martes, 19 de enero de 2021

Tippi Hedren cumple 91 años



Hoy, 19 de enero, es el cumpleaños de Tippi Hedren. Noventa y uno, que se dice bien pronto. No sé porqué extraña razón no se le menciona cuando se habla de actores y actrices longevos que aun están con nosotros. Entre otras muchas cosas, esta mujer con los ojos entre los más expresivos y bellos que ha mostrado una pantalla, ha trabajado bajo las órdenes de Charlie Chaplin y Alfred Hitchcock, que es como dejar claro que está todo dicho.
De este último, ella me turba mucho en 'Marnie', película que amo, creo que tanto por su enorme papel como por culpa de Herrmann, que construye una partitura arrebatadora. Pero Tippi Hedren siempre podrá presumir de haber sido protagonista de la obra más cruel de Hitchcock. Un psicópata obsesionado con su madre, un lío político o un enamorado de una enigmática mujer son cosas que entran dentro del espectro guionístico común, pero que unos animales tan miedicas e insustanciales como los pájaros atemoricen a todo una población hasta el plano final en el que los cabrones han triunfado y el ser humano huye despavorido, es el remate del retorcimiento guionístico de Hitchcock, que conociendo su sadismo se pondría brutísimo con el cuento corto de Daphne du Maurier.
El colmo es que los agapornis, los pájaros más cursis y pacíficos de todos los que existen, es el macguffin de la historia. Qué maravilla...
Felicidades por estar en esta joya, Tippi Hedren. Y por tu cumpleaños.

domingo, 17 de enero de 2021

'¡Ni te me acerques!': fotopollas para la pandemia


Si queréis pasar un rato divertido y sois amantes de esas películas con referencias a otras convertidos en clásicos del cine, buscad en Filmin ‘¡Ni te me acerques!’.

Es obvio que la pandemia provocada por el coronavirus va a comenzar a ser destacada protagonista en el cine, bien como tema central o como excusa. Norberto Ramos del Val y compañía no perdieron el tiempo y en el verano pasado se pusieron a rodar lo que han calificado como una comedia pandémica. En realidad, el virus y sus circunstancias son las excusas para un filme con mucho de Screwball Comedy actualizada y cinefilia en sus venas y no tanto de sal gorda como de inicio nos pueda parecer o quieran vendernos.

‘¡Ni te me acerques!’ podría ser un subproducto irrespetuoso con una temática de delicado tratamiento o incluso algo peor, una de tantas basuras innecesarias y que el cine, espectadores incluidos, no merece. Si alguien cree que va a visionar algo así, se equivoca. La llegada de un escritor contratado para vigilar un hotel a un pueblo perdido de personajes dispares da la oportunidad de utilizar talentosamente ‘El resplandor’ de Kubrick, surgiendo así lo que pudiera parecer la manida comedia de desmitificación de clásicos. En el fondo hay mucho cine español y muy español recordatorio de los más estrafalarios personajes creados por Berlanga o Cuerda, una fauna humana con sello hispano que se mueve entre un bar de machos ibéricos, el policía de “la calle es mía” o el del taller de coches que te mantiene eternamente esperando las piezas de tu vehículo jodido y que además es negro, que para eso tiene ‘el resplandor’. Una exposición de motivos que da pie a una comedia romántica con sus ingredientes tradicionales –líos y ambiguedades sexuales, equívocos, mensajes telefónicos comprometedores, alcohol y drogas para justificar decisiones alocadas- en las que, insisto, la pandemia es solo una excusa para lo de siempre: el amor que surge inesperadamente y lo que supone lograrlo. No faltan tampoco las referencias a otros filmes cuando ‘¡Ni te me acerques!’ se vuelve más convencional, como la que encontramos a ‘Love Actually’, y mientras Alicia la del súper se decide y transigimos por la risa gruesa con las fotopollas, los días de cuarentena pasan ante nuestra pantalla y sucede precisamente lo que confiesa uno personaje: que los finales no se le dan bien, como a Stephen King. Mientras eso no ocurre, toca disfrutar del resto de una película divertida, solvente e incluso necesaria en estos momentos.

viernes, 15 de enero de 2021

¿Cuándo nos olvidamos de aquellos aplausos?


El jueves volví a encontrarme con la serie 'Cuéntame'. Joaquín Oristrell, que sabe sobradamente de esto de escribir historias, ha resuelto el agotamiento guionístico de los Alcántara actualizando sus andanzas, jugando con el calendario y trasladando al espectador en el tiempo, de 1992 a 2020 y viceversa. Suele ser un recurso habitual en el cine y en la televisión y Bernardeau, Oristrell y compañía han sido inteligentes. Conviene apostillar que esto de manejar al antojo el espacio-tiempo es más complicado de lo que pueda aparecer y raras veces funciona como un reloj en pantalla, nunca mejor dicho. Tendremos que esperar varias semanas más para ver cómo evoluciona una serie emblemática de la televisión de este país, capaz de lo mejor, como aquellas primeras temporadas a pesar del histrionismo actoral o la del cáncer de Merche, y de lo peor, como los devaneos de Carlos con los ochenta más sucios o el fuera de tono de la resolución de la bodega de Cruz de Sagrillas, con el nada creíble rapto de Merche (!) por parte de Mauro.

Pero mi intención no era analizar 'Cuéntame', sino detenerme en los primeros minutos del capítulo de inicio de esta temporada y la reciente realidad que nos muestra. La serie nos recordó con sus realistas imágenes que hace tan solo unos meses estábamos aplaudiendo a nuestros sanitarios, a los cuerpos de seguridad, a nuestros enfermos, a los sones de "Volveremos..." mientras nuestros ojos vidriosos mostraban la incertidumbre del desconocimiento, del miedo, como jamás lo habían hecho, en una sociedad acostumbrada a vivir sin conflictos globales más allá de los de siempre, que nos acompañan habitualmente pero no nos deja muertos en camillas por los pasillos de los hospitales, nuestros mayores incomunicados pendientes del hilo que, cuando se ha roto, los envió a un lugar a donde ni siquiera se pudieron llevar nuestra última caricia sobre las pieles apergaminadas, nuestro rezo compartido y consolado.

Digo que 'Cuéntame' nos muestra algo que no sucedió en la cotidianidad de la serie, que es la de tantas décadas lejanas atrás, sino la de anteayer, la de ayer mismo si cabe, de un aciago año que apenas anoche dejamos. Por eso siento una desazón y una tristeza inconmensurable que desembocan en una pregunta machacona y retórica: ¿En qué momento hemos olvidado esos aplausos y la situación que los provocó? ¿Cuándo nos descreímos del concepto, inédito y gravísimo, de pandemia, para volver a vivir como si nada estuviera sucediendo?

El ser humano es frágil en la inmensidad pero a la vez un superviviente a la hostilidad, un ente que lucha por vivir como premisa incondicional para más tarde ansiar el estado del bienestar construido a base de bienestares individuales. Por eso son comprensibles los deseos de volver a lo que más asimilamos a la felicidad, que es la rutina prepandémica, con sus logros, sus frustraciones, sus risas y sus llantos. Trato de encontrar el momento concreto en el que esos deseos se han convertido en ansias desmedidas, el día en el que nos olvidamos de las palabras de Nietzsche: "Los sentidos engañan, la razón corrige errores".

Sea cuando fuere, hemos llegado a este punto en el que nos encontramos, peor que el de partida, en el que en ocasiones la rabia me lleva a un iracundo concepto reduccionista. "Ahora a joderos, a jodernos, que habéis sido unos irresponsables". La situación es mucho más compleja que lo que provoca el exabrupto, pero cuando me calmo no me puedo olvidar de que, efectivamente, la razón solventa nuestras faltas tanto como la sinrazón las causa.

Y no, no había razón alguna para, olvidando lo que significa una pandemia, fomentar la movilidad, promover concentraciones, transformar acontecimientos y fiestas locales en catetadas de pequeño formato. No necesitábamos calles repletas de gente bebiendo y cantando "el resultado nos da igual". No eran necesarias las multitudinarias visitas a un edificio público para ver a Papá Noel en pantalla. ¿A qué grado de terraplanismo hemos llegado para pelearnos por pedir una cita para mirar un plasma?

Lo siento, pero no era necesario un calendario de adviento, luterano y tirolés, para invitar a concentrar a la gente en un punto concreto. Fue un riesgo de extrema irresponsabidad -de la estética hablamos otro día, pero ahora es asunto muy secundario- habilitar muñecos gigantes en la entrada de un edificio público en cuyas peanas se han sentado, han tocado miles de personas para fotografiarse y después subir el momento a Facebook. 

En aras de sostener una economía cogida con pinzas como es la de este país y más alla la de una zona como la de la Bahía de Cádiz -no digamos ya San Fernando- se ha dado rienda suelta a iniciativas pésimamente controladas, a desmanes en centros comerciales que podían haberse evitado con un control exhaustivo, a actos culturetas, que no culturales, sin supervisión de nombres en sus accesos, a bares que no han respetado las normas ante la pasividad de los gobernantes municipales. Alcaldes que se van de copas navideñas con los suyos, poniendo así el capote para el embiste a la prensa que está de cuernos con él. Alcaldesas escondidas ante una ciudad que se va pareciendo a Raccon City en los datos de 'devorados' por el virus. Un gobierno central cobardica que mira hacia el lado de las autonomías para adoptar medidas y presidentes de un país desordenado y caótico que pretenden arreglar una pandemia, nada más y nada menos, no vendiendo alcohol durante dos horas o encerrándonos por la noche. 

Que esta tibieza terminaría en desastre tras las navidades era algo previsible. Tanto como que había que usar mascarilla desde el primer día, que debió ser antes del 11 de marzo, pero su uso solo fue obligatorio a partir de finales de mayo. Salíamos a comprar, a trabajar -muchos más de los que creíamos- y a zafarnos del confinamiento (me asombraba la capacidad de algunos vecinos para hacer lo que les venía en gana)- mientras nuestras conductos respiratorios seguían al aire. En todo esto volvimos a la calle y nos permitieron ir a los aeropuertos, a los concursos de televisión, a viajar de aquí a acá, a entrar en casas ajenas y hacernos creer el extremo contrario: que por llevar una mascarilla ya estábamos salvados de cualquier cosa. ¡Ay!

Vivimos en una España cainita en la que buscamos culpables sin mirar al espejo. Los políticos, sin poner los cojones necesarios para así continuar conservando votos, y nosotros, que nos escandalizamos de lo que vemos en el televisor pero tomamos café en casa del vecino con ocho reunidos, toqueteamos todo en los centros comerciales y "vivimos, porque si no, qué hacemos". 

Leo la prensa y dice que en mi ciudad se ha alcanzado la tasa de 502,2 de contagios, que se preparan rutas gastronómicas para 2021, eventos deportivos "de primer orden" y hasta un concurso de cuplés de Carnaval para premiar al más gracioso con una letra sobre el Covid-19. No de pasodobles, sino de cuplés. Dinero para el chistoso de turno sobre abuelos y padres muertos sin saber el porqué. No es mi piel fina, es el repugnante mal gusto de algunos. La oposición política, más callada que en misa de ocho durante meses en este sentido para no enfrentarse a los "sectores productivos", pide responsabilidades sobre los contagios. Ahora con exigencias. Oposición de mangas verdes, de dirigentes que mandan en otras administraciones y deambulan de aquí para allá, con su séquito, inaugurando actos desde Huelva a Almería, cuya presencia es innecesaria pero donde las fotos son la prioridad. Las puñeteras y malditas fotos...

Regreso del desasosiego, cambio de tercio para volver a mi libro inacabado del cine y su música pero no puedo quitarme de la cabeza la pregunta sin respuesta. ¿Cuándo nos olvidamos de aquellos aplausos?

miércoles, 13 de enero de 2021

Mesa redonda con Luis García Berlanga en 2000 (homenaje en el Año Berlanga 2021)


"A mí esos listados cada cinco o seis meses de las mejores películas, los mejores directores... me parecen un ejemplo de esa excesiva vanidad que tenemos en este oficio del cine. ¿Ustedes han visto que cada cinco meses se hagan encuestas también sobre las cinco mejores operaciones de estómago o los diez mejores pleitos que hayan tenido los abogados?".

"Con el erotismo mejoraríamos todas las condiciones de la sociedad, las humanas, las personales, si de verdad dejara de ser una cosa perseguida (...) El erotismo es la gran solución, junto a la soledad, para el siglo XXI".

"Para mí lo mejor de mis películas es el rodaje, es orgásmico, una gran juerga, una gran fiesta, una gran orgía (...) Salvo dos películas en las que lo pasé fatal: 'Bienvenido Mr. Marshall y 'La vaquilla'. Noté una rebelión de actores, me cerraban el obturador, me llamaban con el nombre de otro director, Pepe Isbert me decía que era un niño pijo que quería dirigirles...".

"No tengo oído musical ninguno; ya me lo decía Buñuel: "¡No pongas música en tus películas que todo el dinero se lo llevan los músicos!". Meto siempre una banda de música para cuando ves que la película está así, como decayendo un poco, y de repente pegas y ¡pom!, un bombazo, y aquello sube...".

LUIS GARCÍA BERLANGA. Único. Grandísimo. Maestro. En el inicio del 'Año Berlanga' (2021) que celebra el centenario de su nacimiento, rescato la mesa redonda que hace nada menos que VEINTE AÑOS coordiné y moderé con él como principal figura.

No os podéis perder el vídeo ni lo que cuenta. En la introducción os detallo cosas de este nuevo vídeoreportaje en el canal #UltimoEstreno de Youtube. Un trabajo muy especial para mí y muy emotivo dedicado a alguien que me enseñó a ver el cine con los particulares ojos con los que él era capaz de hacerlo y vivirlo.

Con mi afecto y recuerdo, Fernando García-Berlanga Manrique.

https://www.youtube.com/watch?v=h7c57fplyxg

martes, 5 de enero de 2021

Claude Bolling



Oye, que me ha llamado mucho la atención que el compositor Claude Bolling falleciera el pasado 29 de diciembre y ni mú en ningún sitio.
Con más de un centenar de bandas sonoras a sus espaldas, dejó sintonías inmortales como la de 'Borsalino', mil veces utilizada para programas televisivos y radiofónicos. Tenía 15 años cuando ingresó en la Sociedad de Autores y Editores de Música de Francia, a pesar de no cumplir con los requisitos por la edad, excepción jamás hecha hasta el momento.
Recuerdo que en los desgraciadamente extintos Encuentros de Música de Cine de Sevilla, en 2001, se le rindió un homenaje con un concierto de su banda. Carlos Colón escribió en el libreto que se entregaba un artículo sobre el jazz en el cine que tituló 'Del Cotton Club a los Campos Elíseos'.
Fue el mismo año que el día después ofrecía otro concierto Michael Nyman. Ya veréis como el día que se muera el plasta este lo tenemos hasta en la sopa.


viernes, 1 de enero de 2021

Los datos del canal #UltimoEstreno de Youtube en 2020



Cerramos 2020 con unos magníficos resultados de visitas al canal-programa #UltimoEstreno de Youtube. Un año más que, gracias a esta plataforma, os hago llegar mis impresiones sobre los estrenos de películas a través de las videocríticas o los videorreportajes sobre distintos aspectos del cine vistos desde mi particular forma de entenderlos.
Al 31 de diciembre de 2020 nos situamos ya en 1.300 suscriptores, que son 487 más que los que #UltimoEstreno tenía hace 12 meses. Eso ya es motivo de agradecimiento a todos vosotros y muy especialmente a quienes se suscriben al canal.
Hay dos datos distintos a la hora de comprobar qué ha sido lo más visto en #UltimoEstreno en 2020. Por un lado, lo más seguido SUBIDO EN EL MISMO AÑO, y por otro, lo más visto DESDE SIEMPRE. En este sentido, y como os indico en el gráfico que adjunto a este texto donde podéis consultar todos los datos, los tres vídeos más visionados han sido videorreportajes y no críticas de películas. En primer lugar, 'En torno a la palabra del capitán', subido en septiembre y dedicado al estreno de 'Palabra de capitán', la película documental sobre el autor Juan Carlos Aragón y que incluye entrevistas al director, a amigos y seguidores del protagonista, etc. que hasta el momento suma 4.100 visionados. En el segundo puesto la agradable sorpresa del vídeo dedicado a las bandas sonoras de dos cintas que han tratado la figura de Pío XII en el cine, 'Escarlata y negro' y 'Amen', con 2.398 visionados, y en tercer lugar, el reportaje sobre la serie 'High Score' de Netflix dedicada a la historia de los vídeojuegos (1.564 visualizaciones).
Respecto a lo visto en 2020 incluyendo el material existente anteriormente, el primer puesto es intocable y con continuas subidas de visionados: 'Regreso a Verano Azul', con 139.546 visualizaciones que, unidas a las 49.099 visualizaciones que tiene 'Doce localizaciones imprescindibles para recordar Verano Azul', suman casi 200.000 visionados de un completo documental en dos partes grabado en los veranos de 2018 y 2019, dedicados a la famosa serie de televisión. Esto da una idea de la vigencia y seguimiento que, 40 años después, conservan las aventuras de la pandilla de niños, Chanquete y Julia rodadas en Nerja. Dos videorreportajes que han tratado los lugares donde se rodó la serie en formato videográfico como hasta ahora no se había hecho jamás, que descubren numerosas anécdotas, que han causado muchas reacciones entre los seguidores de la serie a nivel mundial y que ha tenido también quienes han copiado algunas de sus secuencias en otros vídeos, lo que me alegra infinitamente 🙂
Para terminar, algunas cosillas curiosas del canal #UltimoEstreno en este 2020 a modo de datos: la edad de los espectadores y la procedencia. La mayoría tienen una edad entre los 35 y 54 años, con preferencia de los 45 a 54 (¡tengo que enganchar al público más joven!), y en cuanto a desde donde lo ven, España, México y Argentina son los países que aportan mayores espectadores al canal. Estados Unidos aparece en sexta posición.
Solo me queda agradeceros que estéis ahí, siendo fieles a este canal como herencia, bastante distinta pero ilusionante, de aquel #UltimoEstreno que conocimos en las ondas de la radio durante casi veinte años y que tanto recuerdo dejó en miles de oyentes que aun me seguís o comentáis.
Enlace de acceso y suscripción al canal: https://www.youtube.com/channel/UCojF3NG1v67xWFfJ831n8bA

miércoles, 30 de diciembre de 2020

Hace 40 años: mi primer proyector de cine



Mi primer proyector de cine 'de verdad' -muchos habíamos tenido antes el entrañable juguete Cine Exin- apareció en mi vida cuando yo tenía 11 años. Mi padre me lo regaló en los Reyes Magos de 1981 y lo compró el 30 de diciembre de 1980. Un día le 'tomé prestada' esta especie de garantía que en la gaditana y purísima tienda Óptica Malet ("al servicio de usted") le dieron junto con la máquina asegurando que "era legal su importación".

Se trataba de un Eumig Mark para películas de 8 mm. Mi sueño se hizo realidad y además con un proyector de calidad que aun hoy conservo en una zona de mi despacho, expuesto, junto a otras reliquias. Eumig fue la compañía más importante de fabricación de proyectores a nivel mundial en los años 70, fundada mucho antes, en 1919, y tuvo un triste final a mediados de los 80: optó por destinar a sus empleados más expertos a trabajar para Polaroid según el acuerdo entre ambas empresas para poner en marcha el sistema Polavisión, aquel mamarracho que te revelaba una foto en 90 segundos en tus narices tras salir de las cámaras que inventaron y que fue una ruina. Se dice que Eumig se quedó sin trabajadores para sus propios proyectores y cámaras y tuvo que contratar a mineros austríacos (¡) para montar sus aparatos, provocando una enorme y lógica caída en la calidad de éstos.

Hoy se cumplen 40 años de aquella compra, como puede verse en la hojilla que os muestro. A diferencia de una gran mayoría de quienes compraban este proyector, yo no lo quería solo para poner películas en la pared más grande que existiera en nuestra casa o invitar a los amigos a flipar, que también, a los que obligaba a sentarse diez minutos antes mientras con el tocadiscos de mi padre les hacía escuchar, a modo del sonido ambiente en los cines, bandas sonoras de sus discos recopilatorios con temas de Francis Lai, Georges Delerue o Morricone que ahora los conserva quien escribe.

De manera que yo 'construía' cines. Sacaba de un mueble del salón o de mi habitación todo lo que hubiera, metía el proyector como podía en un extremo y proyectaba hacia el otro donde, con un A3 en blanco, había hecho una pantalla a la que le había pintado los bordes con el carioca negro. Entre ella y el Eumig construía sillones de cartón y sentaba los clicks de Famobil que me quedaban de mis años más infantiles, aun sueltos por ahí, en alguna caja. En un trozo de papel pintaba una cartelera y la pegaba por fuera del mueble que tocara ese día y, a la hora que había escrito en ella, abría ceremoniosamente la puerta del armario, accionaba la rueda del proyector y las dos bobinas comenzaban a dar vueltas en el mismo sentido. A los cinco minutos la lámpara interna ya había dado suficiente calor como para que se fundiera cada cierto tiempo por la falta de ventilación y hasta juraría que hacía sudar a los clicks aun estando hechos de plástico. Pero yo estaba "echando cine" a imaginarios espectadores.

Hoy veo que las salas que yo recreaba con mis infantiles ocurrencias están desapareciendo y leo que ir al cine es un coñazo, que mejor ver las películas en casa, y no puedo remediar una dolorosa mueca de desilusión por todo#UltimoEstreno