miércoles, 18 de septiembre de 2013

Demasiadas procesiones

Desconozco si monseñor Demetrio Fernández ha logrado su propósito. Para el obispo de Córdoba, el objetivo de la Procesión Magna celebrada este sábado 14 de septiembre, se basaba en lograr de ella "una magna expresión de fe, que a su vez alimente la fe de los participantes". El prelado cordobés iba más allá y no solo expresaba su anhelo de que el gran cortejo invitara a consolidar un valor en precario. También metía el dedo en la llaga y lanzaba un mensaje a navegantes.

Su primera andanada era reconocer que existen seglares "muy capaces" que cuestionan tantas manifestaciones exteriores de fe. Es decir, que monseñor Fernández deja sin efecto las críticas de cofrades que tildan de aburridos, puristas, místicos o 'sociatas de la Iglesia' a quienes consideran que debe existir otro camino para cultivar la fe, para encauzar al pueblo (desorientado, sin duda) cristiano en tiempos titubeantes.


Para terminar de dar el incómodo martillazo sobre las conciencias, el pastor de la diócesis cordobesa asevera textualmente que "el mundo cofrade no es para personas deseosas de protagonismo o personalismo. El mundo cofrade no es para personas deseosas de protagonismo o personalismo, que no han podido encontrarlo en otros ámbitos de la vida. Cuando esto es así, la cofradía es un problema continuo. En el mundo cofrade, como en toda la vida cristiana, vale quien sirve, y no vale quien quiere servirse de la cofradía para sus intereses".

Si se quiere continuar buscando en el calendario cuándo nos volvemos a subir en el autobús para presenciar espectáculos estéticos en mayor o menor medida, medianamente fervorosos, las palabras del prelado se convertirán en mera anécdota "de un cura molesto". Si cumplimos con nuestro deber de cristianos, y especialmente de cofrades -ya no digamos dirigentes de juntas de gobierno-, cometeríamos un error menospreciando la llamada de un obispo que invita a la reflexión, a buscar el sentido de las expresiones cultuales externas.

No nos engañemos. Cuando se lanza la idea de que estamos viviendo una época de proliferación de procesiones y ponemos en duda si verdaderamente se está cumpliendo con el objetivo expuesto por monseñor Fernández, no podemos encogernos de hombros y mirar hacia ambos lados para afirmar puerilmente que en nuestras poblaciones no hay procesiones gratuitas. El sevillano, el gaditano, el cordobés, el isleño, utiliza frecuentemente el infantil "yo no he hecho" para asegurar que en realidad, en su localidad no hay tantos cortejos como dicen, sino los justos y necesarios. Pero todos sabemos que no es cierto. Una extensa lista de procesiones de santos (in)justificadas por cualquier peregrino motivo aparecen en el calendario de nuestras ciudades. No solo magnas, sino de otra naturaleza por el mero hecho de dar culto a una imagen que duerme en cualquier rincón del templo que tengamos más a mano. Y no me hagan exponer el rosario de santos que, en parihuela, en pasos, y todas ellas con bandas detrás, campan cada fin de semana por las calles de San Fernando. No es necesario porque quien quiera desvincular a La Isla de la 'procesionitis' va a tener que ir a robar a otra cárcel, no a la mía.

El prelado de Córdoba me ha dado que pensar, pero también me ha obligado a dirigirme a él en privado para rogarle una siguiente meditación tras su velada solfa hacia los cortejos extraordinarios. ¿Cree realmente la Iglesia que las procesiones en cada ciudad enmarcadas en el Año de la Fe están cumpliendo sus objetivos cultuales? Si la respuesta es negativa, ¿pondrán freno los obispos al desmadre, a las pasarelas cibeles con pasos y titulares fotografiados, a tantos 'cristianos' que cuelgan en redes sociales vídeos de lo bien cargado que han visto un paso en Córdoba, sin la menor preocupación por buscar el sentido catequético de la imagen que están contemplando, sin profundizar interiormente en lo que representa y hacerle pasillo a la fe a través del sentimiento fervoroso y no festivo?

Escuché recientemente en una tertulia que las procesiones "cuanto más mejor", en una comparativa con los partidos Madrid-Barsa. También he oido machaconamente lo positivo que para la economía de cada ciudad resultan este tipo de manifestaciones de culto exterior, aseveración que pongo en cuarentena con datos que personalmente me aportan los hosteleros, que miran el calendario esperando ansiosamente el Domingo de Ramos, pero escuchan con indiferencia y desdén tanto tambor cada sábado, cada domingo. Decir que la economía isleña -por poner un ejemplo- sale a flote por una procesión de barriada cada fin de semana es un insulto a la ciudad, autoengañarnos y, dicho sea de paso, perder el tiempo a la hora de buscar, entre todos -especialmente quienes tienen peso específico en la ciudad, como los cofrades 'de verdad'- soluciones para La Isla, qué medidas debemos adoptar para sacar a esta ciudad de su mal casi endémico, de su anquilosamiento, de las iniciativas que entre todos, desde los seglares a los ateos, podemos poner en marcha por el bienestar de nuestros ciudadanos, misión que bien nos lo agradecerían tantos desempleados, e ineludible compromiso exigido por nuestra condición de cristianos comprometidos con el prójimo gracias a una fe coherente. Esa fe que me cuesta trabajo ver en tanto cortejo colorista repartido por la geografía andaluza bajo la excusa de una virtud teologal que en San Fernando esperamos arraigar en nuestra alma cristiana gracias a la acertada decisión del besapié y besamanos magno del 5 de octubre, siempre dentro de los templos en los que nuestros titulares deben ser preservados durante siglos, como han hecho nuestros antecesores, con la ocasión única, sublime y rodeada de la solemnidad que cada elemento del cortejo penitencial impregna las calles para invitar realmente a la devoción en los días santos de la primavera anual.

Todo lo demás, cosas de aficionados.

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