viernes, 18 de julio de 2025

«Cuento de verano»



Éric Rohmer empezó ayer su cuento de verano que durará exactamente 21 días.

Gaspard vuelve a convertirse en el personaje que, a modo de excusa, sirvió a un cineasta que, con 75 años de edad a sus espaldas, nos desnudó las inquietudes de los jóvenes respecto a la amistad y al amor como pocos directores lo han hecho en la historia del cine.

En tiempos en los que en la pantalla nos cuentan las cosas de manera alambicada y rellenada de paja, conmueve revisar la sencillez de Rohmer a la hora de exponer la complejidad que encierran Gaspard, Margot, Solene y Lena. Al fin y al cabo, sus pensamientos y formas de actuar no dejan de ser las del ser humano a cualquier edad. Pero la condición de personas con la libertad de elegir su forma de vida supone un motivo a favor de las relaciones indescifrables o incondicionadas. Y esa frescura y realidad la muestra Rohmer como nadie a través de sus personajes.

«Cuento de verano» me impresionó en un festival (no recuerdo cuál) en 1996. Hace años que no la revisaba y lo he hecho con el miedo (pavor a la frustración, que es peor) que da volver a ver una película que te pareció maravillosa pero por la que han transcurrido treinta años y además los protagonistas son jóvenes escudriñando sus sentimientos. La juventud ha cambiado muchísimo en tres décadas, pero lo importante del filme de Rohmer no es su forma, sino su fondo. Y siempre existirán mujeres como la maravillosa Margot (tremenda pena que Amanda Langlet desapareciera del cine), convertida en mezcla autoletal de paño de lágrimas, de la amistad más verdadera y, por supuesto, de amor no correspondido. Y existirán Solenes y Lenas, tan atractivas como impostadas.

Revisionar «Cuento de verano» es volver a confiar en el cine por su reflejo de la realidad desnuda. Por ofrecer en bandeja la posibilidad, aunque nadie repare en ello hoy día, de debatir si Gaspard es el ejemplo del chaval actual, manteniendo los devaneos con las tres chicas, y si su actitud es propia de la fugacidad estival que llamamos «amores de verano» o una poligamia estructural, incluso inconsciente, que encubre el deseo de tener y compatibilizar lo mejor de cada persona del sexo opuesto.

Y volver al Rohmer más pletórico es hacerte dos preguntas sobre esta pequeña joya del cine: ¿Es creíble invertir a los protagonistas? Es decir, ¿cómo valoraríamos, siendo espectadores y haciendo de sociólogos especialmente hoy día, el hecho de que fuera una chica la recién llegada a los balnearios de Dinard y tres chicos quienes marcaran un verano como el del cuento? ¿Sería posible o no habría guión porque los hombres y las mujeres amamos de distinta manera?

La otra pregunta me la hice en 1996 nada más salir del cine, a gritos y sigo sin encontrar respuesta: ¿Por qué el cretino de Gaspard no se queda con Margot?

«Cuento de verano» está en Filmin y en Amazon Prime Vídeo.

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