martes, 18 de diciembre de 2012

Esperanza

Buenos días, madre.

Es curioso. Hace años que dejé de celebrar los santos marcados en el calendario. Cuando el 19 de marzo era una fecha para reunir a la familia en torno al nombre más entrañable del santoral cristiano, prestaba especial y emocionada atención a su llegada, siempre inmersa en la Cuaresma, a veces en tempraneras Semanas Santas. Los tiempos cambian y sustituyeron la fiesta del patriarca por otras de coyunturales intereses políticos, lo que vino a constituirse en un empujón más hacia el desarraigo familiar cristiano y el apego a merodear por los centros comerciales antes y después, con excusas como la del Día del Padre.

Entonces comencé a hacer un paulatino caso omiso a los nombres de la gente hasta que las celebraciones por las onomásticas ya no las vivo y el recuerdo observando el calendario apenas es testimonial. Y te decía que es curioso porque, aun renegando obligadamente de conmemorar nuestros nombres, jamás me he olvidado de Ti cada 18 de diciembre. No sé qué haces para que sea la única fecha onomástica del año que, desde mucho tiempo antes, tenga marcada indeleble en el calendario de mi mente.

Verás... En San Fernando no pertenezco a las hermandades que tienen tu nombre como advocación mariana. Mi Virgen se llama Piedad, que eres Tú misma versionada por las manos de Luis Álvarez Duarte. De modo que no encuentro razón para considerar el 18 de diciembre como uno de los días más señalados del año. Pero como las cosas de la fe no se explican sino que se viven, tampoco trato de buscar lógica a esta desazón por lo paradójico y nunca por sentirme molesto.

Yo no falto a mi cita contigo cada Viernes de Dolores, lo sabes, pero el día de tu santo no parece que lo marque el destino para un reencuentro entre madre e hijo. El año pasado se nos cruzó un perro por la autopista, ¿recuerdas? Íbamos a verte aquella mañana fría de prolegómeno navideño y el accidente truncó el camino hasta San Gil, aunque en la distancia te dimos las gracias porque el único malparado fue el pobre animal. Y el coche, claro, traducido en euros.

Este año estoy aquí, sentado en mi despacho, que es la forma rimbombante de decir la habitación de mi casa donde me rodean mis periódicos, ordenadores, estanterías con miles de bandas sonoras, libros, cuadros de agradecimiento... Tampoco puedo ir a verte, y para qué te voy a mentir, ya no es cuestión de trabajo, que lo es, sino de otro asunto. Es cuando me viene la envidia, nunca sana, y añoro vivir en un rinconcito de la calle Feria para bajar y en cinco minutos sentarme en un banco de los del Viernes de Dolores a hablarte. Que hoy día no existen las distancias es una verdad a medias, es decir, la peor de las mentiras, y visitarte significa un coste que no tengo. Creo que el tren de ida y vuelta apenas supone treinta euros. Treinta euros... Todo un mundo si no tienes nómina mensual asegurada. Además, un poquito más de esa cantidad Te prometí hace poco que iría para un lugar que lo necesitan más que yo la satisfacción de verte, y mira que eso es difícil. Así que no puedo faltar a mi promesa por más tiempo y en cuanto los tenga se los doy a quienes Tú y yo sabemos.

Y yo me quedaré sin verte hoy, pero no sin rezarte, sin pedirte. Sin rogarte que alejes la negatividad que me rodea, sin implorarte un trabajo para Aurora, sin obviar la necesidad de que tu gracia plena reviva espiritualmente a quienes tengo cerca, sin exhortarte a que vean la luz los pequeños planes que nos salvarán del indefectible día a día. No puedo dejar pasar el 18 de diciembre no sólo para rezarte, sino también para preguntarte con la confianza que me da haberte visto desde que nací, reflejarme en tus ojos desde que crecí, sentirme parte tuya tras tantos años de plegarias confesadas en nuestra intimidad. Te pregunto sobre lo que cuesta encontrar respuesta del porqué a tanta maldad humana, tantos atriles para golpearse el pecho vacío, tanto odio en quienes hacen daño sin importar la razón, tanta conveniencia cobarde, tanta mentira e injusticia... Te pregunto de qué van estos que dicen practicar la caridad como cheque en blanco para hacer lo que quieran, sin que nadie les advierta que el mensaje de tu hijo se distingue precisamente de los demás porque Él vino a sacrificar su vida por la justicia social, no por la caridad. El mundo necesita justicia, no compasión. El ser humano reclama dignidad, no la argamasa que oculte el hueco de la necesidad en un muro en el que no hay material suficiente para pulirlo. Los hombres tienen un imperioso deber de levantarse contra el poder diabólico establecido como hizo Jesús ante los dirigentes políticos y religiosos, no dejar la hogaza de pan en la bandeja del tullido mientras te fotografían. No habrá suficientes chuscos para dar de comer al hambriento ni habrá justicia social si no ayudamos a la conversión de los corazones y los ponemos del lado más diáfano del necesitado, comprometiéndonos con el mensaje directo y reivindicativo del Jesús más humano.

Dame luz y esperanza, Señora. Me pregunto qué sucederá, quiénes seguirán con nosotros y quiénes nos dejarán, qué acontecimientos ocurrirán en este convulso mundo hasta que pueda verte en tu camarín o en tu paso. El miedo, la incertidumbre, seguro estoy que te llega a centenar y medio de kilómetros. Haz todo lo posible para que dentro de poco pueda ir a contemplarte. Te prometo hacerlo yo también.

Felicidades, madre.

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