miércoles, 4 de junio de 2008

La red no es para mí

No hay discusión posible. El invento del siglo no es la televisión, ni las cosas del señor Albert Einstein -las peligrosas y el resto-, ni siquiera las que han hecho posible que avance la medicina. La piedra angular de la sociedad, y aún lo será más en los próximos años, es internet.

A alguien le dio por crear una red mundial de comunicación gracias a un sistema tecnológico que jamás entenderé porque, entre otras limitaciones, tengo la de ser un negado para las cosas de la ciencia. La primera vez que vi un televisor y me explicaron lo del bombardeo de partículas y el tubo catódico me quedé paralizado al aparato como la niña de Poltergueist en la cartelera, tratando de comprender aquello practicando las altaneras enseñanzas de Santo Tomás, es decir, si no toco, no creo.

Cuando apareció el magnetoscopio, vulgo vídeo, fui tan bruto que, al terminar la primera cinta en la que grabé una película -recuerdo que era Excalibur, de John Boorman, esa joya que no hay quien entienda en la última media hora- quise darle la vuelta como los cassettes de música, y al tratar de introducirla por la supuesta cara B, me cargué el arrastre del Sony.

La primera vez que quise jugar con el ZX Spectrum dejé correr la cinta porque creí que no podría continuar masacrando marcianos o recorrer pantallas en el Manic Miner con el hermano del osito de Bimbo -era igual que el pequeño plantígrado del pan de molde- si no permanecía pulsado el Play. Cuando vi que llegaba a su final, me entraron sudores porque me quedaba muy poco para superar mi récord de principiante y de los nervios me cargué aquel frágil teclado de plástico ya en mis primeras partidas.

Con los canales digitales creí que las películas pornográficas eran gratis y que sólo había que pulsar dos teclas para cumplir un mero trámite que supuse servía para obstaculizar su activación por menores. Cuando llegó la factura me costó medio sueldo, aunque eso sí, ellos y ellas ya eran como compañeros de piso, de las veces que salían los mismos actores haciendo de todo.

Bendito invento el de internet con todas sus ventajas hoy día. Ahora nos jactamos de su uso para "enriquecernos culturalmente" (pomposa manera de decir que nos bajamos música, películas y libros por la puta cara) o de las ventajas de disfrutar de banda ancha, que no es una nueva agrupación musical del pueblo, sino algo como un cable que, al ser tan gordo, puede lanzar muchos datos a velocidad de vértigo. Más o menos.

Pero seamos sinceros, la primera vez que allá por mediados de los noventa comenzamos a conocer internet, lo primero que nos llamó la atención fue chatear. Mi abuela no lo comprendía, y su reacción era lógica. Escribir en un teclado y que en tiempo real lo lea una china de Pekín manda cojones. Si estuviera viva ahora le daría un patatús al ver que no sólo escribes, sino que envías fotografías captadas al instante, puedes ver a la china por una cámara sonriendo con los ojos como dos signos de restar y si hay muy buen rollo hasta te enseña las tetas, algo que personalmente no me provoca la más mínima alteración sexual, y no es que no me agraden los pechos de las chinas, sino porque, a pesar de los avances tecnológicos, no deja de verse como si hubieras copiado mil veces una película en video, o la china en cuestión se queda repentinamente como si hubieras pulsado la pausa, más quieta que cualquier protagonista en un capítulo de Doraemon, y ya el rollo, quieras que no, te lo corta.

La cosa es que todos conocimos internet por el chateo, aquello que realmente era tan teóricamente enriquecedor por lo del contacto con los demás para conocer gentes de todos los rincones del planeta y esos tópicos repetidos durante estos años. Por entonces me resultó divertido y los pocos que participábamos de la red aprendimos muchas cosas unos de otros. Incluso de las chinas, aunque más de las sudamericanas.

Transcurrió el tiempo y no volví a un chat de esos. De hecho, cuando hace ya diez años descubrí el primer sitio en internet para chatear, apenas había otro que le hiciera la competencia, uno se llamaba chat.com y era en inglés con unos monigotes que nos representaba a cada internauta conectado, y el otro inforchat.com. Poco más. Después vendría la eclosión de portales, hotmail, su messenguer y toda esa patulea. A excepción del messenguer, me olvidé por completo del chat, hasta que por un casual y al encontrar un viejo papel con unas anotaciones en su margen, recordé que hacía años me inscribí en uno de esos sitios para conversar con el personal y nunca más volví a entrar.

Picado por la curiosidad, anoche recordé aquellos años mozos de intento de hacer amigos, o al menos conocidos, en internet. Aún funcionaba mi nick, si bien me resultó dificultoso adaptarme a tanta modernidad. Ahora no había muñecos, sino fotos pequeñas de gente conectada, funciones a gusto del consumidor para lanzarle un bocinazo al resto del personal, ponerle una cara con cientos de expresiones, grabarle un mensaje de voz, poner una cam (ya nos hemos ahorrado el resto de la palabra en español) o entrar en cientos de habitáculos de sorprendentes nombres: Desde Cofrades de verdad hasta Jovencitas esperándote, pasando por Sólo gays, Teenagers orientales o habitaciones con el nombre de cada ciudad. No quise entrar en Cádiz, no fuera a ser que me encontrara a otro periodista a algún reputado político y, sirviéndose del anonimato, se complicaran las cosas al aflorar secretos inconfesables.

El caso es que esto ha evolucionado una barbaridad, o quizás degenerado, como cada uno entienda lo que puede sucederte en tan sólo diez minutos: repentinamente apareció una colombiana que aseguraba estar enamorada de ti por el mero hecho de desearle buenas noches cometiendo además un error cronológico, porque allí aún están comiéndose el bollycao de la merienda cuando nosotros tiramos al suelo los cojines de encima de la cama para meternos en ella. Logras escabullirte pero otra amable chica te invita a que la agregues al messenguer, lo haces y aparece una foto en una ventana en la que la susodicha se ve ligera de equipaje. El susto no es ese, sino los tres mensajes que te sugiere escribas a un teléfono para que te enseñe el culo, todo ello al módico precio de tres euros. Al decirle amablemente que no me interesa, y en reiteradas ocasiones porque son más pesadas que los del Canal Satélite cuando te quieres dar de baja, termina por insultarte y desaparece. Menos mal.

El hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra... o tres, así que como una tercera chica tenía pinta de buena gente, terminé agregándola a la nómina de mis contactos. Cuando apareció como conectada, si nick era "¿Sabes una cosa? Sonríe porque Cristo te ama/El único que te perdona los pecados". Si no me creen, ahí tienen la foto para comprobarlo. Así que comenzó una retahíla de buenos principios que ni el mismísimo ET a Elliot, para finalizar aquella homilia cibernética con un "Dios te bendiga", algo que no me cuadraba mucho con los tres euros de la anterior. Del frustrado vicio casi pasé a convertirme en una sucursal del Vaticano, y cuando la chica en cuestión comenzaba a explicarme el milagro de los panes y los peces, le mentí -iré al infierno, estoy convencido de ello- y le escribí que el wi-fi me estaba fallando por culpa de una avería de Ono para, finalmente, eliminarla por siempre jamás. Amén.

Aturdido por lo sucedido, un tipo me abrió una ventana en un privado de esos -que así lo llaman- para decirme que soy muy atractivo, por lo que intuí que quería abrirme algo más. A todo ello me pregunté que cómo podía saber de mi supuesta belleza si en el hueco para una imagen personal yo tenía puesto un fotograma de Slot, el dionisíaco protagonista de la película Los Goonies. Como a mí los hombres no me van nada, al igual que los aduladores sin ni siquiera saber cómo eres, lo ignoré aterrorizado y miré mi ordenador por si tenía cámaras sin yo saberlo o el sujeto me lo había hackeado, pero resultó ser que no.

Ante tamaño despropósito más propio de una película de Jerry Zucker y Jim Abrahams, los maestros de Aterriza como puedas o la grandiosa Top Secret, entré en una sala cuyo título era Política, pero no sirvió de nada porque en aquella fiesta particular entre cuatro estaban escribiendo como loros letras de canciones de Pignoise, algo que con tan sólo leerlo, sin necesidad de oírlo, ya me produce náuseas.

Alentado nuevamente por la curiosidad de acceder a las para mí novedosas opciones como ver los perfiles del personal, urgué en tres de ellos en una sala común, pero podía habérmelo ahorrado. Poemas de Bécquer (qué escritor tan chapucero, Dios santo), fotos de hadas rodeadas de estrellas, dragones mitológicos, brujas de disfraces catetos de Carnaval o panorámicas de ciudades. Pues eso, vaya panorámica...

Desconecté sin saber cómo valorar aquello. Creo que volveré a entrar en un chat de esos dentro de otros seis años, a ver los avances de internet cómo se reflejan por entonces. Por ahora seguiré siendo un Paco Martínez Soria de la red, con mi boina y mi blog a cuestas.

viernes, 30 de mayo de 2008

La crisis eucarística

Los cristianos más seguidores de las tradiciones plásticas y propagadores de la fe mediante las representaciones tangibles -es decir, cofrades y partidarios de los cortejos procesionales, entre los que me incluyo- estamos mirando para otro lado a la hora de reflexionar sobre la grave crisis que envuelve a uno de los dogmas católicos de mayor relevancia. Me refiero a la presencia de Cristo en la Eucaristía.

El fenómeno recesivo no sólo afecta a la Iglesia ecuménica en cuanto que cada vez son menos las personas que comulgan. Las cifras de fieles en misa descienden, y los guarismos son aún más negativos en el caso de los que deciden practicar el sacramento de la eucaristía, ya que, de los que aún observan el mandato de la Iglesia de acudir a misa, cada vez son menos los que se acercan al altar a tomar lo que -cuesta trabajo asimilar el concepto de transustanciación- se supone es el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Como indicaba anteriormente, la crisis de comuniones -las de verdad, no esas de mayo con ínfulas de acontecimientos sociales, de miles de euros de coste y manipulación infantil incluida- también ha alcanzado a los 'cristianos evangélico-plásticos'. Las procesiones de Corpus Christi en las ciudades cada vez son vistas por menos ciudadanos (me niego a emplear el término 'fieles' para todo aquel que ve un cortejo procesional en la calle), el propio clero acude a regañadientes en numerosas localidades y en otras se lanzan la pelota de la organización. Todo ello en grandes ciudades tanto de larga tradición sacramental como en poblaciones de menor tamaño.

Los periódicos reflejan la cruda realidad para los amantes del sacramentalismo y, por ende, la propia Iglesia, que mantiene como piedra angular la figura antiempírica de Jesús presente directamente, sin intermediarios, en la eucaristía. En el ámbito en el que resido, los rotativos se Cádiz, San Fernando, Sevilla,... se preguntan dónde está el público que, conforme han transcurrido los años, van perdiendo a pasos agigantados las procesiones del Corpus Christi.

En una significativa fotografía que he visto en un medio se puede observar las calles que rodean a la Alameda Moreno de Guerra de San Fernando prácticamente vacías, al igual que otras adyacentes con grupúsculos de personas, familias,... Aún recuerdo de pequeño aquellas aceras por donde era imposible transitar ante la masiva presencia de isleños de todas las edades, conveniente y absurdamente separados del cortejo procesional por una hilera de militares de Infantería que hacían pasillo a toda la procesión y, llegado el paso de custodia, se arrodillaban y adelantaban su arma en señal de subyugación a Su Divina Majestad,... Nunca me agradó ver nada relacionado con Jesús el nazareno al lado de instrumentos para matar.

Ya no hay militares, lo que dicho sea de paso, me parece una extraordinaria idea que no ha ordenado un jerarca castrense progresista ni un arcipreste rojo. Lo ha marcado el signo de los tiempos, la evolución, la separación de los poderes más próximos a la calle. Jesús no es más sacramental rodeado de fusiles ni asistiendo a un desfile al paso de la oca, ni una procesión es más solemne por lucir uniformes variopintos.

Lo que es obvio es que estas procesiones están siendo ignoradas por cada vez más personas, y algo tendrá que hacer la Iglesia y las entidades que en ciertas ciudades organizan esta procesión: las hermandades.

Habría que pensar si realmente el modelo de cortejo procesional del Corpus Christi es el acertado, inmersos ya en el siglo XXI y con la que está cayendo. Me pregunto hasta qué punto es necesario que cientos de cofrades hagamos un desfile de modelitos de El Corte Inglés precedidos por nuestras insignias y portando pértigas de poder, ordenados cual ejercicio de maniobras en el Cuartel de Instrucción, mostrando nuestros rostros como escogidos por el dedo de Dios, mientras el vulgo nos contempla desde la acera con sus innumerables prismas cortantes reflejados en sus ojos: los del desempleo, la desesperación por la precariedad laboral, las dudas de fin de mes, los indomables hijos ante una educación hostil avalada por los gobiernos, el precio de la gasolina o, simplemente, si lo que están viendo es 'real' o un pomposo teatro de oropeles plagado de cursis a los que les siguen sacerdotes -cuando acuden- bien alimentados y con cara de pocos amigos.

Deberíamos ir pensando si tiene sentido ocultar nuestro rostro como pecadores en abril para ostentar corbata o escote mes y medio después ante todo el mundo. Quizás la salvación de estas procesiones tan elitistas en las que se han convertido los Corpus Christi se solucionen como a Dios le gustaría, y cuya fórmula infalible no es algo nuevo bajo el sol porque los propios cofrades la practican con otras imágenes y, por cierto, con gran éxito, cuando de vía crucis o rosarios de la aurora se tratan, por poner dos ejemplos.

Me pregunto si Jesús Sacramentado no puede ir acompañado del pueblo, de las gentes sencillas delante de su paso de custodia, alabando con cánticos al Señor, compartiendo la misma fe con fervor y recogimiento, pero con alegría y el gozo de un cortejo de gloria, donde se rezume fervor popular y legítimo, real y sin vacuas ostentosidades, donde tengan cabida los amigos de chaqueta junto a los que prefieren la rebeca, el cofrade anónimo -tal y como lo dictamina el capuz que nos hace ser penitentes anónimos en el momento culmen del año- y el sacerdote de mi parroquia, el militar sin vestir, como va el butanero de mi barrio, que no porta peto rojo para salir en ningún Corpus...

Puede que sea el momento de hacer más sustanciosa, más rabiosamente verdadera, la procesión de las procesiones. Como ocurre entre las sencillas gentes de la fotografía que les aporto hoy.

miércoles, 28 de mayo de 2008

Territorios Sevilla

Mi buen amigo Paco Martín (extraordinario fotógrafo, mejor persona, amante de la buena música menos cuando le gusta algo de Michael Nyman y perezoso compulsivo cuando se trata de terminar de una vez por todas su segundo libro), viene asistiendo en estos días a los conciertos de Territorios Sevilla, una cita ineludible que se celebra en la capital hispalense con músicos de gran prestigio enmarcados en diversos estilos, desde el chill out hasta cualquier ritmo étnico.
En estas últimas horas me enviaba unas fotos como la que acompaña a estas palabras, y un texto sobre el recital de Gilberto Gil. Se lo dejo a ustedes para que disfruten...

"Gilberto Gil: el mi(ni)sterio de la música

Si la pureza buscara un sentido entre la música, soñaría probablemente con la simpleza, la melodía y, por supuesto, el compás. Saber mezclar exactamente los sonidos y los silencios, como un maestro en alquimia, y eso precisamente fue lo que el pasado jueves pudimos presenciar unos pocos afortunados en el Pabellón Hassan II durante el concierto que brindó Gilberto Gil dentro del XI Festival Internacional de Música de los pueblos, Territorios Sevilla.
Pero la grandeza de este músico va más allá de lo puramente musical, sus palabras nos transportan a un mundo políticamente comprometido, solidario, y sus enseñanzas brotaron tanto de su boca como de su guitarra.


Los que hemos visto a Chano Lobato en recitales de los últimos tiempos, sabemos que, aunque su voz no era la de antaño y su energía limitaba sus esfuerzos, suplía sus deficiencias bajo el manto de la experiencia, contando historias de él, del grandioso Beni de Cádiz, de Matilde Coral… todas en clave de humor. Gilberto cambia la clave de humor por la clave de amor, y nos cuenta sueños de poeta, como Metáfora, una de sus interpretaciones más aclamadas durante el recital, donde hace un fiel reflejo de sí mismo narrando el mundo paralelo del artista como si fuera precisamente eso, una panacea o una metáfora.

El concierto duró algo más de hora y media y fue un recorrido por la vida artística del brasileño, armado con una simple guitarra acústica y sin más ayuda que su voz y el puntual auxilio de su hijo que demostró al público aquello que dicta ‘de tal palo tal astilla’.

Gilberto Gil no sólo mostró su dominio de la bossa-nova y los antiguos ‘palos’ brasileiros si no que impartió su enseñanza musical a través del blues, pop, rock e incluso regae, pero siempre llevado a su terreno, donde el inglés es portugués y viceversa.

Sólo un marco tan incomparable como el antiguo pabellón de Marruecos de la Expo podía hacer justicia para una noche deliciosa donde la luna de mayo en Sevilla se transformó en luna de Salvador de Bahía o tal vez de Ipanema,..

Paco Martín 23/05/08"

martes, 27 de mayo de 2008

Sydney Pollack

Me pregunto cuál sería la utilidad de mi reflexión de hoy si me limitara a decirles que Sydney Pollack ha muerto. Eso ya lo saben. Si les aporto una interminable lista de películas que dirigió a lo largo de su vida tampoco les será de mucho valor. Para eso escriben su nombre en Google y allá va la sucesión de películas que no sólo hizo tras la cámara, sino delante de ella o produciéndolas...

Así que me limitaré a decirles que fue un tipo arriesgado (Danzad, danzad malditos), un extraordinario narrador de historias cotidianas, dolosas y convulsas socialmente (Tal como éramos), un maestro del 'tempo' narrativo muy lejos del vacío preciosista de otros (Memorias de África), un salvador de proyectos inacabados (Eyes wide Shout), un auspiciador de 'revivals' del trasvestismo Wilderiano (Tootsie), un enorme director de acción (La intérprete, Yakuza), un caballero (se dirigió con una reverencia a Steven Spielberg cuando le venció en los Oscar dejando la magnífica El color púrpura sin una estatuilla) y un maestro que supo darle a sus músicos para cada ocasión el lugar que les correspondía: John Barry, Marvin Hamlisch, Dave Grusin, John Williams, James Newton Howard,... ahí es nada.

He escrito varias páginas monotemáticas en los periódicos dedicadas a Sydney Pollack en estos pasados años. Rescataré los textos en próximos días.

Hoy sólo puedo apostillar que ha muerto un grande con mayúsculas. Esta noche volveré a revisar aquella secuencia de Memorias de África en la que Meryl Streep entra en el bar exclusivo para hombres y todos le abren paso, menos uno que permanece sentado y se siente obligado moralmente a ponerse de pie antes del brindis,...volveré a emocionarme al ver a la baronesa arrodillada ante el gobernador, defendiendo a sus nativos:

-"¿Tengo su palabra?"
-.....
-(La esposa del gobernador): "Tiene la mía".

Repasaré ese plano secuencia final de Tal como éramos y el indefectible camino de cada protagonista mientras Pollack abría campo visual subido en la grúa. O el viaje en aquel autobús mortal en La intérprete. Cualquier fotograma de Pollack vale más que decenas de películas actuales.

viernes, 23 de mayo de 2008

Tan fetichista como innecesaria

Me lo preguntaba durante estos meses y, tras visionarla este jueves en su estreno, me corroboro en mi amargo interrogante: ¿Qué necesidad tenían Steven Spielberg y George Lucas de hacer una cuarta entrega de Indiana Jones?

Huelga decir que es ridículo pensar, a estas alturas, en los réditos que aportará en taquilla. Tampoco resultaría sólido elucubrar con un posible ardid de Harrison Ford para encarnar al aventurero, soportando 64 años de edad sobre sus espaldas.

Continuemos buscando un origen a este pleonásmico producto, anacrónico en el tiempo conceptualmente, ya de por sí, y visto el producto, aún más trasnochado. Tampoco parece necesario que John Williams escriba una nueva música porque le haya venido la inspiración. El más preciado músico cinematográfico entre los aficionados también ha plasmado ya en los pentagramas todo lo maravilloso que podía hacer y, camino de los ochenta años, así lo demuestra en Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal, con una sucesión de leit motivs que ya compuso hace 28, 24, 20 años, en un amalgama de notas incidentales también de pasmosa similitud a las de los dos últimos filmes de la saga de Star Wars. Eso sí, Williams siempre es un maestro en la apostilla musical a la escena. Presten atención a los sones que escucharán en los inicios del filme cuando abran la gran nave donde custodian aquellas cajas de En busca del arca perdida, porque son las que conforman el score de aquella joya de 1981, o cuando Jones recoge su sombrero del suelo, o el retrato de su padre en la mesa del despacho,...

¿Necesitaría Janusz Kaminski hacer una fotografía para Indiana Jones? Tampoco es motivo para rodar esta veleidad, cuando Kaminski tiene varios Oscar en su casa y ya hizo grandes trabajos de luz en Salvar al soldado Ryan o La lista de Schindler, y ahora se encuentra además preparando su tercer largometraje como director, White Rose.

Michael Kahn es el montador. Ya le dio sentido a las secuencias de Un hombre llamado caballo, Encuentros en la tercera fase, las otras tres cintas de Indiana Jones,...

¿Querrán crear un parque temático con los devaneos ridículos del final de Indiana Jones y la calavera de cristal, que me permito reservarlo para no fastidiarles semejante idea más propia de M. Night Shyamalan cuando hace malas películas (la mayoría de las ocasiones)? ¿Les quedó ganas de rodar otra vez la admirable persecución por las galerías del templo maldito con casi la misma música, pero ahora con un niñato vestido de rockabilly y una gritona ucraniana? (qué originalidad, los malos malísimos son los rusos...).

Ninguna de estas razones las considero de peso para haberme desmitificado aún más la figura de Indiana Jones. Así que me quedan sólo dos: a Spielberg y Lucas les encanta los folletines venezolanos y el fetichismo o han querido divertirse con una obra menor. El primero de los casos lo tengo claro con tanto lío familiar, la reaparición del clon de Carmen Maura y otros ripios que no les puedo adelantar, además de tanto guiño (lo más salvable de la cinta por su amable ingenuidad) que convierten el producto en un codiciado ejemplo, como les indico, de fetichismo para los que se declaren adeptos sin condiciones de la saga del intrépido arqueólogo.

La segunda razón probablemente también. Así que si se trata exclusivamente de pasar el rato sin más pretensiones, quizás le den un aprobado a esta, insisto, innecesaria secuela. Aunque para divertirme prefiero Blanco humano de John Woo, para que no me califiquen de pedante. Eso sí que divertía.

domingo, 18 de mayo de 2008

Vuelve Indiana Jones...¿Para qué?

Si Steven Spielberg no hubiera ya profanado la figura de Indiana Jones en la tercera entrega de la saga, ahora mismo no me llegaría la camisa al cuerpo. Pero ya en La última cruzada vimos un ejemplo de cine de aventuras crepuscular, en el que primó las payasadas con el paraguas de Sean Connery y su insoportable 'junior' cada vez que citaba a su aventurero vástago, a lo que se sumó el rídículo final con templario incluido. Ni siquiera los trepidantes primeros diez minutos, ejemplo de un emotivo flashback al origen de la figura de Indiana, salvaban un producto que distaba mucho de sus dos predecesoras.

Precisamente anoche desempolvé mi estuche en DVD de la trilogía para visionarla nuevamente, pegarme unas extensas horas para volver a comprobar la frescura de En busca del arca perdida, sus excelentes momentos direccionales (la silueta del protagonista en la pared recién llegado al tugurio de Marion, la búsqueda de la chica en los cestos, el guiño-homenaje final a Ciudadano Kane,...), así como reafirmarme en que la segunda de la trilogía, Indiana Jones y el templo maldito, es la mejor con diferencia. Sólo así se explica su excepcional presentación en la sala nocturna con Lao Che y sus secuaces y el adelanto de la enorme y desafortunada misoginia que se destila de este filme ante el tratamiento de la figura de Willy, encarnada por Kate Kapshaw, la actriz que terminaría contrayendo matrimonio con Spielberg. Pero todo es permisible ante secuencias admirables como la de la cena en el palacio con aquella 'serpiente con sorpresa' o el 'sorbete de sesos de mono', en la que el 'macguffin' Hitchcockiano está presente ante el creciente clímax provocado por Indiana y sus sugerencias sobre los sacrificios humanos que según le cuentan protagonizan en el submundo de aquellos oropeles... Ni que decir tiene de la maestría en las secuencias de la persecución de las vagonetas, el puente,..."fortuna y gloria, hijo; fortuna y gloria...". Y punto y aparte para la banda sonora de John Williams.

Ahora llega una cuarta parte. ¿Para qué? ¿Tan mal está el cine como para recurrir a iconos ya escasamente explotables o clásicos? Recordemos que el personaje de Indiana cuenta ya casi con treinta años... ¿Nos va a aportar Spielberg algo más a estas alturas que nos demuestre que es un genio tras la cámara? ¿Necesita hacerlo el director de obras maestras como Tiburón o ET, cuando ya en 1982 demostraba su espíritu visionario, su condición del nuevo Orson Welles en cada escena de aquella historia rabiosamente mesiánica y cristífera del extraterrestre que llega "de arriba", se rodea de sus "jóvenes discípulos", hace "milagros" al curar al dedo de Elliot, es "incomprendido" y perseguido por la masa, muere "y resucita" y termina volando ordenando que "seamos buenos"?

No necesito que Spielberg me demuestre nada. Como ejercicio de mero escapismo, tampoco sería ineludible recurrir a Indiana. John Williams ya ha escrito toda la música que puede escribir a sus ochenta años, nominaciones y Oscar a pares, Michael Kahn ya ha montado todo lo montable por él,... Entonces, ¿cuál es el motivo? ¿Ganar dinero? ¿Spielberg lo necesita? ¿Harrison Ford?

Ya nada me asusta en el cine. Quizás me divierta hasta cierto punto en el estreno del filme. No voy a renegar ahora de un símbolo de mi juventud. Pero sólo quiero saber qué necesidad había de mancillarlo, tanto como han hecho con Alien.

Indiana Jones y la calavera de cristal se estrena hoy domingo en Cannes. Esperemos las críticas, entre ellas la línea directa que tengo con compañeros que cubren el festival. Esta misma noche me han dicho que me llamarán tras verla. Mañana les cuento...

viernes, 16 de mayo de 2008

Algo más que un festival

Cannes ya ebulle en su cita cinematográfica anual. En realidad, es el verdadero festival mundial del celuloide en su más amplio concepto de la palabra. Los privilegiados que acuden a este evento no sólo tienen la opción de ver siete y ocho películas al día como es habitual en una celebración de estas características, que tanto han proliferado en todos los países en los últimos años. Cannes es el verdadero escaparate del cine, es mucho más que una exposición de filmes durante una semana. Después de Hollywood, y rozándole los talones en muchos ámbitos, Cannes es el centro neurálgico de la industria cinematográfica.

Les explicaré porqué. Paralelamente a las proyecciones, la pequeña y carísima ciudad francesa se transforma en el punto de encuentro de cientos de productoras cinematográficas y televisivas que ofrecen lo mejor de sus realizaciones a las distribuidoras y a las majors catódicas, que recorren los stands y despachos viendo las cartas de presentación de nuevas series deTV, filmes, proyectos en definitiva que adquirir para toda una temporada hasta mayo del próximo año.

Es Cannes por tanto un gran show y un enorme negocio. Todo aquel que se precie de producir cine y TV y desee vender sus productos debe acudir, al igual que cualquier productora que quiera ofrecer a sus espectadores lo más avanzado en el mundo audiovisual debe enviar sus profesionales a un lugar y a un festival en el que, por cierto, se acreditan más periodistas que en las olimpiadas. Así que ya ven la importancia que tiene Cannes...

Para los aficionados al cine, lo relevante es observar el panorama de películas en competición o rememorar las grandes cintas que han sido premiadas con la Palma de Oro, queda en un apartado secundario la maquinaria de venta y productiva de la que les hablaba anteriormente. Y como el cine está de pena en cuando a la calidad actual, no puedo evitar recordar títulos de películas que lograron el preciado premio en Cannes a lo largo de las pásadas décadas para reafirmarme en que eso sí que era cine.

En realidad, Cannes nació en 1939, aunque se empeñen en decir que fue en 1946. De hecho, en el primer festival iban a participar 15 países, y películas tan maravillosas como El mago de Oz, Unión Pacífico, de Cecil B. de Mille... pero apareció la guerra y jodió el invento, así que desmontaron el chiringuito, arriaron velas y esperaron a mejores tiempos. Tras finalizar la contienda mundial, Cannes empezó a escalar puestos referenciales hasta convertirse en lo que hoy es: insisto, un gran escaparate.

Fíjense en algunos títulos que ahora, de memoria, recuerdo han ganado la Palma de Oro en Cannes: El tercer hombre, de Carol Reed; Viridiana, de Luis Buñuel; Taxi Driver, de Martin Scorsese; La Misión, de Roland Joffe, denostada en Estados Unidos por el escaso interés que suscitó su temática y recuperada en Europa,... y actores premiados, desde Fernando Rey a Alfredo Landa, Paco Rabal, Marcello Mastroianni, Bette Davis, Paul Newman,... Los españoles siempre hemos tenido una buena relación con los jurados de Cannes.

Foto: cartel del primer festival de Cannes, celebrado en 1946.