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Anoche me di un baño de gaditanismo.
Algún sinverguenza por desgracia electo se gasta un dineral público en hacer el hortera y tunear su coche, mientras otro emplea dos millones de euros en quítame allá un mueble del despacho y una lámpara del pasillo. Esta mañana, 190 diputados faltaban en sus escaños en la sesión del Congreso. Se supone que se debatía, como siempre en el hemiciclo, en mayor o menor medida de relevancia según el asunto, sobre el futuro de España, y conviene recordar que pagamos de nuestros bolsillos a los señores diputados para que se sienten a las nueve y media de la mañana en los mullidos asientos de la Carrera de San Jerónimo. Carod Rovira se gasta miles de euros en viajes oficiales nada más que en dietas de traslado, y eso que tiene coche oficial. Y mientras las fábricas de vehículos españoles imponen su expedientes de regulación de empleo a sus trabajadores, las administraciones públicas practican el catetismo comprando Volvos, Mercedes, Audis y BMW. Qué buen ejemplo sería que los parques móviles de las decenas de ministerios, centenares de autonomías, miles de cargos duplicados, estuvieran conformados por vehículos nacionales comprados por lotes para así dar ejemplo, promocionar unos coches iguales de óptimos que los que hacen en Alemania o en Corea y practicar una economía de protección nacional.
"Permítanme que les adelante que no voy a realizar una oda repleta de ripios y ditirambos; no voy, a estas alturas, a faltarles el respeto a ustedes y a mí mismo ofreciéndoles una pieza hueca presidida por los adjetivos y el manido encumbramiento llevado hasta el frenesí y repetido hasta la saciedad, devaluado hasta la miseria y que, en tantos casos, han conformado un compendio de la ramplonería; no voy a utilizar el latiguillo floreado para provocar el aplauso; no voy a hacer concesión a la galería; no voy a repetirles a ustedes lo que ya están hartos de oír". (...)
De El niño del pijama de rayas (la película) me llamaron la atención varias cosas cuando la vi en su día. La peregrina idea de hacernos creer que un pequeño de ocho años es capaz de cavar un boquete de tal tamaño en unos cuantos minutos que entra en un campo de concentración (coño, ¿por qué no lo hacían los judíos para escaparse?), que la madre no tiene ni idea de nada de lo que maquina su marido,... Ingenuidades varias (carajotadas, en román paladino) que hacen de la película todo un ejemplo de producto insustancial. Pero lo que más me mantuvo en tensión hasta dar alaridos tras salir del cine y decirlo por activa y por pasiva en estas pasadas semanas en el programa de Paco Martín en Onda Jerez es la banda sonora original, compuesta por James Horner.
Caer en la persistente reiteración de sacar procesiones a la calle devalúa las imágenes y el sentido evangélico que poseen. No son palabras mías, aunque las comparta en su integridad, sino de un director espiritual, un sacerdote nada sospechoso de generar enfrentamientos con las hermandades, dichas hace varias semanas en una mesa durante la celebración de una reunión de una Junta de Gobierno de una cofradía de San Fernando.