miércoles, 23 de septiembre de 2009

'Malditos bastardos': peliculón



Peliculón. Para qué vamos a andarnos por las ramas. Lo último que ha rodado Quentin Tarantino es una gozada, de lo mejor del año y más allá del calendario. Se comporta injustamente quien pueda calificarla de efectista y exponente de otra vuelta de tuerca del lado 'gore' del director, porque olvidan el cine que atesora cada secuencia, cada plano de Malditos bastardos. Dos horas y media como un relámpago y maestría en el 'tempo' narrativo: una veintena de minutos de lujo en una taberna en la que nos mordemos las uñas esperando que se le agote la paciencia a tres de los bastardos en cuya reunión para urdir la venganza se les planta en la mesa un oficial de la Gestapo; una espera con grandes dosis de ansiedad para conocer la pinta del 'bateador' que sale de la cueva para 'acariciar' al aleman "que quiere morir por su país", tal y como dice jocosamente Brad Pitt, incomensurable en la fiesta del estreno cinematográfico al que acude el mismísimo führer. Pitt es la deliciosa distorsión, en esa memorable media hora final del filme, de Errol Flynn o Clark Gable. Y el drama en la cabina de proyección, como preludio del apocalipsis coral que les espera al resto de espectadores nazis, se convierten en diáfanos exponentes de la mejor obra con diferencia de Tarantino, una consideración que no es gratuita porque jamás fui un seguidor acérrimo de su obra. Lo conocí en el Festival de Sitges en 1996, cuando acudió como productor de Tú asesina que nosotras limpiamos la sangre, estúpido título en español de Curdled, dirigida por un joven Red Braddock. Allí le dije que esa pequeña peliculita que había producido me gustaba más que su Pulp Fiction, qué le vamos a hacer.

Peliculón. Lo repito. Y atención al uso de la música, con la profusa presencia de Ennio Morricone, además de David Bowie, el propio Elmer Bernstein,... Mélanie Laurent vestida de rojo aguardando en la ventana el momento de su 'venganza', la utilización de la cámara, la banda sonora, la barra de labios y el signo indio de combate,... Cine en estado puro. Peliculón, ¿lo he escrito antes?

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