lunes, 9 de octubre de 2017

1993-2017: Guillermo del Toro, 24 años después en Sitges



La primera visita del director mexicano Guillermo del Toro ('El espinazo del diablo', 'Hellboy', 'El laberinto del fauno') al Festival de Sitges fue en 1993, donde presentó su largometraje 'Cronos'. Fue también el primer año que cubrí personalmente el festival, emitiendo desde allí el programa. ¿Qué dijo Guillermo del Toro entonces, sobre qué habló en su primera rueda de prensa en Sitges hace ya más de dos décadas?

Si quieres saberlo, escucha en Ivoox este especial sobre Guillermo del Toro: http://www.ivoox.com/21355141

domingo, 8 de octubre de 2017

Blade Runner 2049: "Celdillas...Una alta fuente blanca..."


Jamás fui un entusiasta de Blade Runner. Lo repetía una y otra vez en la radio y lo escribía cuando, al amparo de aquel mamotrético y difuso discurso fílmico que el propio Ridley Scott trataba de arrinconar entre sus recuerdos desgraciadamente reales para él, surgían películas con ínfulas de grandilocuencia estéticamente plagadas de humo azul. Fui declarado anatema por quienes sobrevaloraron la secuencia de Rutger Hauer cuando, inventándose el panegírico aquel entre la lluvia y anuncios de neón, lanzó el famoso discurso sobre lo que él había llegado a ver no sé dónde, en la gran puñeta. Con una astuta y engañosa manera de apabullarnos estéticamente, el director de la magistral 'Alien' fue redimido al tiempo de estrenar el filme por un montón de pedantes que se unieron con los años a quienes desde el inicio cayeron en la trampa de un producto visual que hace casi cuarenta años puso los cimientos del engolamiento videográfico y no había manera de lograr que encajaran todas sus piezas, primordialmente las narrativas, porque, sencillamente, hacía aguas en la forma de contarlo. Para cuando convencieron a Scott de que diera su bendición al estreno con el final alternativo preferido por el director, aquello no tenía remedio. ¿Qué obras maestras han necesitado otro desenlace para buscar esta condición de la que su propio creador la despojó nada más nacer?

El lector puede por tanto pensar que no he mostrado el más mínimo interés por su secuela - o mejor dicho, prolongación- puesto que el filme original de que nace ahora este extraordinario viaje iniciático del agente K no se encuentra entre mis obras predilectas. Pero precisamente por ello estaba ávido por visionar un producto al que lo mejor que le ha podido suceder es que no lo haya dirigido Scott, cuyas funciones de productor ejecutivo no parecen haber influido en Villeneuve a la hora de rodarlo (hizo bien en reclamar libertad creativa para hacerla), en el que el director dispone compositiva y milimétricamente cada personaje y objeto que aparece en cuadro, sin que el espectador se pierda visualmente en complejas e innecesarias piruetas. En su ámbito estético, Blade Runner 2049 está hilvanada por fotogramas con los que Villeneuve rinde un extraordinario homenaje a la composición fotográfica. El filme se convierte por ello en una impecable sucesión de elementos con sentido, con lo que la perfección dispositiva supone aun asumiendo el riesgo de un aparente y gélido academicismo. Vitolas que visten, ahora sí, 35 años después, una elegíaca historia extraordinariamente urdida, una amarga búsqueda personal del yo y lo que es el personaje con todo lo que el espectador se identifica porque reúne los ingredientes necesarios para hacerlo: al fin y al cabo, todos queremos saber de dónde procedemos y a todos se nos hace irresistible meter el ocico en culebrones donde se pierden hijos y padres.




Sobrada de minutos como su principal defecto, Blade Runner 2049 es un sólido viaje hacia el autoconocimiento, un 'ultimate trip' kubrickiano en el que se observa el profundo respeto hacia su predecesora, con una acertada banda sonora con la que Hans Zimmer ha decidido prolongar más allá el trabajo de Vangelis con admirable postración hacia la recordada partitura del maestro griego, y con los elementos suficientes como para que los tiempos sobrantes se olviden con secuencias que pasarán a la memoria de la cinematografía contemporánea más exquisita, algunas de ellas en las que la participación de tres personajes es bocado cardenalicio para los amantes del bien cine como algunas preguntas retóricas y reflexiones que no le van a la zaga a algunos de los soliloquios del filme primigenio.

ESCUCHA Y DESCÁRGATE MI CRÍTICA EN IVOOX: http://www.ivoox.com/blade-runner-2049-critica-audios-mp3_rf_21330632_1.html

miércoles, 4 de octubre de 2017

El Rey no dijo nada


El Rey no dijo nada. Quiero decir, dijo muchas cosas. Pero no dijo nada. La Constitución, a la que recurren constantemente quienes nos han llevado al abismo con su obcecada postura monolítica evitando una definitiva configuración política territorial de España, le confiere al monarca un papel arbitral que ha rehusado practicarlo. Así se ha comprobado en su comparecencia televisiva.
Manuel Jiménez de Parga realizó un preciso análisis en Diario 16 hace ahora 36 años, apenas tres meses después del intento del golpe de estado, en el que exponía las funciones arbitrales y moderadoras "que alcanzan el suplir vacíos legales en situaciones de emergencia como el 23-F". El que fuera presidente del Tribunal Constitucional afirmaba, en su artículo 'El arbitraje constitucional del Rey' (1), que "reinar es, justamente, arbitrar y moderar el funcionamiento regular de las instituciones". Entiéndase que entre éstas no sólo cabe la del Estado, sino también las de los poderes autonómicos. El gobierno catalán es en derecho igual de legítimo que el español y, dado que, Jiménez de Parga habla de "la difícil y trascendental obligación del Rey al ser concebido constitucionalmente como árbitro (...) entre las ventajas de la Monarquía sobre la República, la posibilidad de contar en la primera con un poder arbitral y moderador", cabe preguntarse en qué medida Felipe VI ha optado por cumplir con el artículo 56 de la Constitución (2) o ha sido el tapado de un presidente del gobierno culpable de este desaguisado.
El Rey no dijo nada porque no resulta difícil imaginar que lo más probable es que no haya mantenido encuentro alguno con Puigdemont. Así, sin complejos, sin conciencia de clase ni feudo. Felipe VI también iría tarde, pero el abismo al que estamos abocados bien merece una contundente decisión en cualquier minuto del cronómetro cuya cuenta atrás conduce inexorablemente a la fragmentación del Estado. Sería la contundencia del acuerdo tras la palabra, no de la violencia que produce la irracionalidad del odio y el extremismo, la cuaderna maestra para comenzar a construir la España del futuro en la que cabemos todos, incluido el monarca silente. 
Estamos en una encrucijada en la que sería un error considerar que el Rey no tiene que escuchar a Puigdemont, entre otras cosas porque, filias y fobias aparte, es el presidente de una de las comunidades autónomas españolas y le asiste el derecho a ser oído en la misma medida que al Rey le obliga la Carta Magna a escucharlo. Pero no lo ha hecho. Por eso el Rey no dijo nada. Dijo muchas cosas, pero no dijo nada.
La incomunicación conduce a las personas a proyectar sus propias mentiras, mantenerlas y hacerlas crecer según convengan. Cuando se produce en los representantes del pueblo, con ella están llevando al abismo a los millones de ciudadanos que han confiado en la presupuesta capacidad de sus líderes para solventar situaciones que sólo parece que vamos a calibrar de verdad cuando el ejército pise suelo catalán y los medios nos ofrezcan unas imágenes que ya no tengan remedio ni justificación alguna. Ante la manifiesta incapacidad comunicativa del Gobierno español, son necesarias acciones urgentes. Digo urgentes como digo de días, de horas, o ya no habrá solución. Correspondía al presidente Rajoy comunicar y dialogar. En primer lugar, con el gobierno catalán, para evitar el esperpento de un referéndum que es inadmisible para los propios catalanes, y adoptar cuantas decisiones fueran posibles para solventar de una vez por todas el problema de la territorialidad definitoria española, el que ha provocado aluminosis en los cimientos del estado y nos ha acompañado desde siempre, el que engendró a ETA en los pueblos intrínsecos de Euskadi donde ahora pensarán que aquella lucha era de raza y la de los catalanes es de burgueses derechistas. ¿Y ahora, qué? 
En segundo lugar había que agotar la vía con la oposición, con los socialistas, con Rivera, alcanzar un acuerdo de altura de miras. Como aquellas que tuvieron dirigentes tan opuestos pero conscientes de la trascendencia del momento en la transición. Pero Rajoy no es Adolfo Suárez ni por asomo. Ordenar dar palos es producto de la ceguera política y la imposibilidad de gobernar este país que se rompe y no puede esperar ni un minuto más a un gran pacto de estado en el que prime el interés nacional y el objetivo por la vía de urgencia sea conformar la mayoría suficiente en el Parlamento para destituir por los cauces democráticos contemplados en la ley a través de una moción de censura, a un gobierno incapaz al que le ha superado la situación y al que le dio pavor en su momento afrontar su prioritaria obligación de configurar un nuevo modelo de estado en el que cabemos todos. Incluido un Rey que, en una oportunidad histórica perdida, prefirió también ser monolítico y no decir nada.

(1) https://linz.march.es/Documento.asp?Reg=r-4691
(2)  http://www.congreso.es/consti/constitucion/indice/titulos/articulos.jsp?ini=56&fin=65&tipo=2

martes, 3 de octubre de 2017

'Madre!', de Aronofsky. La salvaje parábola de la ambición


Sentarse en la butaca. Comenzar a recibir el mensaje a través del desarrollo de imágenes, de ideas ¿Ideas? La piedra angular del cine es contar historias a través de las ideas: las que cada cineasta utiliza particularmente para construir e hilvanar el metraje, técnica y guionísticamente. Las ideas estilísticas de cada autor como vehículo necesario para la idea formal, profunda. 'La idea', en definitiva.
Hace mucho tiempo que sentarse en una butaca se convierte en un ejercicio de contemplación de pulcritudes formales transformadas en el envoltorio de lo inane. Y entonces el axioma del cine salta por los aires, pierde su sentido, y no sólo no detectamos que no existe más allá de una estética vacía, sino que además nos invade la certera sensación de que no va a ocurrir nada en los minutos que restan hasta los créditos finales. Estética que conduce a la estática, que de eso saben Nolan y compañía.
Por eso Aronofsky llega para despertarnos del sillon abofeteándonos el rostro sin contemplaciones y golpeándonos el alma interior hasta agotarla, yo diría que destrozarla exprofeso, ante una parábola bíblica más allá de lo simplemente ético, con un filme que, para empezar por lo esencial -aun pecando para algunos de demagogia en mis palabras- nos salva de esa frustración continuada que produce la carencia de mensaje en la mayoría del cine contemporáneo.
Es como un Hitchcock asalvajado. Sabemos que algo va a suceder a cada segundo, a cada plano de un gigante puzzle de incierto encaje, desde que la cámara nos magnetiza con el poder de la expresión de Jennifer Lawrence. No es el surrealismo aparente lo que nos inquieta. Ni siquiera nos enerva la indecisión de la protagonista ante lo que va ocurriendo como sucedería visionando cualquier otra película. Es la atmósfera argumental, más que visual, que crea el cineasta, que no da lugar a 'perder el tiempo' con lógicas en la mente del espectador ni alternativas a la atónita asfixia que padecemos, que nos envuelve sin posibilidad de darle un giro al inminente apocalipsis que se avecina.  
Brotándonos en la foto-fija de nuestra retina 'El ángel exterminador', 'El resplandor', el cine comercial de casas vivientes, como si surgiera el anticristo de von Trier o jugáramos divertidamente con Haneke, la principal virtud de Aronofsky no es provocar: es lograr que pasen cosas y el espectador desconozca el por qué, antes y durante, hasta el punto de provocar la desazón más desorientativa de las últimas cosechas cinematográficas. Pasan cosas y nos desalientan. Y eso, entre las paredes de una casa aislada y con una pareja como protagonista, la abundancia de primeros planos y sin una sola nota musical, tiene un extraordinario mérito que demuestra el talento de quien nos ofrece, de manera admirable, simple y llanamente una parábola sobre la ambición humana, el egoísmo y hasta donde es capaz de llegar el ser humano para conseguir un mundo plagado de seres arrodillados e irredentos necesitados de la bendición, el perdón y la palabra hecha escritura. Capaz incluso de sacrificar a un hijo del que comen y beben su sangre ante una madre desesperada que no entiende lo que está sucediendo, virgen paradójica y rota en cartelera. ¿Les suena la historia?

ESCUCHA MI CRÍTICA EN IVOOX:  http://www.ivoox.com/21246477



domingo, 1 de octubre de 2017

Yo siempre fui feliz en Cataluña


Yo siempre fui muy feliz en Cataluña, y aquellos años de mis primeras experiencias relacionadas con el cine en Barcelona o en Sitges fueron inolvidables. Allí me abrieron muchas puertas, me trataron magníficamente y me acuerdo mucho de mi amigo Ricardo Gil, de Cinesa. Y de Xabier Catafall, de Joan Lluis Goas...
Ricardo era el director de Marketing de la exhibidora que fundó Alfredo Matas y formaba parte de la organización del Festival de Cine Fantástico de Sitges. Metió a un veinteañero como yo en todas las furgonetas que iban de un lado a otro para llevar a los actores con la gente del festival, que cargaban equipos, publicaciones del festival... Recuerdo el año en el que fui detrás con Peter Greenaway antes de que diera una rueda de prensa en el Port Aiguadolc y en su comparecencia le di tal caña con aquella cosa que había estrenado, 'El niño de Mâcon', que tras la tensión no me atreví a regresar en el mismo vehículo con él. Y andando hasta el Audori es media horita como mínimo...
Fui tratado impecablemente en los hoteles en los que me alojé durante seis años, en los bares y restaurantes, en las tiendas, en los transportes públicos. Así que, batallitas aparte: ¡qué triste este 1-O!