viernes, 12 de mayo de 2017

Monoteísta de Alien y de Carlo Rambaldi


Cruzo los dedos ante el nuevo Alien de Ridley Scott. Pero lo mío es una tortura desde hace décadas. En realidad solo me gusta la primera, la obra maestra. No la defiendo por lo ya conocido: su atmósfera vacía, asfixiante, la música inconmensurable de Jerry Goldsmith al servicio de la imagen, la ejemplar medida del tiempo narrativo para exponer ante nuestros ojos un grupo supervivencial que muta en su comportamiento, un ángel exterminador espacial que mediatiza el triunfo de una inesperada naturaleza: la de una mujer enfrentada y victoriosa ante un ser que no se ve nunca, hitchcockiano a lo brutal.
Alien, como expuse durante años, era la historia de un único ser, de un dios ignoto que, en la esencia y clave explicativa del filme, reflejadas en las palabras de Ash antes de ser abrasado por el lanzallamas de Yaphet Kotto,carecía de remordimientos, por encima de cualquier otra forma de vida. "¿Tú lo admiras?". A la impecable técnica cinematográfica con la que se nos presenta el protagonista se une el concepto existencial de un ser superior oscuro, cuyo desarrollo en las siguientes partes degenera, con la desgracia que ello supone para los que deseábamos ahondar en el sentido de su asesina supervivencia. La secuela 'Aliens', que ensimisma al personal por su intachable estética, no fue para mí sino una legión de boínas verdes contra lo peor que podía haber ocurrido: multiplicar al ser elevado a los altares en el filme originario. Ya no era único, eran un batallón de animales del espacio sin otro objetivo que atacar, luego en sucesivas partes criar... y ahí quedó todo. Una pena. 
A pesar de esta frustración por la saga, y de ahí mi suplicio, cada vez que se estrena una nueva parte de Alien me pongo nervioso y la espero con ansiedad. Es algo inexplicable. ¿Atracción por el mal cinematográfico? ¿Sumisión a la estética? ¿Autoengaño? 
Mañana sábado buscaré un hueco para ver el nuevo invento de Ridley Scott, sin mayor pretensión que disfrutar. No es conformismo. Es, simple y llanamente, que la maestría y la orientación expiró en los créditos finales de aquella jodida joya de 1979 cuando el monoteísmo espacial dio paso al más vulgar politeísmo criaturístico. 
Este rollo venía a cuento porque me acuerdo mucho de Carlo Rambaldi cada vez que se estrena una nueva Alien. Conocí a Rambaldi en Barcelona y me enseñó una serie de bocetos de sus creaciones que me dejó fotografiar, como la cabeza de Alien y el brazo de King Kong para la película de John Guillermin. Si os fijáis en las fotografías, las palabras de su puño y letra están en italiano. Me comentaba en la entrevista que nunca tuvo ni puñetera idea de inglés ni interés alguno en aprenderlo. Se entendía con Spielberg para hacer ET como ambos podían. De su relación con Scott en este sentido no me habló, me imagino el plan de ambos :-) Tengo que rescatar la cinta cassette para recordar las cosas que me dijo y un día con tiempo os lo cuento de nuevo, esta vez por aquí. 
A Carlo Rambaldi, con Oscar incluido, creador y artesano abrumador, también hay que respetarlo. No estoy seguro de que con tantas partes se le haya guardado respeto a su criatura. Un gran abrazo donde estés en el cielo, maestro.

domingo, 30 de abril de 2017

Roger Waters publica su primer disco tras 25 años y vuelve a surgir la comparativa con Gilmour

Roger Waters, quien fuera líder de Pink Floyd hasta 1982, publicará el próximo 2 de junio su último disco, 'Is This the Life We Really Want?'. 
El último trabajo de Waters fue 'Amused to Death', en 1992. Hace ya nada menos que 25 años. En todo este tiempo, además de alguna que otra producción, ha realizado giras con especial atención a 'The Wall', aquella obra capital del rock -psicológico, más que psicodélico- del que tiene los derechos para llevarlo a escena a pesar de que el álbum sea de Pink Floyd con David Gilmour a la cabeza desde el divorcio producido tras 'The Final Cut', aquella tercera parte inconfesa de 'The Wall', aun más introspectiva y que 'sonaba a Waters' más que nunca. Estamos hablando de un disco de 1983. Con el primer single ya sonando en internet y en las emisoras (lo puedes escuchar abajo, tras este texto), los comentarios y de nuevo los partidarios de Waters y Gilmour han resucitado aquellas batallas por considerar mejor a uno u a otro. 
Me resulta llamativo con cuánta firmeza algunos consideran a Waters como el alma de Pink Floyd y el único creador de su estilo. De igual manera creo que se equivocan quienes lo menosprecian al considerar que el sonido Floyd está en la guitarra de Gilmour. En tantos años escuchando toda la discografía de Pink Floyd, no soy capaz de quedarme con uno de los dos porque, sencillamente, no veo la necesidad de hacerlo. Creo que el talento creativo de Waters en el grupo se reflejaba perfectamente en una música más átona, sórdida, introspectiva, con un desarrollo conceptual de los álbumes muy narrativo como conjunto de canciones que narran una historia, como 'Animals' o 'The Wall', mientras que Gilmour aporta el espíritu de ejecución de 'Wish You Were Here' y la más que notable composición de temas que los puristas de Waters rechazan injustamente de la etapa post Waters. Lo siento por ellos, pero 'High Hopes' o 'Marooned' de 'The Division Bell' (1994) son dos obras maestras. 
De modo que continuar en la pugna por darle la vitola de propietario a Pink Floyd a Waters o a Gilmour es una tarea tan estéril como innecesaria. Jamás hubiera habido grupo sin cada aportación individual de estos dos grandes monstruos de la música, con especial aportación al sonido Floyd de Nick Mason y Richard Wright. 
El último disco en solitario de David Gilmour, 'Rattle That Lock', supera con creces unos niveles musicales actuales de franca mediocridad. Compararlo con lo hecho por Pink Floyd hace treinta, cuarenta años, es absurdo. Y lo que ahora queda por disfrutar es lo nuevo de Roger Waters. Su sencillo 'Smell the Roses' suena brutal. Esa música que hoy no se hace, sinuosamente sucia y compacta, conceptualmente recordatoria del 'Have a Cigar' del 'Wish You Were Here', en donde lo más floydiano de Waters aparece a partir del minuto 2 estallando en la aparición de una guitarra que, aislada, a ver quién es el fan que es capaz de no creer que forma parte fugaz de 'On and Island' de Gilmour. 
Lo siento por ambos y los felicito a la vez. Dos genios por eso mismo irreconciliables y siempre esperados.
(La foto que encabeza este texto no es, evidentemente, ni la carátula ni nada oficial relacionado con Roger Waters. Está basada en una foto mía hecha en San Fernando, nunca se sabe, quizá si algún día le llega le gusta y me convierto en un nuevo Storm Thorgerson :-P)


jueves, 6 de abril de 2017

Tengo que acordarme de contárselo...


Hace dos años, a las puertas de la Basílica de la Macarena.
En su mano derecha, la estampa del Señor de su devoción. En la izquierda, dejada caer sobre la manta que protegia sus piernas del frío, una ramita de azahar.
No supe quién era. Durante unos minutos permanecí contemplándola frente a frente, imagino que sería un familiar o alguien muy allegado quien, tras ella, estaba al tanto de su silla de ruedas. 
Ni siquiera se percató de que yo la miraba. En realidad, le sobraba todo lo que tenía alrededor. Miraba fijamente la fotografía sin pestañear y no soltaba la rama. ¿Qué se le pasaría por la cabeza? ¿Cuántas vivencias? ¿Estaría pidiendo algo?
 Espero volver a verla y que siga entre nosotros para de nuevo mirar a su Cristo dentro de siete días. "Tengo que acordarme de contárselo", que decía Karen Blixen como frase con la que finalizaba la grandiosa 'Memorias de África'.

domingo, 26 de marzo de 2017

Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto



No me entusiasmó 'La La Land' como ya escribí en su momento. Su éxito era previsible aun entre los que no muestran especial predilección por los musicales. En una etapa negra en el cine y en lo social, en una era de depresión desorientativa, la película de Damien Chazelle se convierte en el mejor ejemplo de un New Deal de la industria cinematográfica americana por hacernos felices a corto plazo con canciones pegadizas y rewinds al gusto del consumidor. Metadona en celuloide para calmarnos durante un tiempo impredecible. Lo que queda para la posteridad es un fenómeno más aceptado por su mediatización que por la calidad inmortal que deben tener las grandes obras.
Dicho esto, me resulta incomprensible que, ante el musical mentiroso del año, aparezca como vencedor un auténtico truño con ciertas excelencias en una dirección documentalística para hacernos llegar una historia como si fuera la de tu mismo vecino. Pero cuesta trabajo pensar que, cuando solo 23 años antes estábamos discutiendo si la mejor película del año era 'La Lista de Schindler', 'En el nombre de padre' o esa joya maltratada de 'Lo que queda del día', el cine haya caído enteros de tal manera hasta bajar a los infiernos así.
Si 'Moonlight' fuera española, la hubiera rodado Almodóvar, el protagonista hubiera sido gitano y en lugar de los bajos fondos de Miami el entorno de la ¿acción? fuera las tres mil viviendas de Sevilla por poner un ejemplo, el mundo entero, y especialmente en España, hubiera crucificado la película. Tiene que haber un misterioso motivo por el que este peñazo se ha llevado el Oscar a mejor película del año, aparte de la reivindicación social a ciegas que del temita quiere ahora mostrar el culturetismo norteamericano.
Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto es el perfecto epitafio para dos contrincantes diluidas en el océano de casi cien años de premios en sus peores momentos.

Pinchar aquí para leer la crítica de 'La La Land'
 

jueves, 23 de marzo de 2017

De generalidades y prejuzgamientos


"Me acuerdo ahora de algo que presencié en el Hotel de la Ville, en Roma: al salir de mi habitación, en el pasillo, me encontré al director del hotel, a la camarera de pisos, a un par de huéspedes y a un botones estudiando un rastro de mierda que salía o entraba en el ascensor. 
Allí estaban, seriecísimos, intrigados por el indecente fenómeno e intentando identificar al autor de aquella indecencia: «Quien sea, ha empezado a cagar dentro del ascensor, porque la primera descarga está ahí, y después ha salido corriendo en busca de un aseo o de una habitación», deducía la camarera. El director, más fino, era de otra opinión: «También puede ser que el excremento se le haya ido escapando por el pasillo, y ya cobijado en la intimidad del ascensor se le han aflojado los esfínteres». 
La discusión siguió hasta que a uno de los huéspedes se le encendió una bombilla encima de la cabeza: «De lo que no hay duda es de que se trata de una mujer: un hombre se lo habría hecho en los pantalones». Y allí fue donde el botones generalizó: «Una mujer. Y alemana. Las alemanas ninguna lleva braga». 

(Rafael Azcona entrevistado por Esteve Riambau. 9º aniversario de su muerte, el 24 de marzo de 2008)