sábado, 9 de agosto de 2025

Sin nostalgia



No, este grupo que se reúne una vez al año, en verano, no está formado por gente nostálgica. Ser nostálgico significaría desear volver a ser niños, cuarenta y tantos años atrás, cuando diariamente íbamos al colegio para echar muchas horas al día juntos. Y no, nadie de quienes fuimos de las generaciones nacidas en 1969 y 1970 queremos regresar en el tiempo ni en costumbres. Es tan bonito comprobar que, a pesar de los embates que da la vida, cada uno ha luchado por la suya con el éxito suficiente como para ser medianamente feliz, que salir adelante ya es un logro en este mundo cada vez más absurdo.

Pero sería muy ingrato no recordar con cariño ni celebrar que una vez fuimos chiquillos, que vivimos experiencias maravillosas que poco a poco nos forjaron para llegar a ser lo que somos hoy. Que hubo paredes, que aún existen, que nos oyeron nuestras risas y llantos, nuestras primeras lecciones expuestas a los profesores. Que hubo, y hay, un patio donde aprendimos a jugar al fútbol. Que descubrimos nuestra timidez en los pasillos cruzándonos con las niñas en grupo. Que cambiábamos cromos del álbum de Mazinger Z que tengo conservado en una estantería de mi despacho, por lo que lo adivino con mis ojos diariamente entre libros y objetos. Que mis cintas piratas de juegos de ZX Spectrum rulaban de mano en mano entre la gente de la clase a la que nos habían comprado el cacharrito y también siguen teniendo su lugar en mi hogar. Que aprendimos a movernos por un barrio, a entusiasmarnos con los escaparates de las tiendas de golosinas y los bares de las recreativas porque durante años cumplimos el ritual de ir desde nuestra casa al colegio y viceversa.

Todo eso, y muchísimo más, se recuerda hoy en un grupo cuya bulliciosa conversación salta, repentinamente, de un divertido chiste sobre un profesor de la época a los calentamientos de cabeza que puedan darte los hijos o la obligatoriedad de ir a hacer ejercicio diariamente porque los cuerpos ya están estropeados.

No querer rendir el homenaje que se merecen todo lo que te hizo persona y quienes iban haciéndose a la vez que tú es injusto, sobre todo con uno mismo. Por eso no queremos caer en el error y cada verano se cumple el milagro del reencuentro. A veces con más gente, otras con menos, porque cuadrar a tantos en un mismo día es muy complicado. Pero ahí estamos. Anoche, en una nueva cena. Es la quinta. Cinco años ya. Y estaremos, el año que viene, volviendo a recordar lo que nos hizo lo que somos, dando la bienvenida y el abrazo a quienes quedan aún por incorporarse y que seguramente sonreirán viendo estas fotos, motivo suficiente para no olvidar aquella máxima de Marco Valerio Marcial: «Poder disfrutar de los recuerdos de la vida es vivir dos veces».





 






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