Cruzo los dedos ante el nuevo Alien de Ridley Scott. Pero lo mío es una tortura desde hace décadas. En realidad solo me gusta la primera, la obra maestra. No la defiendo por lo ya conocido: su atmósfera vacía, asfixiante, la música inconmensurable de Jerry Goldsmith al servicio de la imagen, la ejemplar medida del tiempo narrativo para exponer ante nuestros ojos un grupo supervivencial que muta en su comportamiento, un ángel exterminador espacial que mediatiza el triunfo de una inesperada naturaleza: la de una mujer enfrentada y victoriosa ante un ser que no se ve nunca, hitchcockiano a lo brutal.
Alien, como expuse durante años, era la historia de un único ser, de un dios ignoto que, en la esencia y clave explicativa del filme, reflejadas en las palabras de Ash antes de ser abrasado por el lanzallamas de Yaphet Kotto,carecía de remordimientos, por encima de cualquier otra forma de vida. "¿Tú lo admiras?". A la impecable técnica cinematográfica con la que se nos presenta el protagonista se une el concepto existencial de un ser superior oscuro, cuyo desarrollo en las siguientes partes degenera, con la desgracia que ello supone para los que deseábamos ahondar en el sentido de su asesina supervivencia. La secuela 'Aliens', que ensimisma al personal por su intachable estética, no fue para mí sino una legión de boínas verdes contra lo peor que podía haber ocurrido: multiplicar al ser elevado a los altares en el filme originario. Ya no era único, eran un batallón de animales del espacio sin otro objetivo que atacar, luego en sucesivas partes criar... y ahí quedó todo. Una pena.
A pesar de esta frustración por la saga, y de ahí mi suplicio, cada vez que se estrena una nueva parte de Alien me pongo nervioso y la espero con ansiedad. Es algo inexplicable. ¿Atracción por el mal cinematográfico? ¿Sumisión a la estética? ¿Autoengaño?
Mañana sábado buscaré un hueco para ver el nuevo invento de Ridley Scott, sin mayor pretensión que disfrutar. No es conformismo. Es, simple y llanamente, que la maestría y la orientación expiró en los créditos finales de aquella jodida joya de 1979 cuando el monoteísmo espacial dio paso al más vulgar politeísmo criaturístico.
Este rollo venía a cuento porque me acuerdo mucho de Carlo Rambaldi cada vez que se estrena una nueva Alien. Conocí a Rambaldi en Barcelona y me enseñó una serie de bocetos de sus creaciones que me dejó fotografiar, como la cabeza de Alien y el brazo de King Kong para la película de John Guillermin. Si os fijáis en las fotografías, las palabras de su puño y letra están en italiano. Me comentaba en la entrevista que nunca tuvo ni puñetera idea de inglés ni interés alguno en aprenderlo. Se entendía con Spielberg para hacer ET como ambos podían. De su relación con Scott en este sentido no me habló, me imagino el plan de ambos :-) Tengo que rescatar la cinta cassette para recordar las cosas que me dijo y un día con tiempo os lo cuento de nuevo, esta vez por aquí.
A Carlo Rambaldi, con Oscar incluido, creador y artesano abrumador, también hay que respetarlo. No estoy seguro de que con tantas partes se le haya guardado respeto a su criatura.
Un gran abrazo donde estés en el cielo, maestro.