domingo, 30 de abril de 2017

Roger Waters publica su primer disco tras 25 años y vuelve a surgir la comparativa con Gilmour

Roger Waters, quien fuera líder de Pink Floyd hasta 1982, publicará el próximo 2 de junio su último disco, 'Is This the Life We Really Want?'. 
El último trabajo de Waters fue 'Amused to Death', en 1992. Hace ya nada menos que 25 años. En todo este tiempo, además de alguna que otra producción, ha realizado giras con especial atención a 'The Wall', aquella obra capital del rock -psicológico, más que psicodélico- del que tiene los derechos para llevarlo a escena a pesar de que el álbum sea de Pink Floyd con David Gilmour a la cabeza desde el divorcio producido tras 'The Final Cut', aquella tercera parte inconfesa de 'The Wall', aun más introspectiva y que 'sonaba a Waters' más que nunca. Estamos hablando de un disco de 1983. Con el primer single ya sonando en internet y en las emisoras (lo puedes escuchar abajo, tras este texto), los comentarios y de nuevo los partidarios de Waters y Gilmour han resucitado aquellas batallas por considerar mejor a uno u a otro. 
Me resulta llamativo con cuánta firmeza algunos consideran a Waters como el alma de Pink Floyd y el único creador de su estilo. De igual manera creo que se equivocan quienes lo menosprecian al considerar que el sonido Floyd está en la guitarra de Gilmour. En tantos años escuchando toda la discografía de Pink Floyd, no soy capaz de quedarme con uno de los dos porque, sencillamente, no veo la necesidad de hacerlo. Creo que el talento creativo de Waters en el grupo se reflejaba perfectamente en una música más átona, sórdida, introspectiva, con un desarrollo conceptual de los álbumes muy narrativo como conjunto de canciones que narran una historia, como 'Animals' o 'The Wall', mientras que Gilmour aporta el espíritu de ejecución de 'Wish You Were Here' y la más que notable composición de temas que los puristas de Waters rechazan injustamente de la etapa post Waters. Lo siento por ellos, pero 'High Hopes' o 'Marooned' de 'The Division Bell' (1994) son dos obras maestras. 
De modo que continuar en la pugna por darle la vitola de propietario a Pink Floyd a Waters o a Gilmour es una tarea tan estéril como innecesaria. Jamás hubiera habido grupo sin cada aportación individual de estos dos grandes monstruos de la música, con especial aportación al sonido Floyd de Nick Mason y Richard Wright. 
El último disco en solitario de David Gilmour, 'Rattle That Lock', supera con creces unos niveles musicales actuales de franca mediocridad. Compararlo con lo hecho por Pink Floyd hace treinta, cuarenta años, es absurdo. Y lo que ahora queda por disfrutar es lo nuevo de Roger Waters. Su sencillo 'Smell the Roses' suena brutal. Esa música que hoy no se hace, sinuosamente sucia y compacta, conceptualmente recordatoria del 'Have a Cigar' del 'Wish You Were Here', en donde lo más floydiano de Waters aparece a partir del minuto 2 estallando en la aparición de una guitarra que, aislada, a ver quién es el fan que es capaz de no creer que forma parte fugaz de 'On and Island' de Gilmour. 
Lo siento por ambos y los felicito a la vez. Dos genios por eso mismo irreconciliables y siempre esperados.
(La foto que encabeza este texto no es, evidentemente, ni la carátula ni nada oficial relacionado con Roger Waters. Está basada en una foto mía hecha en San Fernando, nunca se sabe, quizá si algún día le llega le gusta y me convierto en un nuevo Storm Thorgerson :-P)


jueves, 6 de abril de 2017

Tengo que acordarme de contárselo...


Hace dos años, a las puertas de la Basílica de la Macarena.
En su mano derecha, la estampa del Señor de su devoción. En la izquierda, dejada caer sobre la manta que protegia sus piernas del frío, una ramita de azahar.
No supe quién era. Durante unos minutos permanecí contemplándola frente a frente, imagino que sería un familiar o alguien muy allegado quien, tras ella, estaba al tanto de su silla de ruedas. 
Ni siquiera se percató de que yo la miraba. En realidad, le sobraba todo lo que tenía alrededor. Miraba fijamente la fotografía sin pestañear y no soltaba la rama. ¿Qué se le pasaría por la cabeza? ¿Cuántas vivencias? ¿Estaría pidiendo algo?
 Espero volver a verla y que siga entre nosotros para de nuevo mirar a su Cristo dentro de siete días. "Tengo que acordarme de contárselo", que decía Karen Blixen como frase con la que finalizaba la grandiosa 'Memorias de África'.

domingo, 26 de marzo de 2017

Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto



No me entusiasmó 'La La Land' como ya escribí en su momento. Su éxito era previsible aun entre los que no muestran especial predilección por los musicales. En una etapa negra en el cine y en lo social, en una era de depresión desorientativa, la película de Damien Chazelle se convierte en el mejor ejemplo de un New Deal de la industria cinematográfica americana por hacernos felices a corto plazo con canciones pegadizas y rewinds al gusto del consumidor. Metadona en celuloide para calmarnos durante un tiempo impredecible. Lo que queda para la posteridad es un fenómeno más aceptado por su mediatización que por la calidad inmortal que deben tener las grandes obras.
Dicho esto, me resulta incomprensible que, ante el musical mentiroso del año, aparezca como vencedor un auténtico truño con ciertas excelencias en una dirección documentalística para hacernos llegar una historia como si fuera la de tu mismo vecino. Pero cuesta trabajo pensar que, cuando solo 23 años antes estábamos discutiendo si la mejor película del año era 'La Lista de Schindler', 'En el nombre de padre' o esa joya maltratada de 'Lo que queda del día', el cine haya caído enteros de tal manera hasta bajar a los infiernos así.
Si 'Moonlight' fuera española, la hubiera rodado Almodóvar, el protagonista hubiera sido gitano y en lugar de los bajos fondos de Miami el entorno de la ¿acción? fuera las tres mil viviendas de Sevilla por poner un ejemplo, el mundo entero, y especialmente en España, hubiera crucificado la película. Tiene que haber un misterioso motivo por el que este peñazo se ha llevado el Oscar a mejor película del año, aparte de la reivindicación social a ciegas que del temita quiere ahora mostrar el culturetismo norteamericano.
Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto es el perfecto epitafio para dos contrincantes diluidas en el océano de casi cien años de premios en sus peores momentos.

Pinchar aquí para leer la crítica de 'La La Land'
 

jueves, 23 de marzo de 2017

De generalidades y prejuzgamientos


"Me acuerdo ahora de algo que presencié en el Hotel de la Ville, en Roma: al salir de mi habitación, en el pasillo, me encontré al director del hotel, a la camarera de pisos, a un par de huéspedes y a un botones estudiando un rastro de mierda que salía o entraba en el ascensor. 
Allí estaban, seriecísimos, intrigados por el indecente fenómeno e intentando identificar al autor de aquella indecencia: «Quien sea, ha empezado a cagar dentro del ascensor, porque la primera descarga está ahí, y después ha salido corriendo en busca de un aseo o de una habitación», deducía la camarera. El director, más fino, era de otra opinión: «También puede ser que el excremento se le haya ido escapando por el pasillo, y ya cobijado en la intimidad del ascensor se le han aflojado los esfínteres». 
La discusión siguió hasta que a uno de los huéspedes se le encendió una bombilla encima de la cabeza: «De lo que no hay duda es de que se trata de una mujer: un hombre se lo habría hecho en los pantalones». Y allí fue donde el botones generalizó: «Una mujer. Y alemana. Las alemanas ninguna lleva braga». 

(Rafael Azcona entrevistado por Esteve Riambau. 9º aniversario de su muerte, el 24 de marzo de 2008)

lunes, 20 de marzo de 2017

Jesús de la Misericordia en vía crucis



A mí es que me gusta así cuando sale en su vía crucis, para qué voy a engañar a nadie.
Tan humilde a la vez que poderoso en su naturaleza. Recuerdo desde mi niñez contemplarlo sobre una escueta parihuela con su túnica más sencilla, sin potencias, flanqueado por cuatro faroles y apenas unas flores agrupadas delante de sus pies. Eran los vía crucis por la Pastora donde apenas había bombillas que colgaban de los hierros forjados del inicio y final de cada calle, donde el empedrado aun conformaba las calzadas de las calles del barrio pespunteadas con losas de tarifa. Y aparecía aquel cristo de rostro fino -siempre lo fue- con un perfil que enamoraba y su cuerpo erguido. Era protagonista de una estampa casi única en la Cuaresma isleña. Porque los vía crucis no proliferaban. Ni los conciertos. Ni los carteles. Ni las solapas con homenajes. Ni los pregones.
Cuando transcurrieron los años y Jesús de la Misericordia fue restaurado, la sombra reflejada en las paredes de las calles de su barrio había cambiado. Seguía siendo Él, no cabía duda. Con otro cuerpo que Alfonso Berraquero esculpió en su taller de la calle Bonifaz: un varón académico, la perfección del escorzo, gemelos poderosos, muslos fibrosos y brillantes, paño de pureza labrado, la espalda oculta mortificada por las señales de la pasión... Había cambiado su perfil, si acaso había tomado la cruz de otra manera tras su tercera restauración, tras la tercera caída. Pero su rostro estaba allí, el mismo que, hace casi trescientos años, cinceló Dios padre en la madera sirviéndose de un italiano que hizo realidad la mirada sufriente más dulce de la Semana Santa isleña, la boca entreabierta más sencilla, la vista humillada a la vez que más regia que ser humano pueda dedicar. Jesús de las nuevas manos que creara Alfonso, las que mejor agarran el madero de toda la imaginería cristífera, las que nos duele por la sangre que recorren las venas esforzadas. Las que coloca Jesús Noriega sobre el leño, ya en el paso, como si fuera sobre él mismo, mientras las gargantas se hacen nudos.
Los vía crucis, los de verdad, los devotos y no solemnes por incongruente ostentosidad, son una viva y callada manifestación de fe. Los bordados y la profusión de flores quedan relegados a la austeridad que muestra al Cristo más humano y cercano en el rezo de la oración más convencida. Así debe ser para entender el mensaje más sincero y verdadero. Que ya vendrán luego nuestras ansias por ponerle los mejores bordados, la banda más exquisita y las flores más fragantes.
Yo sigo cumpliendo el contrato que creo que mi fe firmó con El Señor de la Misericordia en mi niñez sin ni siquiera darme cuenta de ello. En él estaba escrito que debía ir siempre a Su lado, el último de esa fila derecha que le precede en Su vuelta humilde por el barrio o en Su reinado de la tarde noche del Jueves Santo. Yo con túnica o sin ella. Y con mi presencia, hago valer el compromiso indeleble forjado desde que vi la luz del mundo por vez primera, la que me regalaron para toda la vida Sus ojos de piedad.

Jesús de la Misericordia. 1985. Foto: Agustín Hormigo
Jesús de la Misericordia. 2009. Foto: JCFM