Los cines norteamericanos estrenaron 'Alien' el 25 de mayo de 1979. En la jungla de Hollywood se montó tal tinglado escénico para atraer a las salas al personal que salieron los retrógrados catetos consustanciales con la historia de la humanidad y llegaron a quemar algunos carteles gigantes y montajes promocionales al creer que aquella criatura que aparecía era la reencarnación del diablo.
En realidad no iban muy descaminados a pesar de su cretinez. Si Alien es una obra maestra descomunal es probable que sea por su impecable tempo narrativo, su intachable capacidad para introducirnos en la 'Nostromo' como un pasajero más y vivir desde el vacío principal hasta el horror en distintos estados de la película, el universo del diseño creado en torno al filme, la enorme banda sonora de Jerry Goldsmith que el tocapelotas de Ridley Scott quiso cargarse y un buen lote de razones que la convierten en lo mejor de este director aun a su pesar.
Pero de lo que estoy convencido es de que 'Alien' es una obra única porque el ser protagonista es, efectivamente, demoníaco. Único. El valor de 'Alien' reside en la lucha del hombre contra algo que solo puede ver instantes antes de que quede despedazado por él, un seleccionador inteligente de víctimas que, una a una, caen destrozadas en manos de un ente exclusivo en su existencia, un antidios que convierte el filme en una espeluznante demostración del monoteísmo más diabólico.
Las claves de lo excelso de 'Alien-ser' que ofrece al espectador las claves de 'Alien-película' las revela Ash cuando, con su cabeza pegada a la mesa tras descubrirse que "es un maldito robot" (Parker dixit), no duda en reflejar la esencia de todo en apenas varios minutos. "Un ser por encima del bien y del mal (...) Admiro su pureza (...) No le afectan los odios, rencores... (...)". Ash habla de una forma de vida única que no da opciones al ser humano, siempre embarrizado en sus cuitas, debilidades y disyuntivas, ante un nuevo orden universal supremo representado en una forma de 'nueva vida'.
Esa es la grandeza de esta película. Después llegó James Cameron y puso a decenas de soldaditos mascando chicle cargándose a ejércitos de aliens. Acabó con el monoteísmo que tan excelsos resultados filosóficos le había dado a Kubrick en '2001' con su monolito y llenó la pantalla de tiros y bichos en una trepidante película. Pero acabó con el concepto. Y desde entonces, nada se pareció a aquella enormidad cinematográfica ni tuvo nada que ver.
En la fotografía, Carlo Rambaldi, creador de la cabeza de Alien y de ET, conmigo en el Festival de Sitges allá por los noventa.