miércoles, 26 de marzo de 2008

Rafael Azcona

La Muestra Cinematográfica del Atlántico dedicó, en 1997, una interesante exposición al guionista recién fallecido Rafael Azcona. En esos días, y con El Palillero como lugar de nuestra conversación, debatí distendidamente con el director gaditano Julio Diamante sobre la importancia de Azcona en el cine español y la carencia de guionistas que hoy día sufrimos en la industria patria del celuloide.
De aquello hace diez años. Tras una década, el nivel guionístico español no sólo se ha quedado estancado, sino que ha ido a peor. Por eso cuando fallecen maestros como Azcona, el cine pierde un poco más de la escasa calidad que posee hoy día.

Como espectadores, solemos fijarnos en los actores y los más curiosos en los directores de las películas, pero no lo hacemos cuando vemos en la pantalla la palabra "screenplay" en un filme foráneo. Son los guionistas.

Un director no puede hacer nada, no tiene material que contar, no hay diálogos sustanciosos, si no cuenta con la labor del guionista. Billy Wilder era un extraordinario cineasta, pero jamás hubiera sido así considerado si no hubiera tenido tras de sí a I.A.L. Diamond, el verdadero autor del guión de Con faldas y a lo loco o Testigo de cargo.

Itek Domnici, verdadero nombre de Diamond o Izzy como le llamaba el cineasta de origen austríaco, comenzó escribiendo guiones en los años 40. Alternaba su trabajo con Wilder con colaboraciones para otros directores en la major MGM: destacable su colaboración con Howard Hawks en Me siento rejuvenecer (Monkey Business, 1952). La compenetración y complicidad entre Wilder y Diamond eran totales, tanto en la escritura de guión como en los rodajes, en los que Diamond siempre estaba presente con el guión entre las manos. Ninguno de los dos confesaba, a pesar de la insistencia de los críticos, de quién partía algunas de las brillantes ideas de sus guiones. Alcanzaron un equilibrio tan perfecto como difícilmente superable entre inteligencia, agilidad, brillantez y entretenimiento. Consiguieron que parecieran fáciles y espontáneos sus diálogos en boca de los actores. Sus guiones tenía una gran solidez en la estructura y un mágico control del ritmo cinematográfico.
Su método de trabajo era exhaustivo, pulían y pulían sus materiales hasta conseguir lo que buscaban:
Diamond (refiriéndose a una escena): —Está muy bien. ¿No te parece?
Wilder: —¿Muy bien? Es perfecta. Ahora vamos a mejorarla...

Lo mismo sucedía con Rafael Azcona y Luis García Berlanga. El recién fallecido guionista tuvo a su cargo los libros de obras maestras como El verdugo o La escopeta nacional. "¡Baja de ahí y besa los pies a esta Santa! ¡Que lo que yo he unido en la Tierra, no lo separa ni Dios!", gritaba hacia aquella ventana Agustín González en su papel de cura en La escopeta nacional... Qué grandes frases.
Azcona ha muerto y con él se lleva una vida absolutamente discreta, apartado de entrevistas y oropeles, incluso su familia ha comunicado su fallecimiento después de la ceremonia de incineración para que nadie perturbe su paz. En su haber, no sólo el alma ideóloga y literaria de puñados de obras maestras con directores como Marco Ferreri, Carlos Saura, Fernando Trueba,... sino sus dibujos para su etapa en la revista La codorniz, cuando gracias a Antonio Mingote conoció a principios de los cincuenta a Álvaro de la Iglesia, director de la publicación, y otras escrituras que rezuman el humor ácido, "ajeno a la pretensión de meterle a la gente la risa en el cuerpo" como diría Julio Diamante, y que jamás podremos olvidar, refrescándolos visionando sus películas continuamente, en un ejercicio de auténtico placer.

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