martes, 24 de octubre de 2023

Carlos Pumares en el especial dedicado a los Oscar en 1996



Durante los años 90 y los iniciales del siglo XXI, Carlos Pumares colaboraba con #UltimoEstreno participando en el programa especial de la noche de los Oscar en el que, a través de la radio, se contaba cada ceremonia íntegra con un maratón de más de ocho horas de emisión.

Entre las personalidades que participan telefónicamente exponiendo sus opiniones se encontraba Carlos. Manteníamos una conversación en la que surgía la pasional manera de expresar las cosas que a él le caracterizaba. Tanto en Antena 3 como en Onda Cero él hacía esa noche otro programa especial y siempre tenía hueco para participar en #UltimoEstreno.

Una buena parte de esas entrevistas las conservo entre mis más de 500 cassettes que guardo en mi leonera. Rescatar el contenido es una ímproba tarea que comencé en su día, pero el tiempo ha hecho mella en estas cintas porque estamos hablando de hace tres décadas. Muchas de ellas están pegadas y hay que llevar a cabo una delicada tarea de recuperación. Otras, desgraciadamente, no hay manera de rescatarlas, pero creo que la mayoría de las grabadas en aquellas noches de los Oscar podré salvarlas.

Esta de hoy, concretamente, contiene la intervención de Carlos Pumares hablando de los Oscar de 1996, hace nada menos que 27 años. Al actualizarla, la he acompañado de imágenes de películas de las que Carlos habla conmigo.

Fue el año de 'Braveheart', 'Babe el cerdito valiente', 'Pena de muerte', etc. En su intervención -insisto, al más puro estilo de mi querido Carlos- habla de lo malas que eran las películas nominadas, del imperdonable olvido de la Academia al no nominar 'Flamenco' de Carlos Saura (Juan Lebrón Sánchez) que consideró una obra maestra, del castigo sufrido por 'Los puentes de Madison' o de cómo se olvidaron de 'Homicidio en primer grado'.

Sirva esta primera cinta rescatada de los archivos, así como las que subiré en próximas semanas, como homenaje y recuerdo a mi maestro Carlos Pumares, fallecido el pasado 12 de octubre de 2023.

ENLACE PARA VÍDEO: https://www.youtube.com/watch?v=4nHJtTFNUec

jueves, 19 de octubre de 2023

CARLOS PUMARES


Me subí a un avión por vez primera para ir a un festival de cine. En realidad, esta afirmación no es del todo cierta. Viajé a Sitges en 1993 para ver unas cuantas decenas de películas y a Carlos Pumares.

Yo tenía 24 años y en octubre se cumplían precisamente cuatro desde que comenzara a hacer radio. Cuando Cinesa inauguró el primer multiplex –como a ellos les gustaba decir- de la provincia de Cádiz en 1992, ya hacía meses que había entrevistado para mi programa a Ricardo Gil, director de marketing de la exhibidora que fundara Alfredo Matas y recordado amigo. Gil era un catalán de pura cepa que descubrió Chiclana y los encantos de su litoral y, tras cumplir con la misión que le encomendaron, se convirtió en asiduo visitante de la costa gaditana durante sus vacaciones en familia y en escapadas en las que no dudaba en acercarse imprevistamente a mi programa. Venía siempre cargado de entradas que regalar a la audiencia y libros de Ediciones B del Grupo Zeta con los títulos de las películas que se estrenaban para sortearlos entre la audiencia. Muchos de mis oyentes lo recordarán. Nos caímos bien, muy bien, y, entre otras iniciativas conjuntas, acordamos ciclos de películas emblemáticas y de reciente estreno en su idioma original subtituladas, patrocinados por la emisora de radio. Una noche de principios del verano de 1993, tras un año en el que los Cines Bahía Sur habían demostrado que la estrategia de Cinesa para expandirse por el sur había sido todo un acierto, Ricardo me retó. “Tú lo que tienes que hacer es venirte a Sitges en octubre, que vas a disfrutar de lo lindo viendo películas”, me dijo. Por entonces, él era el coordinador de espacios del equipo organizador del festival. Antes de celebrarse la edición de 1992, me puso en contacto con Joan Lluís Goas, director del festival desde 1983, a quien entrevisté telefónicamente en los días previos al pistoletazo de inicio del que sería su último año al frente del evento cinematográfico dedicado al cine fantástico más importante del mundo. Goas finalizó su tertulia conmigo sobre el futuro del cine del género con una frase profética: "Dentro de poco se estrena lo que será un auténtico acontecimiento, ya lo verás: el nuevo Drácula de Coppola, marcará un hito". El filme llegó a los cines españoles tres meses después, en enero de 1993. No se equivocó.


El equipo de Festival de Sitges en 1993, en el que figuraba
Ricardo Gil como coordinador de Espacios.


El hecho es que aquella noche recogí el guante que me lanzó Ricardo Gil, escribí al jefe de prensa Xabier Lago solicitando acreditación y el 16 de agosto recibía una carta concediéndome la credencial y algunas de las novedades de la XXVI edición, entre ellas un adelanto con las películas ya confirmadas que participarían en la sección oficial a competición: Orlando, de Sally Potter; Porco Rosso, de Hayao Miyazaki; The Baby of Macon, de Peter Greenaway; Cronos, de Guillermo del Toro…, así hasta una decena de títulos a los que se unirían otros y un total de siete preestrenos en Europa o en nuestro país, entre ellos Blanco humano de John Woo o Amor a quemarropa de Tony Scott, directores que vinieron hasta Sitges para presentar sus películas. Además de a ellos, aquellos primeros años de mi presencia en Sitges pude conocer a Don Bluth, Ben Gazzara, Lance Henriksen, Christopher Coppola, Keir Dullea, Carlo Rambaldi, Quentin Tarantino y los para mí inmortales Robert Wise o Ray Harryhausen, entre un sinfín de nombres de personalidades del cine.




Las películas en competición en Sitges de 1993 y los títulos de inauguración
y clausura. Se observan apuntes de los días y horas de las proyecciones de prensa.


Pero como decía, y aunque parezca increíble, yo subí a aquel avión de Iberia el 8 de octubre de 1993 a las 12:40 horas desde Jerez de la Frontera con destino a Barcelona para, una vez llegara a Sitges, encontrarme a Carlos Pumares por los pasillos del Hotel Calípolis, donde tenía reservada mi habitación para los días del festival porque era en este alojamiento donde Ricardo Gil me había dicho que el creador de Polvo de estrellas se hospedaba cada año puntualmente para cumplir con la cobertura del festival. Yo no le conocía, no había intercambiado personalmente con él ni una sola palabra, pero fue quien en mis primeros cursos de bachillerato me mantuvo insomne después de descubrir una noche, por casualidad, que había mucha más radio tras el deporte de José María García.

No voy a contar lo que todo el mundo. Ni las peculiares maneras de Pumares haciendo su programa, ni anecdotario con su audiencia -no por reiterado menos recordado- ni lo que se ha dicho de él en estos días tras conocerse su muerte el pasado 12 de octubre. Sólo comparto vivencias personales con el único fin de contribuir de alguna manera al acercamiento de la figura de Carlos a cuantos lo seguían en su condición de oyentes o lectores, a sus compañeros en diferentes medios y a los amigos que ha dejado.

Un acercamiento que para mí supuso uno de los objetivos más importantes desde que empecé a hacer radio con sólo 20 años. Ricardo Gil me prometió presentarme a Pumares, al que conocía sobradamente por razones obvias, y gracias a Sitges iba a lograr el sueño de estrechar la mano de quien había encaminado el rumbo de mi vida profesional. Yo era un adolescente que quería ser como ese señor que hablaba y hablaba sobre películas en la radio con una desbordada pasión, con unas maneras tan alejadas del encorsetamiento al que se sometían los locutores que generalmente escuchábamos los jóvenes de la época, entre los que Los Cuarenta Principales reinaban sin concesiones, y que cada madrugada me iba descubriendo los secretos de tantas películas que se volvieron inolvidables para mí gracias a él. Un día decidí ir a la emisora de mi ciudad, creada apenas un par de años antes, a pedirle a su propietario que me dejara hacer un programa de cine. Jamás pensé que aquello sería el inicio de casi dos décadas al frente de Último Estreno y toda una vida marcada por la radio gracias a quien yo quería encontrarme por los pasillos de aquel cuatro estrellas en pleno paseo marítimo de Sitges, en cuya habitación me hacía selfies cuando aún no existían como tales, colocando la cámara temerariamente sobre el televisor, mientras mataba el tiempo encerrado y nervioso esperando el momento de conocerle. Me prometí que, si las piernas no me flaqueaban, me dirigiría a él para saludarlo sin esperar a que Ricardo cumpliera con su promesa en cualquier momento en el que coincidiéramos esa noche durante la sesión inaugural o al día siguiente. Era tal mi obsesión que, tras un buen rato ojo avizor en el balcón de mi habitación a ver si llegaba alguien con su silueta o incluso dando vueltas por el hotel como un despistado espía, me armé de valor y, pasada la media tarde, agotado ya el plazo previo para organizarse de cara a la inauguración, me dirigí a recepción: “El señor Pumares aún no ha llegado”, me contestaron muy correctamente.



La habitación del Hotel Calípolis, junto al paseo marítimo de Sitges.


Mi gozo era un pozo. Tanto como cuando me atreví a enviar a Carlos un fax una noche de enero de 1992 –casi dos años antes- cometiendo el error de hacerlo como presidente del Cine Club Metrópolis que yo había fundado unos meses atrás, en lugar de hacerlo como profesional de los medios. En noviembre de 1991 me había puesto en contacto con José Manuel Marchante, con quien me unía una buena amistad desde varios años antes siendo él director del festival de Alcances de Cádiz, y a quien, en una de nuestras conversaciones, le comenté mi admiración por Pumares y mis deseos de que quizá pudiera visitar San Fernando para protagonizar la presentación pública del nuevo cine club. Marchante me abrió el camino para ello y ya era mi responsabilidad contactar con él en unos tiempos en los que no existían los móviles y lo más directo era el teléfono y el fax. Lo primero me horrorizaba pensando en que Carlos iba a soltar uno de sus bramidos para, seguidamente, colgarme, a pesar de que José Manuel ya me había hablado de su bonhomía. Si optaba por ello, me hundía la vida literalmente, porque yo no estoy hablando de admiración hacia una persona similar a un fan respecto a un cantante: Pumares no era mi artista favorito, era quien, inconscientemente, había cambiado mi rumbo para dedicarme a la comunicación y al mundo del cine. Era la persona que había marcado mi vida profesional desde aquellas ineludibles citas radiofónicas nocturnas. De manera que envié un algo extenso fax del que, con el curso de los años y junto con otros que enviaba ya cuajada nuestra amistad, Carlos se mofaba cariñosamente diciéndome que “no los leo porque son muy largos y no vas al grano”. En realidad, sí los leía.



Inicio del fax enviado a José Manuel Marchante tras sus contactos con Pumares.




Primer fax enviado a Pumares proponiéndole su presencia en la inauguración del cine club.

Pumares me ignoró en mi primer intento directo de contacto con él, como era lógico. ¿Qué veinteañero cretino podía pensar que la estrella de la crítica cinematográfica radiofónica iba a venir a San Fernando a inaugurar un cine club formado por jóvenes? Pero la segunda oportunidad que tuve con Ricardo Gil no la dejé pasar. De manera que ahí estaba yo, en la segunda planta del Hotel Calípolis de Sitges, con más ilusión por ver a un hombre cano embutido en su característico impermeable rojo de marca que al mismísimo Don Bluth o a Tony Scott.

Pumares no llegó hasta el día siguiente, el 9 de octubre. Almorcé en el restaurante del hotel en lugar de cualquier bar del pueblo por si acaso le veía en el comedor. Un consomé, unos escalopines y plátanos fritos con una cerveza Estrella Dorada.


Lo encontré por la tarde en la cola para entrar al Auditori. Me dio pánico acercarme, así que me hice el loco. Esperaba solo, con cara de pocos amigos y un libro en la mano. Estaba tan obsesionado con el momento que parecía iba por fin a hacerse realidad que no recuerdo cuál fue la película que vimos juntos en la misma sala. Estaba sentado algunas filas por delante mía, en su habitual butaca. Cuando terminó la proyección, Ricardo Gil tuvo la oportunidad de presentarme. Me temblaban hasta las pestañas. Los días posteriores fueron de una intensa y sibilina estrategia para ir ganándome su favor. Desconozco el porqué, pero el plan salió bien. Traté de no parecer lo que no era, ni un pesado recolector de autógrafos ni un aficionado obseso. Intercambiamos opiniones sobre algunas películas como el que no quiere la cosa, le lancé la indirecta de que emitía mi programa varias noches desde el teléfono de la habitación del hotel (como así era realmente) con la intención de que me pudiera juzgar como un profesional del medio y, al término del festival, continuamos teniendo contacto hasta el punto de que durante cuatro años participó como colaborador en los programas especiales de Último Estreno en las noches de los Oscar –las grabaciones las he subido a mis redes en varias ocasiones- con la habitual, particularísima, divertida y extraordinaria manera de decir las cosas que tenía Carlos. En las siguientes ediciones del festival de Sitges comentábamos cosas, veíamos películas juntos... recuerdo sus comentarios jocosos por teléfono cuando semanas antes de su celebración le dije que me había quedado sin sitio en el Calípolis y sólo tenía habitación en otro alojamiento muy peculiar o cuando vimos en 1995 el preestreno de Homicidio en primer grado, la excelente película protagonizada por Kevin Bacon cuya proyección terminó con una de sus exclamaciones en plena sala: "¡¡Está de Óscar!!". Creo que con nosotros estaba Boquerini, no sé si él podría confirmármelo.

En 1995 cumplí aquel sueño que deseé en el lejano 1991 o, mejor dicho, desde que lo escuché por vez primera. Nuestro aprecio se fraguó desde Sitges y Carlos accedió amablemente a dar una conferencia el viernes 2 de junio de 1995 en el Centro Cultural Municipal de San Fernando, organizada por el cine club Metrópolis, hoy ya extinto, y en la que explicó el porqué el cine no cumplirá otros cien años más como estábamos celebrando a nivel mundial en aquellos momentos. Los medios de comunicación, radio, TV y la revista del cine club se hicieron eco de aquel acto que comenzó a las ocho de la tarde y cuyo debate posterior con el público que abarrotaba la sala con capacidad para 200 personas obligó a prolongarlo hasta pasadas las diez y media de la noche, con la consiguiente bronca que asumí por parte del personal de servicio de las instalaciones. Una quincena de socios del cine club fuimos a cenar a un conocido restaurante con un menú que costó 4.000 pesetas por persona aunque fue un desastre contra todo pronóstico. “José Carlos: desconfía siempre de los restaurantes que tienen gente muerta enmarcada en las paredes”, me dijo Carlos con su habitual sabiduría. Al día siguiente nos desquitamos en otro sitio en la capital gaditana y le dejé en la estación de trenes a las cuatro de la tarde, rumbo a Madrid, en el Talgo.



Carlos Pumares, durante su conferencia en San Fernando el 2 de junio de 1995.



Imagen de una parte del patio de butacas durante la conferencia de Carlos Pumares.



La propuesta del menú de la cena homenaje a Carlos Pumares tras su conferencia.



Página de la revista del cine club Metrópolis de junio de 1993.



Noticia de Diario de Cádiz varios días después de la conferencia.


Por aquel entonces Carlos ya estaba en Radio Voz, tras el vil asesinato perpetrado contra Antena 3, el 'antenicidio'. La noche antes de su conferencia le entrevisté telefónicamente en mi programa de radio para que él mismo la preludiara, tras unos días en los que los medios de comunicación habían ya venido anunciando el acto. A la semana siguiente de su charla, le pregunté si le apetecía escribir un artículo para la revista del cine club sobre los cien años del cine, desde otra perspectiva distinta a la de su disertación. El 3 de julio de 1995 me contestó con un enigmático fax (como ven, lo de la utilización de este medio era algo habitual entre nosotros). “Es muy delicado el tema que tengo que tratar contigo. Casi me da vergüenza (…) ahí te mando el artículo que me pedisteis”.

Lo llamé por teléfono en cuanto pude para que me comentara qué ocurría. Carlos me explicó que él, por impartir conferencias como la que había dado en San Fernando, cobraba. Era lógico. Quería pedirme que no difundiera bajo ningún concepto que había venido a mi tierra sin cobrarme una sola peseta, por razones obvias y para evitar agravios comparativos. Desde entonces, y durante los años en los que acudió a citas de esta naturaleza, guardé un sepulcral silencio al respecto que hoy, ya, puedo desvelar con la única intención de dar a conocer cómo era la extraordinaria condición humana y profesional de quien considero mi maestro desde que yo era un adolescente y cómo fue su trato hacia mi persona.



Cabecera del fax que me remitió Carlos Pumares el 3 de julio de 1995.




Artículo escrito por Carlos Pumares y publicado por la revista del cine club en julio de 1995.


Yo tenía 24 años en Sitges cuando estreché su mano por vez primera y él cincuenta. Desde entonces hemos intercambiado opiniones, no me ha dicho “no” a ninguna entrevista ni participación en los programas que hice, me echó en cara hace varios años en Sitges, a través de un amigo común, que no hablara con él con asiduidad (“Ah sí, ¿ese quién es? Si ya no me llama…”) y nos hemos cruzado mensajes de whatsapp hasta que tuve constancia de que su enfermedad avanzaba inexorablemente. En septiembre de 2019, Pumares volvía a las ondas, aunque digitales, de la mano de Capital Radio y del periodista Rafael Cerro Merinero, con un programa habitual llamado Aquí somos así.

-R.C: Carlos Pumares, bienvenido.

-C. P: ¿Por qué?

-R.C:¡Porque vuelve usted a la radio!

-C. P: Pero la radio ya no es lo que fue.

-R. C: Es que vuelve para volver a ser lo que era.



En este programa, como en varias otras entrevistas que le hicieron en estos últimos años, Carlos se quejó de algunos que en las redes sociales han venido utilizando su nombre haciéndose pasar por él o parodiándole, ya que jamás ha tenido facebook ni twitter. Sin embargo, en numerosos y confundidos medios de comunicación –otros cambiaron el texto horas después- aparecía un tuit atribuido a su supuesto perfil que no deja de ser de los llamados “parodia” como figura en su misma descripción, afirmándose que había fallecido “tal como ha comunicado su familia a través de de la cuenta del crítico de cine en X, antes Twitter”.
Tras intervenir en Capital Radio aquella tarde del 17 de septiembre, le escribí trasladándole mi alegría por volverle a escucharlo públicamente. “Tengo que entrevistarte por ello”, le comenté. “Cuando quieras”, me contestó.

Supe que Carlos iba perdiendo facultades paulatinamente a causa de su enfermedad. Distancié mi contacto con él para que recibiera los cuidados que cada vez necesitaba más, especialmente de su mujer, Carmen Gloria. El pasado 29 de septiembre le escribí felicitándole por su cumpleaños. “Espero verte en diciembre, iré a Madrid a dejarte un regalo”, le dije en mi último mensaje. Trece días después, moría en su domicilio. “Carlos ha fallecido”, me escribía Carmen a través del propio móvil de su marido. Yo no tenía consuelo durante aquellas horas en las que muchos amigos me comentaron el obituario pública y privadamente. Cuatro días después, Carmen me volvía a escribir. “Olvidé decirte que no te contestó porque ya se encontraba mal. Le hubiera hecho mucha ilusión. Gracias por tu cariño hacia él”. Le dije a Carlos en el mensaje que iba a ir a Madrid porque era mi deseo entregarle un ejemplar de mi libro Las bandas sonoras para despedir los días, que en estas semanas se encuentra en imprenta y la editorial Círculo Rojo publicará a principios del citado mes. Lo siento mucho, querido amigo: he llegado tarde, aunque no tanto como otros del stablishment que no te han reconocido en vida todo lo que le has dado al séptimo arte y a millones de sus seguidores.

Se ha ido quien me convirtió en un enfervorizado amante de "la cosa esta del cine", guio mis pasos sin saberlo a la hora de escoger mi profesión y me demostró su humildad, su caballerosidad y su generosidad. Cruel paradoja que haya sido por culpa de esa enfermedad que todo lo borra, haciendo mella en quien jamás olvidaba los detalles de aquello que más amaba: las películas que le acompañaron a lo largo de su vida.




martes, 10 de octubre de 2023

'El exorcista: creyente'


¿Qué hace que la gente vaya al cine a ver nada menos que una séptima parte de 'El exorcista'?

Por un lado, el ineludible morbo que el mal le da al ser humano, más aún cuando se trata del propio demonio. Por otro, el hecho de que aquella película de William Friedkin, rodada hace nada menos que medio siglo, es una obra descomunal, un filme tan extraordinario que ha venido originando una sucesión de productos discipulares por el propio hecho que supone ser maestra en sí.
Han pasado cincuenta años y alguien recurre a lo que en el cine viene siendo una costumbre destructora de lo monoicónico. Alien fue uno, un ser admirable, puro, como el propio Ash lo definió, el monstruo que apenas veíamos en pantalla para mitificar aún más su inmensidad. Al poco vino James Cameron, hizo una buena película de acción pero puso a los marines a combatir a ejércitos de aliens. Al carajo lo que Ash defendía como apóstol del ser único espacial y rey de la hijoputez. Kubrick nos impactó con el monolito, llegó Peter Hyams y puso a cientos de ellos dando volteretas por el espacio. A la mierda el concepto único que teníamos de él. Ahora, no hay una niña poseída: hay dos, una blanca y otra negra, para que no se diga que no hay correctismo político. Y las va a salvar una ridícula pandilla de superhéroes distinta a aquellos dos sacerdotes, Merrin y Karras, porque el correctismo también alcanza a la religión. Ahora el exorcismo lo hace un grupete en el que está una bruja que practica rituales africanos, una pareja tipo adventista ultra, un ateo, una monja arrepentida... Vamos, que lo entiendo, que el demonio no es patente del cristianismo, pero apesta demasiado tanta universalidad para que todos vayamos al cine.
Consideraciones ideológicas aparte: la película es mala de narices. Soportar los primeros veinte minutos es ya para dar un Oscar al espectador. Meterles el demonio a las niñas por hacer una pamplina infantil con bisutería de una muerta es de una pobreza guionística sonrojante. El uso del Tubular Bells en la música es de una pesadez a la altura del propio Mike Oldfield sacando secuelas del disco cada X años, y las exageraciones actorales son tan ridículas como la pomposidad de Ellen Burstyn, reaparecida a los cincuenta años, en esa también moda americana, como en Indiana Jones, de recuperar a intérpretes para tocar el corazoncito del espectador. ¡Y ojo, que no solo va a aparecer Burstyn, que el final nos depara otra sorpresa! Todo es coba para que esta cosa infecta nos parezca decente.
Te cuento muchas más cosas en la videocrítica de 'El exorcista: creyente' en el canal #UltimoEstreno de Youtube a través de este enlace. Ya sabes que, tanto en el vídeo del canal como aquí, puedes comentar tu opinión y lo que se te ocurra de la película y suscribirte a él si aún no lo has hecho:

sábado, 7 de octubre de 2023

Alcances y el South International Series


Mientras en una arrinconada e ignorada ceremonia de clausura finalizaba otra edición del agónico Festival de Cine Alcances de Cádiz tras 55 años a sus espaldas, los focos, alfombra roja, prensa y sucedáneos y repercusión en general se centraban en el recién estrenado festival internacional de series, que ha causado expectación en Cádiz. A tenor de lo visto ayer y lo que se va a vivir en estos días, estoy convencido que esta nueva iniciativa demostrará que la capital gaditana reúne todas las condiciones para un evento de este tipo.

Pero si es así, ¿qué ha pasado con Alcances? ¿Nos quedaremos en la lectura fácil de que la gente quiere ver series de televisión y de plataformas y ya no tiene interés por el cine? ¿Esa misma gente se aposta en la alfombra roja a ver a los del famoseo porque hacen series y si hicieran sólo cine pasarían de salir de casa?

Qué cruel se ha sido con Alcances. Qué enfermo terminal ha venido arrastrando el Ayuntamiento de Cádiz año tras año sin el más mínimo interés por dignificarlo, sino por cubrir el expediente -hablo de políticos de todos los signos, no de técnicos- para que no se diga "este gobierno lo mató" cuando lleva décadas moribundo.

Un festival cuesta mucho dinero, sí. Sé de lo que hablo. Ha sido el argumentario perfecto para dejar que Alcances muriera. Ahora llega capital ajeno y fresco apostando por una idea para Cádiz y la ciudad se vuelca con la nueva iniciativa. Hay glamour, ambiente, vehículos oficiales de un lado a otro sin parar desde la tarde hasta bien entrada la noche, algunos que ahora sí quieren cubrir informativamente la novedad -o figurar y croquetear- y fiestecitas de las que yo ya me voy retirando desde hace años porque me dan enorme pereza, que de esas llevo decenas de ellas a mis espaldas desde que siendo un veinteañero iba al Festival de Sitges, que ahora está celebrando una nueva edición y siguen enviándome credencial. Lo agradezco mucho, como agradezco a mi apreciado Bruto Pomeroy su interés en estos días porque yo estuviera en el South Series.

Hablaba de la crueldad con Alcances. Y los hechos lo demuestran. Languidece algo por no saber gestionarse, regenerarse adecuadamente, tomar un nuevo camino con otros apoyos institucionales y de la industria tras más de medio siglo de vida, posiblemente sus culpables estaban ayer locos por dar el carpetazo ceremonial para irse al figureo del festival de series del amigo José Carlos Conde, al que le deseo el mayor de los éxitos porque será el de la nueva industria audiovisual con esto de las series y el de mi querida Cádiz. Particularmente no veo series como ya sabéis como no sean 'Verano Azul' y 'Este señor de negro', así que al resto de la humanidad os animo a disfrutar de estos días.

Yo me largo a Nerja una semana y media tras terminar mi libro, que ha sido un trabajo que me ha agotado. Pero del resultado me siento muy orgulloso y no existe hasta el momento nada publicado conceptualmente igual. Ya lo veréis en mes y medio.


lunes, 11 de septiembre de 2023

El libro va camino de la editorial


Autoprometido y cumplido.

Libro terminado esta pasada madrugada.

209 folios con el resultado de más de tres años de trabajo. Esta mañana ya encuadernado y enviado al Registro de la Propiedad Intelectual. En unas horas, a la editorial y, mientras nos 'peleamos', a terminar los vídeos que quedan que los lectores podrán ver a través de los códigos QR y en los que se verá lo que detallo: el papel crucial de 'esa' música para 'esa' escena en 'esa' película, en casi un centenar de películas a través de 70 epígrafes y más de 550 nombres de compositores y cineastas en general.

No, esto no es un diccionario de autores. Es un vehículo que te lleva a comprender porqué la música de cine narra, cuenta, revela, y no es un aderezo más o menos bonito para el oído.

Os seguiré informando...




jueves, 7 de septiembre de 2023

FInalistas para representar a España en los Oscar



'20.000 especies de abejas', 'Cerrar los ojos' y 'La sociedad de la nieve', preseleccionadas para representar a España en los Oscar
-Natalia de Molina, Esther García y Borja Cobeaga, han anunciado las cintas que aspiran a representar a nuestro país en la 96 edición de los Premios Óscar
'20.000 especies de abejas', de Estibaliz Urresola; 'Cerrar los ojos', de Víctor Erice; y 'La sociedad de la nieve', de J.A. Bayona, son los filmes preseleccionados por los miembros de la Academia de Cine para representar a España en la 96 edición de los Premios Oscar, en la categoría de Mejor Película Internacional.
La actriz Natalia de Molina, la productora Esther García, y el director y guionista Borja Cobeaga, miembros de la Academia de Hollywood y de la Academia de Cine de España, han realizado la lectura de los títulos preseleccionados, acompañados por el presidente de la Academia Fernando Méndez-Leite y la notaria Eva Fernández Medina, en un acto que tuvo lugar este jueves en la sede de la institución.
De esta terna saldrá la película elegida finalmente, tras una segunda votación. El próximo 20 de septiembre se anunciará el título que representará a nuestro país en los premios de la Academia de Hollywood.
La ópera prima de Estibaliz Urresola, '20.000 especies de abejas', se hizo con el Oso de Plata a la Mejor interpretación protagonista en la Berlinale para Sofía Otero.
50 años después de 'El espíritu de la colmena', Víctor Erice regresa al largometraje con Cerrar los ojos, una historia interpretada por Manolo Solo, Ana Torrent y Jose Coronado, que se estrenó en el Festival de Cannes.
Dirigida por J. A. Bayona, que vuelve a rodar en español quince años después de El orfanato, La sociedad de la nieve es la película de clausura del Festival de Venecia.
(Nota de prensa de la Academia de Cine española)

viernes, 18 de agosto de 2023

Torregorda



A mediados de los años ochenta, mi vida cambió al trasladarme a vivir desde Cádiz a San Fernando. Mi relación con La Isla era obviamente estrecha desde mi nacimiento, pero yo era feliz en el número 1 de la calle General García Escámez, yendo al Cine Gaditano y en verano al Cine España, cuya enorme pantalla se veía desde la azotea del edificio de siete plantas donde crecí hasta convertirme en un adolescente. Por entonces aún ni siquiera contaba con la mayoría de edad y el cambio escénico fue abrupto, hace unos días lo comentaba con mis compañeros de clase de entonces del colegio Argantonio en una cena que celebramos para recordar viejos tiempos.

Cambié las playas capitalinas de mi entorno -Santa María, La Victoria, algunos escarceos por La Caleta- por el litoral donde disfrutaban mis amigos de San Fernando con los que yo compartía muchas cosas aunque no los baños playeros. Por entonces, Camposoto continuaba militarizada, por lo que la playa que los isleños tenían más cercana era Torregorda, amén de la pequeña franja interior de la Casería que, a decir verdad, no recuerdo a nadie que fuera allí. La costa abierta al mar, la arena fina y dorada que ofrecía la franja entre El Chato y Torregorda era inigualable como paraje natural para tanta gente que se subía al autobús de línea que conecta San Fernando con la capital y que tenía establecidas unas peligrosísimas paradas en la autovía, en una época sin puentes sobre este vial y que obligaba a los grupos que se bajaban del vehículo a cruzar insensatamente por la carretera para acceder a la playa. Se repetía en Torregorda, a la altura del Ventorrillo de El Chato y al inicio de Cortadura. Hoy es algo impensable, pero era así. Quienes lo vivieron pueden corroborarlo.

Mi playa desde entonces fue la de Torregorda. Era la preferida por muchos isleños no sólo por la calidad del litoral, sino porque todo el mundo tenía algún familiar en la Marina y era el lugar de encuentro de los militares para echar el día, tomarse cervezas a cinco duros el botellín y las familias comer hamburguesas, pinchitos o chocos fritos a 30, 40, 60 pesetas... y unos riquísimos dulces y bollos con café a media tarde por precios irrisorios.

Torregorda tenía un paseo marítimo construido años atrás para el disfrute de las familias castrenses, que para acceder a las instalaciones debían identificarse con unas tarjetas personales con nombres, apellidos y la foto de cada cual. Diariamente se mostraba esta identificación a los marineros de acceso al polígono y, tras un prolongado pasillo al aire libre rodeado de plantas trepadoras que daban cierta sombra, llegabas a la zona de arena y a la izquierda accedías por una rampa al balneario que comenzaba con las duchas, vestuarios y, tras otra sinuosa curva, hallabas un amplio lugar con numerosas mesas y sillas metálicas, banderolas que reproducían la señalética militar, salvavidas y otros elementos propios de la Armada a modo de decoración en sus blancas paredes. Una interminable barra de mampostería estaba repleta de marineros que hacían las veces de camareros, imagino que serían los destinados allá en su servicio militar y algún que otro profesional, entre ellos creo que un sargento primero que era el que organizaba el cotarro. A la derecha se encontraba la balaustrada que se convertía en privilegiada atalaya desde donde se podía ver la playa a pie mismo del paseo, el mar y si el celaje lo permitía, Cortadura y un Cádiz dibujado que yo echaba de menos.

Torregorda era un hervidero de bañistas. No sólo iban militares, puesto que para acceder a la playa por la arena no era necesario entrar por el polígono militar, podías venir caminando desde Santibáñez o simplemente andar rodeando el muro de vigilancia del polígono viniendo desde la explanada donde muchos aparcaban el coche o acababas de bajarte del autobús. Marineros armados desde las torretas perimetrales contemplaban aquel devenir cotidiano de cientos de personas en verano, pero no podían hacer nada y los tiempos también estaban cambiando de manera palpable. Las instalaciones eran militares, efectivamente, pero la arena y el mar no eran del Ministerio de Defensa. Hubo un tiempo en el que también dispusieron 'pelones' en la rampa de acceso al balneario a modo de segundo control pidiendo la tarjeta de identificación, ahí ya era complicado colarse en un lugar que, a pesar de su amplitud, siempre estaba lleno y existía la fea costumbre de familias y amigos de pillar las mesas desde temprano -hablamos de las diez u once de la mañana- dejando las toallas y pertenencias y no regresar hasta la hora de la comida. Había saturación de visitantes, aquello tenía una impresionante vida y los camareros temían las horas punta ante la cantidad de gente apostada en la barra pidiendo de todo.

La Marina habilitaba diariamente, durante julio y agosto, un servicio de autobuses que trasladaba a los bañistas desde San Fernando a Torregorda y viceversa. El primero empezaba ¡a las nueve y media de la mañana! y el último al que podías subirte para regresar a La Isla era a las tres de la tarde. Para utilizar este autobús también hacía falta otra tarjeta de identificación con los mismos datos que en la de la playa. Si no, imagínense a todo el mundo subiéndose a los vetustos autocares grises de la Armada... Yo jamás tuve un familiar militar, pero durante aquellos años disfruté de estos carnés que me posibilitaban usar el autobús y entrar en la playa. En mi grupo siempre había amigos que sí tenían padres, abuelos, tíos que ejercían en la Armada y por arte de magia nos convertíamos en hijos suyos o familiares cercanos, cambiándonos nuestros apellidos por los suyos, de manera que nos transformábamos en hermanos o primos de nuestros colegas. Yo llegué a llamarme José Carlos Mengíbar Vázquez gracias a mi querido amigo Enrique Mengíbar o José Carlos Calle Corrales verbi gratia a la mediación del bueno de mi también amigo Miguel Ángel Calle. En otras ocasiones pude colar mi nombre, por ejemplo en 1986, cuyo carné del autobús que nos llevaba a la playa aún conservo como se puede ver en la imagen, aunque mi fotografía se ha quedado por el largo camino.



Y así pasaron los veranos de disfrute de aquella segunda mitad de los ochenta y primeros años de los noventa, entre autobuses madrugadores para jugar al fútbol desde tempranas horas, libros de recuperación de BUP Y COU que releía una y otra vez en alguna mesa de aquel peculiar paseo marítimo y alguna que otra curiosa mirada lanzada a la zona donde finalizaba la barra, en la que tras unos biombos se podían adivinar unos reservados para almorzar atendidos por camareros específicos y de 'mayor prestancia' y en cuyos accesos se leía en placas metálicas los altos cargos de la Armada que tenían allí sus particulares chiringuitos cuando iban a la playa con sus familias. Almirantes, capitanes de navío y otros militares de alto copete que sabíamos que iban a venir o estaban ya allí cuando la vigilancia se acentuaba e incluso no te dejaban pasar y tenías que llegar al otro lado del paseo por la arena.

El caso es que hacía años que no visitaba de nuevo la zona de Torregorda y me decidí a ello hace unos días en este agosto de 2023. Desconocía que no sólo ha desaparecido la actividad en el paseo marítimo que permaneció tapiado tras el cese de ventas en 2009 "por falta de financiación por la crisis" (ver documento anexo), sino que ha sido demolido en su totalidad, por lo que desde hace algunos acá lo que puede verse es el muro perimetral del polígono de cara al mar, que durante años del paseo, hacía las veces de prolongada pared del comedor con las mesas y la barra. Algo de vegetación, algunos restos de lo que fue aquella construcción que aún se encuentran sobre la arena y el vacío absoluto de aquellos veranos tan concurridos. Soy tan fetichista que quise llevarme el fragmento de baldosa que se ve en la foto, pero en ese momento no tenía donde meterlo. el Próximo día me lo traeré. ¿Cuánta gente lo habrá pisado?



Ahora, apenas algunas familias o parejas aisladas que disfrutan de la tranquilidad de un lugar extraordinario y que, como ya alerté en mi artículo escrito hace nada menos que trece años, no está siendo objeto del aprovechamiento que puede tener de cara a la ciudadanía, y especialmente al turismo. A mediados de los años 2000 recuerdo una conversación con la entonces alcaldesa de Cádiz, Teófila Martínez, en la que me reveló la inquietud del Ayuntamiento gaditano por rescatar aquella zona y proyectar una iniciativa sostenible que convirtiera Torregorda en un lugar estratégico para el turismo amigo de las zonas costeras no urbanas. No olvidemos que Torregorda se encuentra en el término municipal capitalino, a pesar de la histórica presencia de isleños en este enclave. De aquello nunca se supo más nada aunque creo recordar que lo publiqué en Cádiz Información como noticia.

Al regresar y ver el paseo marítimo demolido, la zona de duchas y vestuarios cuando se entraba por la verja metálica -ahora condenada- que puede observarse en las fotos que hice el otro día y la belleza de la franja costera de Torregorda, a pesar de que un muro de piedras prohíbe continuar el paseo más allá por ser zona de tiro, no he podido evitar volver a sentir una sensación desasosegadora. No me invade por el hecho de tener nostalgia sobre el dominio militar de la zona, ni mucho menos, ni tampoco me reitero en algo que ya he dicho sobre sus posibilidades de desarrollo. Supongo que mi desazón viene motivada por contemplar lugares y paisajes que formaron parte de mi adolescencia que ya no tienen el cometido de antaño. Para ser más exactos, por ver sitios que te apabullan de recuerdos en tu cabeza de una época concreta de tu vida. Aquella no era mi playa cuando la pisé por vez primera, pero terminó por serlo y así lo acepté gustosamente durante una etapa importante de mi juventud. 



La vida es un puzzle de vivencias que vamos encajando gracias a los recuerdos. Cuando son gratos, permanecen en nuestra memoria y los unimos con la argamasa que nos brindan las cosas y situaciones que deseamos persistan lo menos alteradas posible. Llevas ya recorridas tres cuartas partes de tu vida y, si miras hacia atrás, sientes pánico al intuir que el paisaje y el paisanaje se han podido volver irreconocibles. Porque cada vez que algo que ha conformado tu ser lo ubicaste en el sitio que le correspondía pero han venido posteriormente a alterarlo sin que ni siquiera hayan sido conscientes, la memoria sufre un daño irreparable. Y el tiempo es un inexorable y un jodido transformador de las cosas.

He consultado documentación para comprobar que fue en 2017 cuando se licitaron las obras de demolición del paseo marítimo de Torregorda. Tuvo un presupuesto de 30.000 euros y se destinaron diez días para ello. La torre, declarada Bien de Interés Cultural (BIC, ojo a esta circunstancia), construida en 1932 sobre los restos de la original que se retrotraía al siglo XVIII, sigue allí, como instalación militar que es, porque el polígono continúa en activo. 



También el muro al lado de la verja metálica cerrada, en esa pared nos poníamos los chavales mientras, en ocasiones y sobre nuestras cabezas, surgía un ruido ensordecedor continuo como si el gas de una botella de refresco estuviera saliendo constantemente. Curioseábamos sólo un poco tras la empalizada y veíamos un misil preparado para ser lanzado al mar cuando alguien lo considerase oportuno y diera la orden.

O tempora, o mores. 


Y mientras, 'La Leona' sigue ahí, imperturbable, esperando que volvamos a ella cuando baje la marea..





Torregorda, en 2009, último año de actividad del paseo marítimo.

Autoría de todas las fotos: JCFM