La película documental sobre John Williams recién estrenada en Disney+ no es solo una biografía audiovisual de uno de los compositores más relevantes de la historia del cine. Es un vehículo, útil y dirigido a un público emocional más que académico, para que todos vayamos comprendiendo el fundamental papel narrativo que la música cinematográfica desempeña en una película, descartando el concepto de que unas pocas notas ejercen de guinda de un pastel ya presentado, de aderezo suplementario. Todo documental que se adentre en el sentido de las obras de los autores protagonistas vendrá a aportar el grano de arena necesario para que entendamos el poder explicativo de la música hacia la imagen, hasta tal punto de que existen películas que se sustentan sobre su banda sonora como hilvane narrativo mucho más allá de lo que aparentemente creemos.
En «La música de John Williams», hay un momento en el que el compositor, sentado frente a su piano (aparece también así nada más comenzar el filme, como una diáfana declaración de intenciones del compositor bastión del clasicismo musical) explica el porqué de las cinco notas que conforman el conocido tema de «Encuentros en la tercera fase». Podían ser otras, y Williams podría ordenarlas mediante las miles de combinaciones matemáticas existentes sobre cinco elementos. Pero tenía que ser la que conocemos porque conforman una frase que narra a través del lenguaje musical. Y Williams lo explica en el documental con los mismos ojos ilusionados y rostro de niño que lo hace tocando con los primeros compases de «Tiburón» causando en Spielberg una desorientación plasmada en un interrogante: “¿Y con esto, qué pretendes hacer?”, mientras la respuesta es, únicamente, una sonora y divertida carcajada de un enigmático maestro que, por entonces, ya superaba los 40 años de edad, venía de ganar un Oscar y comenzaba a constituir, con un veinteañero, un binomio único y excepcional en el cine contemporáneo.
Lástima que «La música de John Williams» no se adentre más en la génesis de icónicas composiciones del maestro. La admiración y el amor incondicional mostrado por su director y Spielberg y George Lucas como ideólogos del documental convierten el filme, especialmente a partir de su mitad, en una sucesión expositiva de sus bandas sonoras más aclamadas, con dosis testimoniales emotivas como sucede con «La lista de Schindler», pero se echa en falta incidir más en el porqué en lugar del resultado, algo que casi solo vemos con lo explicado anteriormente con «Encuentros en la tercera fase». Quizá, en aras de enganchar a un público más mayoritario, se haya optado por un crisol de joyas en detrimento de adentrarse académicamente en ellas, con lo que hubiéramos entendido mucho más el porqué la música de cine es narración y no aderezo. Pero con lo que ofrece, el documental de Laurent Bouzeró ya es útil y se convierte en un arma más para seguir luchando por la defensa de una música de cine que, además del menosprecio congénito que sufre, pasa por momentos de escasa creatividad. Williams es el único eslabón vivo que une el clasicismo sinfónico con el cine actual, el hombre que aún compone ante su piano, que pinta a lápiz en el papel pautado, cuyo estandarte es la orquesta en su máximo exponente, frente al uso de las nuevas tecnologías y una amenazadora inteligencia artificial que, paradójicamente, no tendrá jamás la suficiente capacidad para comprender las cinco notas de «Encuentros…». Y quien nos las explica tiene 92 años a sus espaldas y continúa entre nosotros. ¡Qué privilegio y honor!
Reportaje, a modo de programa de 32 minutos de duración, sobre «La música de John Williams», en el canal #UltimoEstreno en YouTube en este enlace:
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