pink Floyd en Gilmour, saldrán decepcionados. El fenomenal guitarrista reivindica lo que ha sido capaz de componer en todos estos años sin recurrir al pasado, cosa que sí hace Waters aunque... qué puñetas, la mayor parte de la obra de Pink Floyd la escribió él. Pero derechos de autor aparte, Gilmour parece empeñado en refrendar su creatividad mientras Waters se encierra en su pasado dándole pinceladas de sus discos con el brillo que le otorgan algunos temas de «Is This the Life We Really Want?», su último trabajo publicado. Al final, las desavenencias son alargadas y lastimeras. Curiosamente, «Roger Waters This Is Not A Drill Live From Prague» comienza sobre el escenario con la icónica «Comfortably Numb» de «The Wall» versionada con mayor dosis de intimidad por Waters, pero de la que suprime el apoteósico final del tema con guitarra que le concedió media inmortalidad a Gilmour. Y el guitarrista, por su parte, apenas da concesiones a la obra cumbre de Waters con el grupo, «The Wall», sobre el que pasa de soslayo y con el que culmina su espectáculo con... «Comfortably Numb» y su guitarra en todo su esplendor. En el resto de las dos horas y media, ni rastro.

Ojalá sigan dándonos lo mejor de sí mismos a pesar de alcanzar ambos una edad octogenaria y su imposible, e innecesaria, reconciliación.