Finalmente tenía que ocurrir. Al menos era de justicia, por mucho que nos duela en nuestro chovinismo más interior. Hasta a mí me causa desazón, pero no podemos mirar hacia otro lado cuando de justicia se trata. Lo digo sobre todo por El laberinto del fauno. Debo ser una de las pocas personas a las que no les estusiasma nada este filme y, aunque conozco a Guillermo del Toro desde hace más de doce años y lo he telefoneado hoy (os pondré una foto en Sitges en 1993 en la que estamos ambos que más vale no mirarla mucho), no era normal considerar que nos encontramos ante una película que mereciera tantos galardones. Como tampoco que Penélope Cruz se llevara una estatuilla a su casa. Y lo que más me satisfizo de la aburridísima ceremonia de anoche, fue ver cómo Babel por fin se queda en el sitio que le corresponde. Y aún así me parece demasiado premio el concedido a Gustavo Santaolalla, que ni por asomo se lo merece, con esa banda sonora tan horrenda para una película que ya escribí hace tiempo resulta ser previsible y de escasa aportación al cine actual. Que Thomas Newman se quede sin premio me parece del todo incomprensible. Disfruten en cuando tengan opción del score de The Good German. Vaya 'revival' de aquellas composiciones de su progenitor Alfred Newman, qué momentos de temas oscuros con deudores pero admirables recordatorios a Bernard Herrmann,... incluso Javier Navarrete debería haber ganado, que ya dio muestras de su talento progresivo en El espinazo del diablo... Pero Santaolalla...Manda narices, ya tiene dos Oscar por dos bazofias. Posee más estatuillas de Hollywood que el mismo Herrmann o Morricone, del que por cierto tengo que reseñar que se le quedó la misma cara que a mí cuando sufrimos la aberración que hizo Celine Dion de su música.
A Ennio Morricone lo conocí en Sevilla en los Encuentros de Música de Cine de 1999. También os pongo una foto para que lo veáis. Seré franco, hablé con él cinco minutos, le entrevisté y desde entonces no he vuelto a verle, no es lo mismo que me ha ocurrido con muchos profesionales del cine con los que sigo teniendo contacto como Del Toro, Imanol Arias o Roque Baños. De aquel encuentro y de algunas reflexiones más bastante fidedignas concluí que Morricone es un malas pulgas. Eso me alegra, ya somos dos. Y hay cosas que le molestan demasiado. Quizá en alguna declaración le ha perdido ciertas dosis de egocentrismo, y eso me gusta menos. Pero después de años criticando que no le hayan dado ya el Oscar -y llevaba razón, viendo los premios concedidos a personajes como Stephen Warbeck o el mismo Santaolalla-, al final tiene uno honorífico y aprovechó en su discurso para dejar bien claro que se cometen muchas injusticias en esto de los Oscar, dedicando el galardón a los que jamás lo obtienen. Que se lo cuenten también a Hitchcock, a Billy Wilder o a Paul Newman, que recibió un Oscar honorífico por El Color del dinero pero le habían negado el pan y la sal incluso en El Buscavidas de Robert Rossen, en la que tiene unos últimos cinco minutos que jamás he visto un nivel interpretativo de ese calibre en mi vida...
Al fin y al cabo, y regresando a este año insustancial, se hizo justicia. Lo mejor era el remake (porque es una copia de un filme oriental, que conste) Infiltrados, a mucha distancia de lo de La Reina y no digamos de cosas como Babel. Quizá se le acercaba a su calidad Diamantes de sangre, pero estaba claro que había que premiar ya al maestro Scorsese que, dejando a un lado aquel tropiezo de Gangsters de Nueva York, ha hecho mucho cine de kilates. Y en actores no sé qué estaban esperando para premiar a Forest Whitaker, ese eterno secundario que ya es grande a pesar de su juventud.
A Ennio Morricone lo conocí en Sevilla en los Encuentros de Música de Cine de 1999. También os pongo una foto para que lo veáis. Seré franco, hablé con él cinco minutos, le entrevisté y desde entonces no he vuelto a verle, no es lo mismo que me ha ocurrido con muchos profesionales del cine con los que sigo teniendo contacto como Del Toro, Imanol Arias o Roque Baños. De aquel encuentro y de algunas reflexiones más bastante fidedignas concluí que Morricone es un malas pulgas. Eso me alegra, ya somos dos. Y hay cosas que le molestan demasiado. Quizá en alguna declaración le ha perdido ciertas dosis de egocentrismo, y eso me gusta menos. Pero después de años criticando que no le hayan dado ya el Oscar -y llevaba razón, viendo los premios concedidos a personajes como Stephen Warbeck o el mismo Santaolalla-, al final tiene uno honorífico y aprovechó en su discurso para dejar bien claro que se cometen muchas injusticias en esto de los Oscar, dedicando el galardón a los que jamás lo obtienen. Que se lo cuenten también a Hitchcock, a Billy Wilder o a Paul Newman, que recibió un Oscar honorífico por El Color del dinero pero le habían negado el pan y la sal incluso en El Buscavidas de Robert Rossen, en la que tiene unos últimos cinco minutos que jamás he visto un nivel interpretativo de ese calibre en mi vida...
Al fin y al cabo, y regresando a este año insustancial, se hizo justicia. Lo mejor era el remake (porque es una copia de un filme oriental, que conste) Infiltrados, a mucha distancia de lo de La Reina y no digamos de cosas como Babel. Quizá se le acercaba a su calidad Diamantes de sangre, pero estaba claro que había que premiar ya al maestro Scorsese que, dejando a un lado aquel tropiezo de Gangsters de Nueva York, ha hecho mucho cine de kilates. Y en actores no sé qué estaban esperando para premiar a Forest Whitaker, ese eterno secundario que ya es grande a pesar de su juventud.
Por cierto: Estoy harto de Jack Nicholson en los Oscar. La culpa no es de él, claro está, sino de quienes les ríen las gracias al mayor histriónico de la historia del cine, con permiso de Klaus Kinski o Gustav Fröhlich. Bueno, este último no sabía lo que iba a evolucionar esto del cine y la interpretación, el pobre...