lunes, 7 de septiembre de 2009

¿La ciudad más antigua de Europa?

¿Generará una cruda polémica entre Cádiz y Jaén la decisión del Ayuntamiento de la capital jiennense de promocionar la ciudad bajo el lema de ser "la más antigua de Occidente"? Los medios de comunicación ya se han hecho eco, en estas últimas horas, de la decisión del Consistorio de la provincia de los olivos -gobernado por una alcaldesa del PSOE- de dar a conocer la ciudad a todos los niveles bajo un lema que el edil de Turismo, José Montané, ha defendido con frases en román paladino. Tan claras como esta, por poner un ejemplo: “Debemos valorar todo lo nuestro, de una vez por todas, y demostrar que somos la ciudad más antigua de Europa”.

Suscitar discusiones absurdas en estos momentos no conduce a nada, pero joder, el equipo de Gobierno de Jaén debería reflexionar sobre si es necesario demostrar tan escasa delicadeza con una capital también andaluza que por antonomasia es considerada como realmente la más antigua de Occidente. Como el debate no está claro, el lema, lo utilice la capital que lo utilice, será demagógico e inexacto, además de falto de verdad.

Este tipo de leyendas deberían usarse cuando los historiadores y expertos se pongan de acuerdo sobre una materia en la que queda mucho por decir, pero mientras conviene no tocarle las narices a nadie, y menos a Cádiz y a su historia. Y no es tarea fácil saber a ciencia cierta de qué núcleo poblacional estamos hablando cuando decimos tan ligeramente cuál es la ciudad más antigua, porque...¿Los asentamientos y colonias existentes en Cádiz en la época fenicia pueden considerarse como 'ciudad'? Y en el caso de Jaén, ¿podemos hacernos la misma pregunta con la estructura a base de anillos concéntricos, allá por la zona de Marroquíes Bajos, descubiertos ya hace años?

El diario ABC publicaba, el 14 de julio de 2006, un curioso hallazgo. La noticia se desarrollaba en el siguiente texto: "(La cerámica encontrada) presenta un símbolo similar al de la ciudad concéntrica de la Atlántida, afirma un investigador hispanocubano estudioso de la Atlantida de Platón. El hallazgo de esta cerámica se produjo en el pasado siglo, sin embargo, al igual que ha pasado con otras cerámicas de finales de la Edad del Bronce y principios de la Edad del Hierro halladas en otros puntos de España como el Carambolo, Sevilla, y Luzaga, Guadalajara, estos enigmáticos motivos habían pasado practicamente inadvertidos hasta que el escriptólogo y epigrafista hispano-cubano Georgeos Díaz-Montexano se percató de su asombroso parecido con el diseño del esquema arquitectónico de Atlantis, la ciudad principal o acrópolis de la Atlántida, de acuerdo a la descripción que ofrece el mismo Platón en el diálogo del Critias.

El símbolo generalmente está compuesto por un círculo o punto central que aparece rodeado por varios anillos concéntricos (entre tres y cinco en su mayoría), y desde el mismo centro parte un trazo recto o ligeramente ondulado -como un canal- que se extiende hacia el exterior de los anillos como puede apreciarse en la ilustración que acompaña esta noticia.Esta cerámica jiense fue hallada justamente en una ciudad donde también se ha podido constatar la existencia de una primitiva ciudad circular concéntrica debajo de la actual. Una ciudad que, al igual que la acrópolis de la Atlántida, alternaba varios fosos circulares para contener o conducir agua con otros anillos de tierra que eran comunicados entre si mediante puentes.Esta ciudad circular concéntrica al parecer fue habitada desde la Edad del Cobre y durante toda la Edad del Bronce hasta principios de la Edad del Hierro, según los resultados obtenidos hasta la fecha mediante las excavaciones arqueológicas. El asentamiento de Marroquíes Bajos, de cuyo núcleo central hay restos en la zona norte de la ciudad moderna, se organizaba en cinco círculos concéntricos. Éstos estaban delimitados por fosos excavados que canalizaban el agua que llegaba desde las faldas del monte para luego distribuirse en el interior de los anillos hasta las viviendas. Lo mismo podemos ver en las descripciones que hace Platón sobre la funcionalidad de los canales en torno a la ciudad principal de la Atlántida".

jueves, 3 de septiembre de 2009

Debió ver que no había agua...

No sé si con lo que te topas en la calle es un fiel reflejo de que el ser humano tiene un martillazo dado en la cabeza. Si no del todo, un par de golpes con la parte más fina y alguna puntilla torcida que le toca la sustancia gris. Lo mejor es tomárselo a risa o incluir las cosas que uno ve en el catálogo de imágenes surrealistas.

Sales de cenar de un establecimiento una noche de verano, andas camino de casa -el coche hay que usarlo lo justo para así ahorrar, entre otros factores negativos 'circulatorios'- y junto a un contenedor de basura te das casi de bruces con un bidé. El de la foto que capté con el móvil, para ser más exactos. Arrumbados en los contenedores te encuentras de todo hoy día, puedes montarte un salón si no eres remilgado con la calidad de la madera o has caído en desgracia. O sueldas varios cables y algún que otro televisor abandonado fijo que logras que se vea, de manera que encontrarte al paso con un bidé es algo que, aunque no debiera serlo, parece hasta normal. Pero este invento baronístico utilizado por las féminas para su higiene íntima y por nosotros para poco más que lavarnos los pies, digamos lo que digamos, no sólo había sido abandonado en la calle, sino que sobre su porcelana se hallaba un bolso de señora. En la foto se ve.

Debe ser que alguien necesitaba un flete vaginal rápido, tomó asiento, vio que no aparecía el agua por el grifo y salío apresurada al bar de enfrente, dejándose el bolso en el sitio. Porque otra explicación no le encuentro.

Entre el pollo fiambre del Mercadona sobre las botellas de suavizante, la pintada 'Esta es la pared de mi salón' en la calle de al lado y ahora el bidé con bolso abandonado, ya no sé qué pensar...

jueves, 27 de agosto de 2009

La rosa y el contrato

¿Qué puede suponer una rosa como dádiva a los pies de una imagen sacra en una iglesia, cualquier ofrecimiento hacia un icono concreto de una religión?

Una persona acude por vez primera a un templo, contempla su hermosura y se detiene ante una imagen que le llama poderosamente la atención. ¿Hasta dónde puede llegar esa atracción para hacerle regresar con un presente? Es improbable que eso suceda aunque con esta afirmación cercenemos una parte de la fe, la verdaderamente naciente del 'no-motivo'. La rosa a los pies de una escultura es más probable que sea fruto de la relación existente entre el fiel y la imagen, causada en numerosas ocasiones por una tradición familiar o costumbre, compatibles eso sí con la fe tal como la conocemos, aunque no siempre al derivar en ocasiones en el costumbrismo, el mismo que sirve para correr anualmente en los sanfermines, ir de vacaciones al mismo lugar o salir en una agrupación de carnaval. ¿Qué tipo de fe existe en esas actuaciones?

La rosa es, probablemente, producto de un quid pro quo. El ofreciente rezó y se cumplió lo que pidió, o espera respuesta y ofrece. ¿Por temor a que su petición no llegue a buen puerto o motu propio sin 'contrato' en el acto de fe? Si el ofreciente no hubiera salido beneficiado de su petición a la divinidad, ¿hubiese puesto la flor a los pies de la imagen? Si no lo hace, se confirma el 'contrato' de intereses. Si lo hace, podría ser acusado de borreguismo o de conformismo, de ignorancia o de tribalismo. Pero en realidad es muy poco probable que ello suceda.

¿Y si el ofreciente pide y para que su plegaria se cumpla sufren terceros? Una mujer pide a Dios su intercesión para que regrese el hombre al que ama, perdido por una grave disputa. Pero la mujer desconoce que el hombre mantiene una relación con otra mujer comenzada poco después de olvidar la anterior. Ella ruega con todas sus fuerzas y deja en manos de su intermediario en la fe -es decir, la advocación a la que le reza- la solución a su conflicto, que jamás llegará porque se ha hecho 'justicia' con el hombre, que vive feliz con su nueva pareja. La peticionaria tampoco sabe que su ex pareja vive en estado de gracia. De manera que ella terminará por no comprender los hechos que pasan necesariamente por enterrar para siempre aquella relación. ¿La incomprensión de lo que sucede alrededor provocará un duro golpe a la fe....o al 'contrato'? ¿O en realidad conforman para ella la misma cosa, el mismo concepto?

Un hombre deposita una rosa a los pies de una imagen tras 'serle concedida' la recuperación de un hijo extremadamente enfermo. A los escasos días de la ofrenda, su pequeño empeora y pocas horas después fallece. La explicación a lo sucedido la buscará el afectado desde la frialdad si pregunta en qué ordenamiento armónico de acontecimientos cabe la muerte de su hijo, es decir, qué ha sucedido en varios días que marquen el futuro para que realmente sea mejor que muera esa persona en lugar de recuperarlo desde la deidad. Porque tampoco se explica para qué el tiempo perdido y cruel durante el que se dio pie a la esperanza incluso consolidada. ¿Ese padre es masoquista si piensa que la muerte de su hijo tiene sentido en un puzzle que desconoce? Si se rebela contra lo sucedido y reniega de su dádiva, ¿puede temer otro castigo futuro por 'incumplimiento de contrato'? Y en el caso de que se olvide de que alguna vez había firmado con la fe, ¿se sucederán los hechos para que obtenga su justo castigo al ignorar a Dios? Si no lo recibe, ¿para qué sirvieron los terceros contratos, los del resto de creyentes?

Un escritor concursa en un certamen literario premiado con 5.000 euros. Cristiano confeso, le promete a 'su' imagen que, en el caso de ganar el premio, la mitad lo empleará en obras de caridad para los necesitados de la feligresía de la parroquia. Cree firmar el 'contrato' y se va confiado -que no convencido, porque ello sería vanidad- a aguardar el veredicto. Su trabajo es tan bueno que es probable que gane. Finalmente, gana otro participante, un escritor conocido del pueblo con tres amigos en el jurado. ¿Se ha cometido injusticia no sólo con el trabajo del perdedor, sino con las decenas de pobres que podían haberse beneficiado durante un tiempo con 2.500 euros? Obviamente, la situación no sostendría el debate si el concursante relegado en el certamen no mostrara excelentes actitudes literarias. ¿Es entonces motivo suficiente como para pensar que la ofrenda no sirvió de nada, o el perdedor espera a otro concurso cinco veces más sustancioso en premios y será entonces el ganador para repartir más dinero entre los necesitados? Si jamás gana un concurso, ¿qué se le pasó por la cabeza a la deidad para no beneficiar al escritor y con él a la comunidad?

miércoles, 26 de agosto de 2009

El Mercado Andalusí


Recuerdo aquél barrio de El Pópulo gaditano hace década y media. Era lúgubre, daba pavor andar por sus calles si es que a alguien se le ocurría hacerlo más allá de las ocho de la tarde, incluido el verano. Sus calles rezumaban suciedad y escasa concienciación vecinal. La tenacidad del equipo de Gobierno de entonces de Teófila Martínez y de los propios vecinos -entre ellos un Antonio Gallardo sobrado de inciativas para su barrio- hizo posible la transformación integral de uno de los enclaves más genuinos de la capital gaditana. Sus calles trazadas a cordel, sus cuidados zócalos y las macetas primorosamente dispuestas en sus centenarias paredes no sólo eran reflejo de un resurgimiento estético, sino de mentalidad y de inversión económica en el barrio. Me alegró mucho. Con los años me encantó el rescate de La taberna del almirante, donde mi buen amigo Antonio Labajo me pone regularmente sus buenas copas, (pagando, que conste) y no me pierdo las cruces de mayo y sus procesiones. Allí no hay figurones porque la mujer gaditana de El Pópulo jamás ha tenido tiempo para figurar. El hombre de El Pópulo ayuda a decorar las fachadas sin protagonismo alguno porque nunca pudo pavonear de fachada cuando se le caía a pedazos. No hay falsos defensores del barrio porque no nacen en falsos grupos beatos del barrio, ni hay verbenas para conspirar porque no hubo alegrías para bailar ni poder para medrar...
El Mercado Andalusí es una iniciativa de la Diputación Provincial de Cádiz que este fin de semana se puso nuevamente en práctica, consistente en la disposición de casi una treintena de puestos de artesanía por las calles de este barrio gaditano. Enfilas el arco y te encuentras con ricos dulces alemanes. A escasos metros unas preciosas pinturas artesanas de rincones de la ciudad, mientras que cerca de la Tetería se da rienda suelta a las bebidas reivindicativas entre banderas cubanas,... A escasos metros, una pequeña de trenzas hace pulseras de cuero y las mesas de todos los bares del barrio están repletas de gaditanos y foráneos.
El Mercado Andalusí no es una gran feria, a decir verdad no es gran cosa. Encajado en la gracia gaditana, te venden miel para la gripe A con un cartel a rotulador que sólo en Cádiz puedes encontrarte. Pero no es el acabose, que conste. No le hace falta. Tres días completos de público, alrededor de cien mil visitantes según ha publicado posteriormente Diario de Cádiz y los bares no han parado de servir bebidas y tapas. Como la que me tomé el domingo al mediodía en un agradabilísimo ambiente. Nada como una cerveza en jarra de latón, todo muy frío, y una tapita de choricitos a la sidra para chuparse los dedos. Las cosas pequeñas, y variadas del día a día, sirven para disfrutar.

lunes, 24 de agosto de 2009

'Anticristo'

"Una mujer que llora es una mujer que conspira". Eso al menos dice Lars von Trier en Anticristo, su última película estrenada el viernes.

Es una de las frases interesantes de este producto inclasificable pero sí calificable. Esta reflexión sobre la naturaleza femenina, la caída de las bellotas sobre el Edén como asfixiante hilo conductor y la sobrecogedora actuación de Willem Defoe y Charlotte Gainsbourg conforman algunos de los escasos elementos de interés de la obra del controvertido director. Qué puñetas, para qué empleo epítetos al hablar de esto... Como si a estas alturas no conociéramos a von Trier. Me toca las narices que se le califique como autor del cine puro y defensor de las normas del Dogma, yendo de ello además a lo largo del metraje de Anticristo -provocador y absurdo título-, cuando el prólogo del filme donde se expone el motivo de lo que sucede posteriormente es lo más parecido a un anuncio navideño. Música clásica pomposa, cámara lenta y lentes especiales que cantan a legua, cuidada iluminación y cuando aparece el desplome del oso -paralelismo con el niño rodado al más puro estilo del cine tradicional- comienza un plúmbeo filme donde el único objetivo es desagradar para provocar.

A mí me importa tres puñetas ver una pierna atravesada por un berbiquí, un pene manando sangre o un zorro sangrante que habla (!) pontificando y afirmando que "aquello" es el caos. Y tanto que lo es, y no precisamente por lo repugnante de sus imágenes. Si soportamos despiertos la primera hora, aparece una sucesión de provocaciones turbadoras, de onirismos propios de un tipo que asegura escribió el filme en plena depresión personal y que suscita el debate tan sólo a la hora de comprobar hasta qué punto lo que muestra comunica con quien lo visiona. ¿Para quién ya le es suficiente alcanzar su fibra como espectador con tan sólo los elementos que he destacado? A von Trier le alabo la capacidad de turbarme con ocasionales pero brillantes enfrentamientos orales entre los dos protagonistas de Anticristo, determinadas escenas -las del árbol seco o el paso por el puente son más propias de un juego de Capcom como Silent Hill que de un filme Dogma- y una cierto recuerdo que me provoca del cine de Buñuel. Pero entre la producción del cineasta aragonés y el director de Dogville hay un abismo que no es necesario especificar.

Desde el recuerdo pictórico de El jardín de las delicias hasta Un perro andaluz, sin olvidar una inesperada dulcificación escénica al más puro estilo de Greenaway (los simbólicos animales junto al cuerpo mutilado de la Gainsbourg), Anticristo es un filme con el que no es necesario caer en lo que busca su director. No hay suficientes elementos para provocar un gran debate universal, por mucho que von Trier lo haya intentado. Y esa es la penuria, la carencia real de la película.