viernes, 23 de febrero de 2018

Guillermo del Toro abandona su concepto poliédrico del monstruo para presentarlo tal cual en 'La forma del agua'


Es probable que Guillermo del Toro lo haya repetido con frecuencia, pero la primera vez que lo oí fue en la comparecencia posterior al pase de prensa en el que habíamos visto 'Cronos', en el Festival de Sitges de 1993. Éramos media docena de periodistas y en apenas un cuarto de hora concluimos la rueda.
"Me levanté una mañana para ir al WC siendo muy niño; entonces vi todo lleno de monstruos a mi alrededor. Hice un pacto con ellos: si ustedes me dejan vivo, yo les prometo serles fiel toda mi vida. Y aquí estoy", dijo el cineasta mexicano. Con esta declaración de intenciones no es de extrañar la carrera emprendida por Del Toro que ahora muestra en las pantallas la máxima expresión de su mandamiento principal, en el que encierra el resto de dogmas de fe de su cine. Pulcro, de imaginativa utilización de la cámara como lo es también de la fabricación de ideas, de acertadas apostillas musicales y de una imperfección -por manierista- presentación de situaciones deformadas por la también perenne presencia del cómic en la manera de ver al monstruo que el director lleva dentro. Poliédrica y mimetizada con las historias que nos ha expuesto a lo largo de 25 años de carrera. Si Del Toro nos muestra el monstruo más fácil en sus adaptaciones del cómic, sus monstruos metafóricos son aun más interesantes: el de la guerra civil española por partida doble en 'El espinazo del diablo' (su película más personal, según asegura y afirmación con la que coincido) y 'El laberinto del fauno' o el propio amor transformado en monstruo en 'La cumbre escarlata' o ahora, en pantalla, 'La forma del agua'.
Ante la premisa del amor al monstruo, Del Toro no da concesiones a la simbología ni a metáforas representativas de peliculas anteriores. Ahora sí tenemos a un monstruo con todas las letras, no ha tenido reparo alguno en construir una historia alrededor de él con máximas nada nuevas con las que realiza una película refrito de ingredientes de obras maestras o encumbrados ejemplos del cine del llamado realismo fantástico. Y así, tenemos al monstruo incomprendido procedente de un remoto lugar, capaz de sentir y en este caso amar, al que quieren escudriñar y explotarlo, con ribetes milagrosos de civilizaciones ignotas -es decir, un ET modernizado y anfibio- y solo comprendido por una persona; una amanerada historia de espías rusos en plena guerra fría y una inadaptada social, más por sus rarezas que por ser muda, que guarda curiosas similitudes con Amelie y a la que acompaña una banda sonora afrancesada de la que después hablaremos.
'La forma del agua' tiene dos principales problemas: el primero es precisamente ese descaro del director de meternos en una historia de fantasía en un escenario tan realista y en el que cuesta trabajo darle credibilidad al empecinamiento de Liza Expósito por un monstruo anfibio con el que llega hasta al paroxismo sexual y a esa manida manía que tienen ahora los directores de convertir todo en un musical donde hasta los monstruos más horribles bailan claqué con su amada sin pasarla y rodeado de estrellas de cinco puntas en el firmamento. Lo vimos en 'La La Land' hace poco y sigue la costumbre aunque no pegue la secuencia ni con cola.
El segundo inconveniente de lo último de Guillermo del Toro es que sabemos lo que va a suceder. Es como una pelicula de jesucristo, pero con bicho en el agua. No hace falta leer reseña alguna en prensa para saber que estamos ante una especial relación gradual de dos seres inadaptados y nuestro subsconsciente espera la tragedia final empujada por el razonamiento lógico de que un ser anfibio que va rebanando por ahi cuerpos con sus zarpas no puede terminar sentado en un sofá viendo un partido de fútbol con su amada humana. Es más, ya la cartelera de la pelicula se encarga de hacer el spoiler mas grande de los últimos años.
Quizá quien sea capaz de superar tanta ficción convencional en el fondo aunque inteligentemente trillada en las formas pueda decantarse por considerar 'La forma del agua' como un ejemplo del llamado realismo mágico y disfrutar de una historia de amor con la que del Toro es capaz de hacer lo mejor (la secuencia en el cine a la búsqueda de la bestia sirve como ejemplo) y de lo peor (la inundación de la casa en una secuencia en la que rosa el ridículo conceptual o el tono ampuloso de fábula de la voz en off que narra la historia al inicio y a su fin. Mención especial a su banda sonora, de Alexandre Desplat, nominada al Oscar.  Estoy tratando de buscarle algún sentido a ese soniquete de 'Main Title' tipo compositores de la nouvelle vague con acordeón incluido. Jamás he visto relación alguna entre tanta agua y el acordeón como instrumento 'acuático'. Eso sí, es bonito tela. Desplat dio con las notitas adecuadas y suena, y suena...Es el Oscar musical in pectore de este año. Pues vale.
En la cabecera de este texto tienes el vídeo con la crítica de 'La forma del agua', por si prefieres el formato audiovisual a la lectura.

martes, 20 de febrero de 2018

13 de febrero, Día Mundial de la Radio

Lo grabé el martes, que fue el Día Mundial de la Radio, pero no he podido subirlo antes.
Fueron muchos años de vivencias en la radio, en el medio de comunicación más mágico y maravilloso que pueda existir, y donde a través de mi programa 'Último Estreno' me introduje en el mundo del cine.
Apenas tenia 20 años cuando me puse por vez primera delante de un micrófono. Muchas anécdotas, momentos, vivencias con compañeros de otros programas y amigos, entrevistas a mucha gente conocida, viajes a festivales desde donde se emitía, noche de los Oscar, otras experiencias relacionadas con temáticas distintas al cine...
En estos minutos se ven muchos rostros que con seguridad provocarán sonrisas que pueden convertirse en risas a carcajadas. Algunos colegas, con los que guardo una estupenda amistad, están en medios a nivel nacional. Otros son amigos incondicionales, y algunos desaparecieron del camino. Como la vida misma.
No es un ejercicio de autocomplacencia. Es un particular, cariñoso y modesto homenaje a la radio y con ello a quienes la hicieron; a quienes la hacen, están y estuvieron, especialmente a los que siempre recuerdan los momentos que compartimos con cariño y gratitud, y así lo expresan cuando tienen ocasión. Espero que disfrutéis de él.


domingo, 4 de febrero de 2018

Goyas 2018: Decálogo de una ceremonia que todo el mundo dice ver pero nadie ve sus películas



Lo que más me llama la atención de las horas posteriores a la ceremonia de los Goya es la cantidad de gente que los ve, a tenor de la multitudinaria andanada de críticas que aparecen en las redes sociales, blogs y otros medios empleados para que nuestras opiniones lleguen a los demás.
Yo creía que esto de los Goya no interesaba a los españoles, ni a los aficionados ni a los profesionales. Pero debo estar equivocado. Todo el mundo habla milimétricamente de lo que pudo verse en pantalla. Para mal, claro.
Y lo curioso es que en este país cainita, debimos ser millones viendo los Goya pero unos pocos viendo lo importante: las películas que compiten, las películas de nuestro cine.
Habría que invitar a que levantaran la mano quienes en estos meses hayan ido al cine a ver 'Handia', 'Estiu 1993', 'Muchos hijos, un mono y un castillo' o 'La librería', entre otras nominadas que ya se han estrenado. Eso se llama cinismo 'Made in Spain'.
¿La ceremonia? Pues mientras sigamos empeñados en copiar el estilo de los Oscar, la fórmula no funcionará jamás. Me quedo, en lo positivo y negativo, con un decálogo de ideas:
1.- El acertado y original escenario, aun faltando personal de asistencia para ayudar a subir a los ganadores de premios con dificultades.
2.- La gran Marisa Paredes y su refrendo sobre el 'No a la guerra' que tantos secundamos en su día y seguimos defendiendo. Y Penélope Cruz, por la que tengo debilidad.
3.- El imperdonable olvido de la Academia al no incluir, en el vídeo dedicado a los fallecidos, a la actriz Amparo Pacheco, madre de Manolo Cal, que está indignado desde anoche con toda la razón. Se merece una disculpa.
4.- La aliviante actitud de los cineastas catalanes, muy presentes en la ceremonia, dejando claro por omisión de comentarios y simbología que los delirios independentistas no son buenos para la industria cinematográfica. Incluso con Isabel Coixet presente, que tiene más filias que fobias hacia las pretensiones de escisión. Incluyo también la preocupante sensación de que en el sur de España no se hace cine frente al apabullamiento catalán y vasco.
5.- La injusta no nominación de Fernando Velázquez por su banda sonora para 'El secreto de Marrowbone' pero bien que utilizaron su música de 'Un monstruo viene a verme' para momentos en la gala.
6.- La ganadora del Goya a peluquería... ¡con esos pelos!
7.- El humor de los presentadores. Extraño, como un pato en el Manzanares, que diría Sabina.
8.- La inexplicable altura de colocación de los dos micrófonos principales por los que hablaban los ganadores y presentadores.
9.- La extraña disposición de los fotógrafos en el patio de butacas, algunos casi tapando el tiro de cámara sobre gente sentada importante.
10.- Y sobre todo, especialmente, que yo no haya podido estar allí este fin de semana. El año que viene seguro que sí.

lunes, 29 de enero de 2018

Muere John Morris, el 'músico de Mel Brooks'


Ha muerto John Morris a los 91 años de edad. Ya nos había dejado todo el universo músico-cinematográfico que podía regalarnos durante décadas. Su 'El jovencito Frankenstein' ha quedado para la historia junto con otras grandes bandas sonoras que, en ocasiones más frecuentes de las necesarias, quedaron eclipsadas por canciones o temas musicales ya existentes. 
Todo el mundo recordará 'Dirty Dancing', pero es muy probable que pocos hayan reparado en la banda sonora y no sólo en las canciones. La compuso Morris. 
Al hablar de aquella obra maestra de David Lynch que es 'El hombre elefante', serán muchos los que relacionarán el adagio de Samuel Barber con ella, pero la música original, -nominada al Oscar, por cierto- fue escrita por John Morris. Una joya con un tema principal circense con el que el compositor no deja de recordarnos, a lo largo de este crudo filme, que Joseph Merrick no podrá vivir sin estar marcado por su origen y por el lugar donde era vejado y explotado. Un secuencia magistral es la de la irrupción de aquella escoria humana en su habitación. El compositor mantiene el ritmo y la gravedad, la tensión provocada por la maldad incipiente, hasta que Merrick es pasado de mano en mano como un juguete, como un tío vivo de feria y circo, es ultrajado, emborrachado y Morris utiliza su música para que nos duela más la secuencia y hacernos sentir hasta dónde alcanza la maldad humana. 
Si tienen alguna duda, prueben a verlo nuevamente sin la música. Verán otra película. 
Descanse en paz el maestro John Morris.

sábado, 27 de enero de 2018

Vídeo de 'Los archivos del Pentágono' y repaso a la trayectoria de Spielberg


'Los archivos del Pentágono' no es precisamente la mejor película de Steven Spielberg. Pero al menos nos sirve para, además de hablar de ella, repasar al 'contador de cuentos' como cineasta imprescindible para la generación de quienes ya rozamos los cincuenta. Un nuevo vídeo en mi canal youtube, seguramente muy largo como es habitual (;-)), pero que te aportará algunas cosas para hacerte tu propia idea sobre Spielberg y su último estreno. #Thepost #Losarchivosdelpentagono #Ultimoestreno 

miércoles, 24 de enero de 2018

El cuento de 'Los archivos del Pentágono'


Érase una vez una nueva película de Spielberg, de esas de buenos y malos, como casi todas las suyas. De las que, en algunas ocasiones, maquilla el cuento con un experimentado elenco técnico de sobrada experiencia en estos cometidos (Kaminski, Kahn, Williams...) y en otras las historias para niños se convierten en inclasificables devaneos, caso de 'Inteligencia Artificial'. A veces, los cuentos le salen bien porque dirige con eficacia y buen hacer ('Tiburón') y otras engarza, con precisión de relojero, los clichés con artesanas maneras de hacer cine, con la inspiración que le proporcionan seres semibíblicos que mueren y resucitan y entonces le sale una enormidad ('ET').
En eso consiste esto del cine para Spielberg. En hacer cuentos. En escasas ocasiones ha entrado a profundizar construyendo y deconstruyendo situaciones y personajes enmarcados en un contexto histórico ('La lista de Shindler', 'Lincoln') pero se mueve como pez en el agua para contar historias maniqueas en las que los malos son malísimos y sin más enjundia que ser vencidos (ya sean humanos o animales) y en cuya fórmula también se mueve la última película de quien ha sido uno de los directores de cabecera, para la generación que ya entramos en el medio siglo de vida y de cine.
En este caso, en el de 'Los archivos del Pentágono', hay buenos que charlan mucho y apabullan con sus diálogos -gran cantidad de ellos gratuitos- a lo largo de un filme que, al menos para el consuelo, es ajustado de metraje, porque podíamos haber tenido que sufrir un mamotrético producto moralizante bajo la sombra del Oliver Stone de los noventa, hilvanando un JFK con un Happy End protagonizado por el periodismo buenista, ese que solo sale en los cuentos. La realidad no es así aunque lo fuera en un momento puntual. Y como a Spielberg le gustan los cuentos (¿lo he dicho antes?), aquí hay buenos y en este caso un solo malvado que, en un ejercicio de esos básicos que de vez en cuando practica el director de manera sonrojante, coloca tras la ventana con voz severa y cabreada, acerca la cámara y el resto lo hace un John Williams contagiado del simplismo del ying y el yang, y... ¡voalá! Nixon acaba transformado en Darth Vader.
Ya antes, a lo largo del metraje del filme, el espectador padece una extraña sensación general de desorientación. Cree estar viendo buen cine, quizás es lo que está reclamando ante la teórica categoría de quienes han hecho la película en cada uno de sus cometidos. Pero no logra encontrarlo. Se escapa ante una exposición de los hechos sin más vida que una tímida historia feminista tangencial y un periodismo también de cuento, de personajes demasiado impostados, impropios del director. Ni siquiera son creíbles los hippies protestando en la calle, que mueven los brazos como muñecos animados de la Digital Domain en 'Titanic'. Mientras la mayoría ve en Meryl Streep el Oscar, dislumbro desde el principio una artificialidad paroxística hasta en un vestuario (¡qué horror!) que convierten a la protagonista en una mezcla de la señora Doubtfire con Margaret Tatcher. Y solo cuando el director nos complace aposta, ya bien entrada la película, y Katherine Graham dice algo parecido a aquello de "el gato es mío y me lo follo cuando quiero", su papel y el sentido de la lucha por la verdad a través de un tabloide cobra un halo de vida entre tanta artificialidad y cristal de bohemia. ¡Y ay, ese flequillo de Tom Hanks...! Y como aperitivo, un inicio inconexo con minutos de batalla cámara al hombro (¿les suena?) con el que Spielberg pierde tiempo para decirnos -como si fuéramos cortos de mente- que lo que viene a contarnos va del Vietnam.
'Los archivos del Pentágono' ha fracasado en las nominaciones a los Oscar. Posiblemente los académicos también hayan sentido esta artificialidad o que no hay nada nuevo bajo el sol a pesar de que pudo haberlo. O una distancia desde el ojo y el corazón del director demasiado grande, y ya se sabe que cuando Spielberg no siente, el espectador acaba resfriado. Así ha sucedido en varias de sus películas. Ni siquiera John Williams está nominado, pero es que el maestro, que pone los puntos musicales como sólo los hacía Goldsmith, no ha escrito nada más allá de lo que ya ha hecho en ocasiones anteriores para el cine patrio yanki de los bajos fondos políticos. No hay más sino, eso sí, atino musical en general. Demasiado poco para competir con la frescura y el universo musical que abre Alexandre Desplat con 'La forma del agua', camino de acumular estatuillas. O con él mismo y su universo galáctico, que le ofrece mayores posibilidades de lucimiento y lo aprovecha como un niño... de cuento. De Spielberg. 


sábado, 13 de enero de 2018

'Tres anuncios en las afueras', el talento con toque de exceso


¿De qué adolece el cine actual? Principalmente, de guiones brillantemente desarrollados y con personajes que enriquezcan al espectador a través de sus interioridades, de sus aciertos y errores al menos correctamente perfilados por los directores. Por eso es muy de agradecer que 'Tres anuncios en las afueras' venga a romper la tónica generalizada del hastío que provoca la falta de talento maquillada con técnica aparente o envoltorios engañosos.
La película ganadora del Globo de Oro de 2018 no es solo la historia de una mujer que exige justicia por el asesinato y violación de su hija mediante métodos poco ortodoxos como la colocación de tres grandes vallas publicitarias. Mildred, una Frances McDormand inconmensurable, es la piedra angular de un retrato de la América profunda -y en sí de una sociedad global enferma de racismo, miedo e inmovilismo- con personajes que, cuando Martin McDonagh los ha metido ya en el bolsillo del público, vuelve a sacarlos para dar estratégicos giros a la historia: giros de protagonistas buscando su particular redención o exponentes del fracaso de sus relaciones sentimentales que actúan de conciencia de grillo de la justiciera en grado sumo en lo que se ha convertido Mildred, una pistolera del lejano oeste como así nos la presenta estilísticamente el director desde el inicio del metraje a través de la manera de mostrarla por espacios escénicos principales del pueblo. Contribuye a ello el compositor Cartell Burwell en estado de gracia en este filme ciertamente deudor de los Cohen, pero mucho más talentoso, oscuro y con ribetes que recuerdan asimismo al cine más maduro de Eastwood.
Lástima de los excesos que pululan en el aire. Lastran la seriedad del filme pero ni por asomo arruinan un extraordinario ejercicio expositivo de miedos, sed de venganza o la utilización de lo grotesco para desmoronar la pétrea actitud de la protagonista, a la que Peter Dinklage en su papel de enano protector la desnuda con sus palabras calificativas tocando a hundido como no lo había hecho otro personaje poniendo punto y final en una cena antinatura. Por su parte, Sam Rockell entrega totalmente su papel a una transformación, no sólo profesional, tras habernos mostrado un agente que roza lo disneyano cuando acompaña al jefe de policía, William Willoughby. ¿Son entonces los personajes grotescos-excesivos los que polarizan el filme más de lo que nos creemos pero sus perfiles en cada momento están tan excepcionalmente ubicados que el mecanismo funciona como un reloj que no nos permite apartar la vista? La respuesta es, probablemente, afirmativa. Si a ello le unimos momentos sublimes como la réplica al sacerdote que acude a casa de la protagonista, las epístolas póstumas que dedica Willoughby o la secuencia del cervatillo junto a las vallas (la 'pistolera' McDormand se desmorona aquí), estamos ante una firme candidata a cosechar estatuillas en los próximos Oscar.