jueves, 14 de junio de 2007

Estafadores


Me siento estafado. Y no me digan que debe ser porque voté al PSOE, no prejuzguen porque yo no les he preguntado cuál fue la opción por la que ustedes se decantaron el 27-M. Pero se me ha quedado cara de imbécil. A la de pocos amigos que ya presentaba se ha unido la de otro nuevo rictus.

Se alteró el orden en La Isla. Hemos pasado de las listas más votadas a los listos menos votados. Y de un plumazo. La perversión de la democracia es pactar (Pedemonte dixit), pero cuando se llega el último en la carrera de fondo electoral, nadie ha dicho nada de que Maquiavelo fuera perverso. Aquél que afirmó que el fin justifica los medios terminará siendo representado en una imagen que los populares sacarán en procesión, que para eso está de moda esta práctica, y pasearán por las calles de La Isla como los naranjitos católicos por los boulevares de Belfast, pavoneándose, provocadores, delante de las narices de los timados. Mis narices. Las de usted.

O se pacta o se va el partido a tomar viento, y vayamos de penitencia también delante de Maquiavelo, con túnicas blancas y verdes y cánticos que hablan de libertad para Andalucía, de esperanza, de la necesidad de acabar con las ataduras. Antes muertos que sencillos en los bancos de la oposición, y antes los pactos supramunicipales que lo que realmente necesita San Fernando. Si vamos a morir, más vale hacerlo tarde y no soltar la poltrona. La maté porque era mía. Deben ser cosas de no estar acostumbrados a perder. ¿O sí? ¿Será que toda la vida han sido unos perdedores? Qué apasionante enigma…

Andalucistas y populares gobernarán La Isla durante cuatro años. El mundo al revés, segundos y terceros ven pasar el cadáver de los primeros en cuyos bolsillos asoman 11.091 papeletas de votantes pisoteadas por traidores y manchadas por salteadores. Tu quoque, filii mei! Yo también, sí, por gobernar me da igual tragarme el tranvía, olvidar los numeritos plenarios, los ataques frontales... Sálvame, que soy un náufrago en la política de esta ciudad, antes de que inexorablemente me vaya a pique del todo por mor de las listas que me da por presentar en las elecciones. Pero dénle tiempo, que ya oiremos el SOS y los glú glús...

No sé lo que decidiré dentro de cuatro años. Podemos inventar otra procesión el día de las elecciones para arreglarlo, pero créanme, en La Isla hacen falta menos pasacalles y más calles arregladas para pasar. Puedo también crear un partido abstencionista para darles en las narices a toda esta banda de irrespetuosos, vencería sin duda con los 40.602 isleños que decidieron quedarse en el sofá de su casa, pero no tiene sentido, porque si voto entonces no practicaría la abstención. O me fijo en Jerez, en donde los ciudadanos han castigado tantos pactos y devaneos con una abrumadora mayoría para dejar las cosas claras. Qué cruel dilema se me plantea…

Por lo pronto, se me ocurre mostrar mi más absoluta repugnancia por la monstruosidad firmada por andalucistas y populares. Y más vale que no procesionen con Maquiavelo. O mejor, ni siquiera salgan a la calle, porque en la propia toma de posesión se pueden encontrar a todo un pueblo ejerciendo, frente al búnker en el que se van a refugiar de la Casa de la Cultura, su legítimo derecho a denunciar tamaño mercadeo que está dilapidando tanto esfuerzo y años de consolidación democrática.

miércoles, 14 de marzo de 2007

La vida de los otros


Los alemanes son unos señores muy serios que cuesta trabajo pedirles fuego porque te imponen respeto hasta en el ascensor. Eso lo sabemos todos. A mí ese carácter me gusta, a pesar de que me parecen sumamente aburridos cuando en julio -antes de viajar al Congreso de Música de Cine de Úbeda- los tengo en un chalet anexo al que veraneo durante unos días y a las ocho de la tarde ya están levantando la sábana de la cama para dormir. No es que me dedique a husmear entre los setos que dividen ambas parcelas como si fuera el hermano de Emma Penella en Aquí no hay quien viva, sino que resulta evidente. No oyes nada y están dentro porque el coche lo tienen aparcado en la puerta, las luces están encendidas, uno de ellos decide despendolarse y lee una revista en una mecedora en el porche, que ya es para ellos a esa hora como ir a la Punta de San Felipe en Cádiz pasadas las cinco de la madrugada...

Lo que les venía a decir es que esa seriedad aplicada en determinados ámbitos me parece extraordinaria. Por ejemplo, en el cine. No sé si han visto ya La vida de los otros. Háganme caso y vayan. De paso que comprueban el cine serio, sólido, compacto, primitivo quizá en sus maneras pero por ello en estado puro y cómo manejan el tempo narrativo los germanos, también pueden dejar de mirarse el ombligo a la hora de demostrar el desconocimiento cinematográfico existente en España.

Con el filme de Florian Henckel Donnersmarck -que así se llama el director de este filme y no me pregunten qué es lo que ha hecho antes de esta gran película- sucede lo mismo que hace ahora veinte años. Recuerdo que por aquel tiempo se estrenó Mujeres al borde de un ataque de nervios, la ocurrente cinta de Pedro Almodóvar que vino a aportar una necesaria frescura al manido panorama del cine patrio. Claro que eso le importaba tres puñetas al resto de países, pero no lo entendimos y creímos que ya teníamos el Oscar en el bolsillo porque el guión tenía chispa -ríase usted de Billy Wilder y IAL Diamond-, Banderas despuntaba y Rossy de Palma se pegaba casi toda la película dormida, lo cual era de agredecer. Cuando todos pensábamos que el sobre iba a contener el nombre de la cinta del director manchego, apareció en su lugar Pelle el conquistador, que en España no la había visto ni el acomodador de los cines del Palacio de la Prensa de Madrid. Bille August la presentó por Dinamarca antes de venderse a comercialidades como Smilla o La casa de los Espíritus. Aquella obra maestra con Max von Shydow se llevó la estatuilla y los españoles nos quedamos con la cara partida. Eso lo sabía yo, y no me sumo ahora a la fuerza del viento que viene de hechos ya acontencidos. Es que el filme de August era un gran película y lo de Almodóvar una gracia con momentos de cierta brillantez.

La historia se ha repetido dos décadas después, aunque Volver ni siquiera llegó a ser nominada, lo que no dice mucho en favor de esta alabada cinta de Almodóvar, a años luz de la frescura direccional que el cineasta español demostró en obras suyas de verdadera valía como ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, Matador (su filme más obsesivamente atrayente) o incluso Hable con ella. Hemos trasladado al cine la paleta euforia que mostramos con la selección española de fútbol cada vez que se juega un Mundial, creyéndonos que vamos a ganarlo o al menos situarnos entre los cuatro primeros, y hemos ensalzado tanto Volver que hemos creído que era la repanocha y Penélope Cruz toda una gran actriz. Pe, sí, ella subiendo la cuesta con cesta en mano rodeada de lugareños que le ofrecen en su caminar productos de la tierra para su restaurante en un ambiente festivo y feliz... Como Bella en The Beauty and the Beast de Disney en la presentación de motivos, con aquel maravilloso tema zarzuelero del comienzo de la película escrito por Alan Menken y ella rodeada de gente del pueblo, visitando la librería, contemplando las ovejitas... Por favor, Pé,...please, señor Almodóvar. Quién le ha visto y quién le ve.

Pues eso, cara partida de nuevo. Pero es que no hay punto de comparación. Y miren que hace tres meses lo comenté en mi círculo de contertulios cinéfilos (palabro odioso), que el cine alemán es mucho cine y que competir con él, igual que con el danés, es sumamente difícil. Aún recuerdo aquellos pies desnudos infantiles desabrigados por una madre desquiciada en aquel búnker antes de asesinar a sus propios hijos; aquellas últimas condecoraciones de un führer con su infinita demencia provocada por su indefectible derrota. ¿A alguien se le han olvidado las secuencias magistrales de El hundimiento? ¿Recuerdan cuando en 1981 irrumpió en el todopoderoso Hollywood Wolfgang Petersen con Das Boot (El submarino)?

Releguen durante unos minutos la estremecedora secuencia de la muerte de los púberes de Goebbels para situar en sus cabezas otras que no deben olvidar jamás y que demuestran a las claras ante qué clase de obra estamos cuando visionamos La vida de los otros: Las lágrimas de Ulrich Müe en un momento de inflexión del filme al oír por sus cascos determinada conversación, la secuencia del comedor con los chistes hacia Honecker, el atropello, el corazón encogido del espectador cuando Dreyman no se baja del automóvil para acercarse al ex capitán de la Stasi rebajado a repartir... No me hagan contarles nada más. Vayan a verla. Y a oírla. Gabriel Yared ya demostró su sensibilidad al hacer scores como El paciente inglés, Mensaje en una botella o Cold Mountain, pero preparen el vello de sus brazos para oír la Sonata de un hombre bueno escrita por el compositor de origen libanés. Nunca me perdonaré que no pudiera asistir a su concierto en Sevilla hace más de una quincena de años. Aún hay tiempo en otra ciudad, en otro lugar, estoy convencido...

martes, 13 de marzo de 2007

Utilizados


Vaya por delante mi profundo respeto a las personas que, de buena fe, manifestaron este pasado sábado su oposición a la medida adoptada por el Gobierno socialista relativa al régimen penitenciario del etarra De Juana Chaos. Cada español tiene la suficiente madurez como para realizar una profunda reflexión al respecto y extraer sus conclusiones. Para algunos, la decisión del Ejecutivo de Rodríguez Zapatero ha servido para evitar convertir al asesino independentista en un mártir de la causa abertzale. Todo Gobierno medianamente inteligente sabe que un preso de estas características fallecido entre barrotes se suma más en el debe que en el haber de su gestión, por mucho que una buena parte de la ciudadanía prefiera ver muerto a De Juana Chaos antes que vivo y coleando. Para otros, se trata de una concesión a ETA, de un signo de debilidad o de un gesto inútil. Escarmentados por lo sucedido en Barajas recientemente, se preguntan para qué puede servir este signo de flexibilidad si después regresan las bombas. Entre los opositores a la decisión de ZP y su ministro Rubalcaba también están los que argumentan constantemente que la labor policial terminará por exterminar al terrorismo.Aparece entonces la retórica, la manida frase de que "el estado de Derecho acabará con ETA". La misma que se viene empleando desde hace nada menos que treinta años. "Ser fuerte y combatir el terrorismo con los mecanismos....las fuerzas de seguridad del Estado...", frases hechas para cada rueda de prensa posterior a los atentados que vienen a asaltarme de dudas. ¿Los etarras matan menos por la presión "al estilo PP" y su retoricismo o quizás es que los acercamientos negociadores de los últimos años dan sus frutos tan lentamente como resulta obvio en un proceso tan delicado?Soy consciente al hablar de conversaciones a lo largo de estos ejercicios porque de haber entablado un proceso con ETA nadie se ha escapado. El Gobierno de Aznar así lo hizo y en los tiempos de Mayor Oreja como ministro del Interior se acercaron más de setenta presos a las cárceles del País Vasco, por mucho que ahora no deseen recordarlo Rajoy y sus chicos.Se me va la cabeza de una manera espectacular. Yo no quería solucionar "el problema vasco", otra frase hecha y manida. Lo único que deseaba era mostrar mi rechazo a que la bandera de este país se utilice como a cada uno le venga en gana. Durante 40 años de dictadura, Franco hizo suyos los colores de nuestra insignia y los dictadores acostumbran a adulterar la bandera del país en cuestión haciéndola suya. Por eso me da pavor ver cómo existen partidos políticos que se apoderan de nuestra bandera para esgrimir sus argumentos.Exijo al PP, como ciudadano español, que deje de enarbolar nuestra bandera como elemento manipulado para sus reivindicaciones. Que las viera el pasado sábado no es algo que me agrade, pero al menos la manifestación se convocaba bajo el lema "Por España y su unidad" o algo similar muy propio de la derecha, lo que dicho sea de paso me produce grima. Pero no sé porqué las banderas españolas están presentes en la calle Génova la noche de las elecciones, ni en las manifestaciones contra la ley de homosexuales, ni el himno nacional se escucha en las concentraciones de determinada asociación de víctimas del terrorismo. No quiero ver utilizados elementos que están por encima de Zapatero y, afortunadamente, aún más alejados de Rajoy y los reaccionarios de los que se ha rodeado.

lunes, 26 de febrero de 2007

Los indiferentes Oscars 2006


Finalmente tenía que ocurrir. Al menos era de justicia, por mucho que nos duela en nuestro chovinismo más interior. Hasta a mí me causa desazón, pero no podemos mirar hacia otro lado cuando de justicia se trata. Lo digo sobre todo por El laberinto del fauno. Debo ser una de las pocas personas a las que no les estusiasma nada este filme y, aunque conozco a Guillermo del Toro desde hace más de doce años y lo he telefoneado hoy (os pondré una foto en Sitges en 1993 en la que estamos ambos que más vale no mirarla mucho), no era normal considerar que nos encontramos ante una película que mereciera tantos galardones. Como tampoco que Penélope Cruz se llevara una estatuilla a su casa. Y lo que más me satisfizo de la aburridísima ceremonia de anoche, fue ver cómo Babel por fin se queda en el sitio que le corresponde. Y aún así me parece demasiado premio el concedido a Gustavo Santaolalla, que ni por asomo se lo merece, con esa banda sonora tan horrenda para una película que ya escribí hace tiempo resulta ser previsible y de escasa aportación al cine actual. Que Thomas Newman se quede sin premio me parece del todo incomprensible. Disfruten en cuando tengan opción del score de The Good German. Vaya 'revival' de aquellas composiciones de su progenitor Alfred Newman, qué momentos de temas oscuros con deudores pero admirables recordatorios a Bernard Herrmann,... incluso Javier Navarrete debería haber ganado, que ya dio muestras de su talento progresivo en El espinazo del diablo... Pero Santaolalla...Manda narices, ya tiene dos Oscar por dos bazofias. Posee más estatuillas de Hollywood que el mismo Herrmann o Morricone, del que por cierto tengo que reseñar que se le quedó la misma cara que a mí cuando sufrimos la aberración que hizo Celine Dion de su música.

A Ennio Morricone lo conocí en Sevilla en los Encuentros de Música de Cine de 1999. También os pongo una foto para que lo veáis. Seré franco, hablé con él cinco minutos, le entrevisté y desde entonces no he vuelto a verle, no es lo mismo que me ha ocurrido con muchos profesionales del cine con los que sigo teniendo contacto como Del Toro, Imanol Arias o Roque Baños. De aquel encuentro y de algunas reflexiones más bastante fidedignas concluí que Morricone es un malas pulgas. Eso me alegra, ya somos dos. Y hay cosas que le molestan demasiado. Quizá en alguna declaración le ha perdido ciertas dosis de egocentrismo, y eso me gusta menos. Pero después de años criticando que no le hayan dado ya el Oscar -y llevaba razón, viendo los premios concedidos a personajes como Stephen Warbeck o el mismo Santaolalla-, al final tiene uno honorífico y aprovechó en su discurso para dejar bien claro que se cometen muchas injusticias en esto de los Oscar, dedicando el galardón a los que jamás lo obtienen. Que se lo cuenten también a Hitchcock, a Billy Wilder o a Paul Newman, que recibió un Oscar honorífico por El Color del dinero pero le habían negado el pan y la sal incluso en El Buscavidas de Robert Rossen, en la que tiene unos últimos cinco minutos que jamás he visto un nivel interpretativo de ese calibre en mi vida...

Al fin y al cabo, y regresando a este año insustancial, se hizo justicia. Lo mejor era el remake (porque es una copia de un filme oriental, que conste) Infiltrados, a mucha distancia de lo de La Reina y no digamos de cosas como Babel. Quizá se le acercaba a su calidad Diamantes de sangre, pero estaba claro que había que premiar ya al maestro Scorsese que, dejando a un lado aquel tropiezo de Gangsters de Nueva York, ha hecho mucho cine de kilates. Y en actores no sé qué estaban esperando para premiar a Forest Whitaker, ese eterno secundario que ya es grande a pesar de su juventud.
Por cierto: Estoy harto de Jack Nicholson en los Oscar. La culpa no es de él, claro está, sino de quienes les ríen las gracias al mayor histriónico de la historia del cine, con permiso de Klaus Kinski o Gustav Fröhlich. Bueno, este último no sabía lo que iba a evolucionar esto del cine y la interpretación, el pobre...