«La primera profecía» (Arkasha Stevenson, 2024) produce sensaciones enfrentadas. Se agradece el intento por hacer una película digna en un género de gran pobreza guionística actualmente. Hay un esfuerzo por hilvanar una historia con el gran inconveniente que supone preludiar una notable obra icónica como fue la película de Richard Donner. Pero me cuesta trabajo meterme en ella cuando, a lo largo de la primera hora, tengo la impresión de estar viendo un filme para adolescentes que además no me resulta creíble en el ámbito en el que nos movemos.
Que dos novicias residentes en un estricto orfanato religioso romano decidan irse de picos pardos una noche días antes de tomar sus votos o que la protagonista acuda de madrugada al apartamento de un sacerdote por el mero hecho de encontrarse con él en una plaza pública son cosas que me chirrían bastante en un filme que paulatinamente va alzando el vuelo entre intrigas de hallazgos de señales diabólicas, investigaciones detectivescas, momentos álgidos deudores del filme de 1976 (la monja que se lanza en el balcón, el brutal atropello del joven italiano, etc.), algunos sustos baratos propios del género y el esperado momento musical en el que surge el «Ave Satani» de Jerry Goldsmith, que aparece justo cuando debe hacerlo como culmen de un ritual algo aparatoso y maniqueo como el tratamiento ya manido que se le da a la Iglesia en todo este embrollo en el que Bill Nighy encarna a un cardenal pero a mí me da la risa floja porque, a pesar de su dilatada carrera, no puedo dejar de imaginármelo como el estrafalario rockero de «Love Actually». Es cosa mía, lo reconozco.
Videocrítica de la película con más cosas en el canal #UltimoEstreno en este enlace. Ah, y recadito, a modo de preludio, dedicado a los/las gilipollas que no saben estar en una sala de cine:
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