En 1966, Francois Truffaut dirigió 'Fahrenheit 451', aquella película en la que los bomberos, en lugar de apagar fuegos, quemaban libros. Siempre viene a la memoria el nazi Goebbels bramando los nombres de la treintena de escritores que, a juicio de aquellos tarados totalitaristas, deberían dejar de existir mientras los libros de Einstein, Kafka o Hemingway ardían en una gran pira en plaza pública.
Quien crea que esa imagen es fruto de la historia olvidada, ya puede ponerse al día. En Ontario, Canadá, la comisión escolar de Providence, que gestiona 30 planteles católicos y de lengua francesa, ha destruido hace varios días 4.700 libros infantiles que consideraban "ofensivos" hacia los indígenas. Las obras han sido quemadas o enviadas a reciclaje con el argumento de acabar con los estereotipos negativos hacia los grupos autóctonos y favorecer la reconciliación con ellos. Tintín o Astérix han sido pasto de las llamas, al calificarse los contenidos de estos libros de "desactualizados e inapropiados", ya que, según alegan, están repletos de estereotipos negativos contra los indígenas. Es aparecer las palabras 'indio' o 'esquimal' y las publicaciones arden en el fuego eterno.
Ya queda menos para que se quemen películas, y lo peor de todo, que en esta nueva cruzada 'del otro extremo', busquen los master originales para evitar copias. Como la Metro hizo con la inglesa 'Luz de gas' para que en la historia del cine solo apareciera la americana 'Luz que agoniza' con Ingrid Bergman.
El ser humano, cada vez menos acomplejado por sus taras del pasado haciéndolas presente, destruye películas y libros. En Canadá lo lleva haciendo desde 2019, hace más de dos años, ante la pasividad global. Ya lo decía el poeta H. Heine: "Se empieza quemando libros y se acaba quemando personas".