lunes, 4 de mayo de 2009

Televisión pública sin anuncios

Vamos poniendo las bases para un sistema de gestión coherente y, consecuentemente, eficaz en la televisión pública. El Gobierno de este país parece decidido por fin y tras años de debate a suprimir los anuncios publicitarios del ente público. En una lectura algo primitiva, lo lógico sería que la televisión de todos se mantuviera gracias a los impuestos, que para eso lo pagamos, u otro tipo de acuerdos ajenos a la habitual usanza publicitaria que emplean las privadas. Una visión primitiva pero básicamente acertada.

Llevo décadas preguntándome y escribiendo qué sentido tiene la publicidad en las cadenas públicas. Obviamente, nadie aporta una respuesta convincente y las que se dan se pierden en sofismas. La única válida es la que conduce al esperpento actual. Es decir, introducir a la televisión pública en la salvaje competencia entre cadenas para lograr más audiencia y hacerle sombra a otras con lamentables programas en numerosas ocasiones pero que no pagamos de nuestro bolsillo, de manera que si no me gusta me paso a otro canal y santas pascuas. Alguna mente corta decidió que TVE tiene que competir con Tele 5, Antena 3 u otras para sacar pecho, cuando la televisión pública debe ser realmente un servicio con derechos y deberes. Derechos para todos y deber de no costarnos las sangrantes cantidades de pérdidas que registra en cada ejercicio anual presupuestario. Porque si TVE dispone publicidad pero las cuentas salen en negro y no en rojo, entonces al menos alguien tendría una remota excusa para justificar el dislate de ver desde condones a papel del culo, pasando por gaseosas, mutilando los créditos de las series y las películas. Pero no. Las cuentas son el fiel reflejo de haber introducido al ente público en una batalla en la que jamás debió de estar.

La sanidad pública no tiene horarios en función de si hoy la necesitamos diez mil españoles y mañana sólo tres mil. Los servicios públicos deben existir en su plenitud como servicios que son sin necesidad de contar quienes lo utilicen. Es obvio que los programadores no pueden hacer parrillas a espaldas del público para cosechar resultados pírricos, pero de ahí a introducir un servicio público en una vorágine absurda...

Yo quiero una televisión pública sin anuncios y saneada gracias a la mágica proporción presupuesto-calidad. Me importa un rábano que TVE no compre Ángeles y Demonios para emitirla a los cuatro meses de su estreno en cine, porque no es misión del ente público ofrecer este filme. Para eso que compitan los magnates de las plataformas con su dinero. Resulta lamentable ver que alguna televisión privada ofrece más contenido cultural y programas de ocio de calidad que la propia pública y con presupuestos mucho más bajos. Y todos tenemos ejemplos de magnificos programas en la televisión pública que podían haber servido de modelo para un servicio desmadrado por los delirios de grandeza competitiva de políticos e incluso funcionarios.

Quiero una tele pública sin anuncios y con los créditos de las películas y de sus series. En otro ejemplo de despropósito, hemos asistido durante estos últimos días a todo un ejemplo de catetismo televisivo, cuando en la franja horaria de 16 a 18 horas se ha querido emitir tres telenovelas, una de ellas líder de audiencia en su franja horaria y española como es Amar en tiempos revueltos y, para que según algún lumbreras "no se pierda tiempo", han cortado los créditos finales de esta serie donde figuran todo el equipo técnico, patrocinadores de vestuario, decorados, atrezzo, etc. para empalmar con otro producto. Si yo fuera el empresario de alguna de las firmas que disponen el mobiliario o los vestidos de época de la serie y cortan mi nombre para meter una telenovela sudamericana o lo que fuera, me negaría a pagar el contrato publicitario. La serie termina con la última letra de los rótulos y para eso pagan y para eso la hacen posible. Ya en los años 80, el director italiano Federico Fellini denunció a la RAI por suprimir los créditos de sus películas cuando eran emitidas. Es una absoluta falta de respeto a los profesionales que hacen realidad lo que vemos y a las firmas patrocinadoras. Y en el mismo caso, aún más grave, padecen las emisiones de películas. Basta con ser un técnico de los que figuran en esas letras que tanto despreciamos para desde nuestra casa denunciar a la cadena televisiva que osa amputarme mi esfuerzo y sacrificio.

Esas son cosas de televisiones públicas serias. No sé si la veremos algún día así.

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